Entre garras y dientes

Capítulo 3 - Madison

| Capítulo 3: Entre moteles y robos |

 

Madison:

Me apoyo contra la puerta de mi habitación del motel completamente empapada. En los pocos segundos que he tardado en cruzar el aparcamiento, la lluvia me ha golpeado con tanta fuerza que puedo sentir el agua deslizarse contra mi piel a través de la ropa. Por suerte, los billetes están intactos.

Sonrío con alivio al ver cien dólares más en mis manos.

No tengo demasiado dinero, pero será suficiente para poder aguantar unos días. Luego conseguiré más.

Me permito unos segundos de felicidad antes de dar el siguiente paso. Si algo he aprendido es que, cuando alguien se siente tan engañado que se cabrea, lo mejor es desaparecer antes de que tenga tiempo de encontrarme porque, esa clase de personas, no se rinde fácilmente. Por eso, meto el dinero en el bolsillo interno de la mochila que guardo bajo la cama, me pongo mi abrigo negro, escondo mi pelo rubio bajo la capucha, y me echo la mochila al hombro para irme del motel.

Uso la cortina para asegurarme de que Terry o sus amigos no estén cerca antes de abrir y coloco bien la capucha mientras me escabullo entre los pasillos vacíos. Desde aquí, puedo tener una idea general del aparcamiento que la lluvia esconde con su dureza.

No hay nadie ahí, no que yo pueda ver al menos, pero sí un par de coches que puedo usar. Me decanto por uno de los menos nuevos que espera a una distancia prudente del bar. Si es de alguien que está bebiendo allí, es más difícil que se dé cuenta de que le están robando el coche mientras lo hago.

Solo necesito un par de minutos sola.

Echo a correr por el aparcamiento y deslizo la llave maestra que robé, irónicamente, de unos chicos a los que encontré robando coches meses atrás. Ellos no lo saben, pero tenerla me ha salvado muchas veces, al fin y al cabo, con un coche todo es más sencillo. Puede que no haya podido abrir todos con los que lo he intentado, pero el método que les vi usar con esa llave me ha servido para la mayoría.

Me aseguro de que no venga nadie, meto la llave maestra, y me pego contra la puerta para disimular el movimiento de la llave en un intento de desbloquearlo. Presiono y la muevo esperando a que la cerradura ceda mientras mantengo la mirada en la puerta del bar y en el aparcamiento.

Generalmente, tardo menos de veinte segundos, pero entre el frío y la lluvia apenas puedo sentir mis dedos, mucho menos guiarme en lo que estoy haciendo. Frustrada, presiono con más fuerza cada movimiento.

—Eh.

Mierda.

Paro, relajo mi cuerpo y, al girar, lo hago con cuidado de dejar la llave escondida tras mi espalda. Lentamente, la alcanzo con la mano para devolverla al bolsillo de mi abrigo sin que se note. 

No puedo distinguir bien el rostro del chico que está a pocos pasos de mí por culpa de la lluvia, pero es una figura marcada envuelta en ropa oscura con voz dura. No sé si tiene claro lo que yo estaba intentado, pero, al menos, sospecha, eso seguro.

—¿Es tu coche? —pregunto.

—Sí.

Hay detalles que he ido aprendiendo con el tiempo que he pasado viviendo en la calle, y uno de ellos es que, cuando alguien piensa que puedes robarle el coche, uno de sus primeros instintos es asegurarse de que esté cerrado y, por eso, de forma inconsciente, tienden a buscar sus llaves. El chico frente a mí toca el bolsillo derecho de su cazadora y me quedo con ese detalle antes de poner una sonrisa sobre mis labios.

—Perdona, mi padre tenía el mismo y no he podido evitar mirar. Es un Honda Civic, ¿no? ¿Del 2009?

Ignora por completo el comentario.

—¿Quién eres? —pregunta con dureza.

Podría intentarlo con otro coche, pero tardo bastante en arrancarlo porque nunca he sabido puentear y tengo que hundir un destornillador en el punto de ignición. Lo destrozo cada vez que trato de forzarlo y me toma su tiempo. No podré hacerlo si hay alguien con sospechas cerca. Con una llave, sin embargo…

Extiendo la mano para un saludo cordial al acercarme a él.

—Elena —miento.

Mantengo la sonrisa y siento un vuelco al encontrar sus afiladas facciones acunadas por las gotas de lluvia. Su pelo, oscuro y empapado, se pega a su frente y hace que el azul de sus ojos se vuelva más intenso. La fuerza de su mirada se mezcla con una curiosa confusión que da la sensación de dar un toque de inocencia a un rostro que tiene todo menos eso.

Al notar que no me da la mano de vuelta, dejo caer la mía.

—Elena —repite, y el nombre parece perder su sentido sobre sus labios, como si estuviera tratando de deshacerlo en busca de comprender lo que hay detrás. La sorpresa golpea su mirada y, tan suave que apenas puedo escucharlo, añade—: Tú.

—Sí, esa soy yo.

Necesito quitarle las llaves, pero, ¿cómo?

—¡Kayden! —gritan cerca.

Mi corazón cae en desesperanza cuando otro chico sale del local y se apresura cerca. Iluminado por las escasas luces amarillentas junto a la puerta, a él puedo distinguirle mejor. Su edad no puede ser muy diferente al chico que tengo frente a mí. Es joven, de veintipocos, pero, al contrario que el dueño del coche, el que acaba de salir tiene una postura más relajada y rostro más agradable. Es alguien a quien miras y piensas: "Empezaría una conversación con él". El que tiene las llaves, en cambio, tiene esa mirada que sirve como advertencia de que es preferible ni siquiera intentarlo.




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