Entre garras y dientes

Capítulo 7 - Kayden

| Capítulo 7: Entre encuentros y falta de control |

 

Kayden:

Mi cabeza va a estallar.

Presiono la espalda contra la pared de la celda en la que mi padre me metió nada más volví y cierro los ojos para buscar un olor en específico. Cada mañana, rocían una gota de distintos olores en puntos de la celda para que pueda practicar con ello. Paso las mañanas sentado, centrándome en un único sentido y tratando de distinguir un olor y dejar el resto a un lado. Por las tardes, lo hacen con los sonidos. Encienden televisiones, radios y ponen música a distintos volúmenes por el sótano y en los pisos superiores para que pueda pasar la tarde intentando separar unos de otros.

Ha pasado una semana y apenas he hecho avances.

No consigo recuperar el control de nada salvo de mis transformaciones, más o menos. Quitando algunas noches en las que una profunda angustia presiona mi pecho y encuentro que he destrozado las mantas durante la noche, el resto del tiempo lo llevo bien.

Más que en olores, lo que ahora busco son sonidos. Llevo desde que Jeremy se ha ido esperando escuchar el motor de mi coche de vuelta y, eso, lo distingo en cuanto vuelve a casa. Me quedo con ese sonido, lo centro, y busco a su alrededor. No puedo llegar a distinguir voces u olores a tanta distancia, pero sé que ella está aquí.

Por su propia voluntad.

La semana que tardó en llamar fue un auténtico infierno y mi padre se pasó por la celda innumerables veces para decirme que no estaba pensando con claridad al dejarla ir como lo hice, al no acceder a que nadie más la rastreara una segunda vez para traerla aquí. Una de las veces, mi padre insistió tanto, que terminó decidiendo que mandaría a alguien. En cuanto lo hizo, no lo pensé, no me di cuenta, solo sé que alcancé su mano y tiré para que no pudiera alejarse oyendo el fuerte golpe de su cuerpo contra las barras de mi celda de vuelta. 

Mi padre es fuerte, sobrepasado solo por su beta, y ese golpe no fue ni un rasguño para él, pero, de no ser porque entiende de primera mano por lo que estoy pasando y lo confuso que es, sé que ya me habría echado de aquí. En su lugar, lo entendió y dijo que le daría otra semana más. 

Ella llamó dos días después y oír su voz fue como sentir la lluvia tras meses de sequía.

No fue así la primera vez que la vi, pero mi padre tenía razón al decir que la parte animal se despertaba al conocerla, porque, al encontrarla una segunda vez, esa parte de mí la reconoció, y ya no estaba tan adormecida como al principio. La buscaba. 

Después de poner distancia una segunda vez, después de haberla tenido cerca tras haber “despertado”, su ausencia fue desgarradora. Entendí las palabras que mi padre intentó darme al volver a casa y tropezar cuando salí del coche, y después, en la celda, cuando las pastillas fueron perdiendo su fuerza y sentí el más doloroso rechazo con su ausencia.

Me pongo en pie para acercarme a las barras y dirigirme a Arturo, uno de los vigías y quien tiene la responsabilidad de mantener un ojo sobre mí hoy.

—Jeremy ha vuelto, tráele.

Me ignora y yo no tengo paciencia hoy. 

¿Sabe lo que fue dejar a la persona que te hace rogar por su presencia sola, en plena noche, sabiendo que quizás no volvería solo porque sabías que estaba incómoda y quería irse? ¿Sabe lo que es perder la esperanza y hundirse en un profundo rechazo y que, después, te la devuelvan?

Cierro las manos con fuerza, notando de vuelta esa calidez hogareña deslizarse por mis extremidades al plantearme, sin siquiera pararme a pensar de forma racional, que quizás pueda salir de aquí forzando un poco la situación. Antes de poder ponerlo en práctica, oigo los pasos de Jeremy entrar al edificio y mi visión se vuelve más clara.

—Hecho —dice al bajar los últimos escalones. Trae consigo una manzana que lanza a través de los barrotes y que agarro sin tener que mirar—. Ella está con Rosetta, el alfa ha decidido que es mejor que sea otra humana la que le dé la bienvenida para que conozca mejor sus costumbres y que sea menos posible que cometiera un desliz.

—Rosetta —repito.

Ella me agrada, pero la idea de que sea otra persona quien le enseñe esto me devuelve una punzada de rabia. Al igual que lo ha hecho cuando mi padre me ha dicho que no podía salir de aquí para ir a buscarla, pero, al encontrar mis propias reacciones bajo un momento de racionalidad, le he dado la razón.

No está siendo fácil.

Encuentro mis garras hundiéndose en la manzana.

—Ha preguntado por ti. —Eso le devuelve mi atención—. Parecía algo decepcionada al decirle que estabas demasiado ocupado los próximos días.

—Días —encuentro repulsión en mi propia voz.

—Oíste al alfa, no puedes salir hasta que no dejes de ser un peligro para la manada.

Tiro la manzana a través de los barrotes y se hace añicos contra la pared en la que Arturo está apoyado. Aunque cae a pocos centímetros de su cabeza, él ni siquiera se inmuta.




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