Entre garras y dientes

Capítulo 10 - Madison

|Capítulo 10: Entre mates y amenazas |

Madison:

Cuando Rosetta viene para acompañarme al comedor como lleva haciendo toda la semana que he pasado aquí, estoy sentada al borde de la cama. Tengo la mochila a mi lado mientras pienso en irme.

Rosetta me da una de sus sonrisas amables. Parece como si realmente quisiera ser mi amiga, pero ese velo de los primeros días ya ha caído. Los primeros días aquí fueron abrumadores, pero en el buen sentido. Tuve la esperanza de poder quedarme un tiempo, un par de semanas, incluso un mes o, no lo sé, quizás más.

El problema es el comportamiento de las personas aquí.

Rosetta me sigue como una sombra y no me deja sola ni un solo momento. Las miradas constantes no han cesado y ha pasado demasiado tiempo como para que sea solo por ser “la nueva”. Entiendo que no reciban muchas visitas, pero esas miradas unidas a que nadie parece querer dirigirme la palabra, es una mala mezcla.

Me siento como una intrusa.

Pero, me siento rechazada.

—Date prisa. Hoy hay costillas y se terminan en menos de diez minutos —me avisa.

—¿Hay algo que no sea carne alguna vez? —Meto la mochila de vuelta en la parte baja del armario y salgo de la habitación—. Sé que hay verduras para acompañar, pero sabes a lo que me refiero.

—Aquí gusta mucho la carne —justifica.

Lo he notado.

Igual que les gusta la caza. Suelo sentarme cerca del río por las tardes y, más de una vez, he visto a grupos pequeños volver con animales muertos mientras charlan. Les veo moverse al otro lado del río hasta desaparecer en una zona que a mí me han prohibido.

Incluso he visto a niños cruzar ese límite, y eso me ha confundido.

Tal y como me confunde que Rosetta no deje de poner excusas cada vez que le digo que quiero hablar con Edwin (porque quiero poder poner de mi parte para no sentir que les debo algo todo el tiempo). O lo notorio que es que Rosetta corta cada conversación que consigo entablar con cualquier persona que no sea ella.

Me siento atadas de pies y manos, ignorada y controlada.

—¿Qué tal te encuentras? —me pregunta cuando cruzamos la puerta del edificio donde me han dado una habitación. La noche ha caído hace rato y, aquí, al contrario que en la ciudad, las estrellas son visibles y llamativas en un cielo oscuro. Miro a Rosetta sin entender—. Me has dicho esta tarde que te dolía la tripa y que por eso no querías salir de tu habitación.

Oh, eso.

—Mejor.

No me esfuerzo en disimular que he mentido y ella no se esfuerza en preguntar más allá. Lo único que quería era pensar si valía la pena tener una cama y comida a cambio de ese miedo que empiezo a sentir porque hay algo raro aquí y temo que, cuando quiera irme, sea demasiado tarde. Temo que me digan que les debo algo, un pago, no lo sé.

Necesitaba pensar.

—Mañana hay una excursión con los más pequeños para una clase sobre plantas medicinales y orientación, ¿por qué no vienes? Será divertido —ofrece.

—Lo pensaré. —Sin ganas de rendirme con la seguridad que este lugar me da, lo intento una vez más—: ¿Crees que mañana Edwin estará por aquí? Necesito hablar con él.

—Mañana estará ocupado, pero le dejaré saber que quieres hablar con él.

Sonrío para morderme la lengua. 

Eso es lo que me lleva diciendo días.

Edwin me dijo que me aclararían las dudas y ha desaparecido por completo de mi alcance.  Tal y como desapareció Jeremy después del primer día, y ya ni hablar de Kayden.

No, aquí no me siento bienvenida. En su lugar, empiezo a sentir una gran preocupación.

Presiono la mano contra el bolsillo de mis vaqueros para asegurarme de llevar el móvil conmigo y Rosetta levanta la mano para saludar a un doctor al que me presentaron el día que llegué. A mitad de camino del comedor y con los alrededores casi vacíos porque hoy han retrasado todo una hora, Rosetta se vuelve hacia mí.

—Tengo que hablar con Terrence, espérame en el comedor —dice.

Sin poder responderle, ella se aleja de mí.  Mi mirada vaga con las mismas preguntas en otra dirección. Vuela hacia los límites de esta pequeña comunidad preguntándome si soy la única a quien las restricciones empiezan a parecerle una atadura más que protección. Ahí es cuando veo a Héctor, el niño que me dio flores una vez y que siempre se acerca a abrazar a Rosetta antes de alejarse alegremente.

Ahora, el niño está andando cerca del río antes de mirar hacia los árboles inquieto.

Como todas las veces que le he visto, está solo. Rosetta me dijo que Héctor era un niño muy inquieto e independiente, pero eso no quita que mi corazón dé un vuelco al verle adentrarse solo en el bosque.

—¡Ros… —Me callo al volverme hacia donde el doctor estaba y no ver a nadie ahí.

Rosetta se ha ido y, aunque trato de encontrar a alguien, a las únicas personas adultas que veo son a un grupo de tres en la distancia que aceleran sus pasos para alejarse en cuanto ven que lo que pretendo es acercarme a ellos. Aun así, acelero también mis pasos para no meterme sola en el bosque porque me han advertido de que no debía hacerlo, pero ellos desaparecen tras un edificio y tengo que tomar una decisión.




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