Entre garras y dientes

Capítulo 12 - Madison

|Capítulo 12: Entre mates y reencuentros |

Madison:

Rosetta puede ser asfixiante cuando quiere.

Después del incidente del otro día se ha convertido en mi segunda sombra y eso empieza a ser frustrante. Apenas han pasado dos días y ella me para a cada paso que doy. Todavía no he conseguido hablar con Edwin para intentar ayudar con algo aquí y, si antes me esquivaban, ahora es todavía peor.

Nadie da un paso en mi dirección, ni siquiera los niños.

Tiro de una de las flores que Rosetta cultiva en el jardín junto al río. Ella me ha dicho que podía cortar y llevarme algunas a mi habitación. “Su olor es relajante, te ayudará a estar tranquila”, ha ofrecido. No es que sienta demasiado su olor, pero sus colores son bonitos. 

Claro que, si me planeo llevar un par no es por eso, sino porque necesito hacer algo con mis manos ahora mismo. 

Estoy dando vueltas a la idea de irme.

Hay algo extraño aquí, lo sé desde que llegué, pero quiero tanto tener un lugar donde descansar que sigo alargándolo. El “un par de días” se ha convertido en “un par de semanas” y me preocupa acomodarme demasiado. No estoy hecha para vivir en un lugar así y, ellos, tampoco parecen dispuestos a aceptarme.

Me debería haber ido hace días.

—Cuidado al cortarlas —pide Rosetta al verme con una nueva freesia en la mano—. No las arranques.

—Claro, lo siento.

Ella me sonríe, pero su mirada cambia en cuanto se vuelve hacia la puerta.

Con una excusa rápida, sale del jardín y se aleja hacia un grupo que está acercándose. 

Desde aquí no puedo escucharles, pero sí ver sus rostros.

Está el hombre que veo merodear cerca de la casa en la que me quedo durante algunas noches. Ese que se pasea por los límites de la comunidad en silencio, de hombros anchos y con una altura intimidante. También Jeremy, poco sonriente en comparación a las pocas veces en las que nos hemos cruzado.

También encuentro a Kayden, ese chico que me habló de este lugar para luego simplemente desaparecer. 

Bajo la mano hacia otra flor. Como me ha pedido Rosetta, la corto en vez de arrancarla. Espero mientras creo un pequeño ramo con el que adornar los tonos tierra de la habitación en la que me estoy quedando mientras ellos hablan.

Es hora de pensar en irme, lo sé.

Ayer mismo conté el dinero que me quedaba. Puedo hacer esto, puedo coseguir más, puedo seguir con la vida que tenía. Sé hacerlo.

—Me he enterado de lo del otro día.

Levanto la mirada al oír a Kayden. Es extraño que alguien me hable directamente en este lugar, más todavía que sea el chico al que no he visto desde antes de llegar. Le veo apoyarse contra la valla, cerca de la puerta del jardín.

A poca distancia de nosotros, Rosetta sigue hablando con Jeremy y el otro hombre.

—Pensaba que no seguías por aquí. —Coloco bien las flores para terminar con el ramillete—. ¿Siempre le dices a la gente que venga para luego desaparecer?

—¿Siempre te metes en lugares que te han dicho que estaban fuera de los límites? —devuelve.

—Solo los jueves.

Dudo que alguien aquí no conozco la historia, debe de saber lo que pasó en realidad. 

Aparto una flor del resto mientras las organizo. 

Kayden se aclara la garganta y sus nudillos se vuelven blancos contra la valla. 

Han sido pocos días, pero había olvidado la intensidad de sus ojos y la fiereza de sus facciones.

—¿Siempre desapareces después de convencer a alguien de venir? —pregunto.

Su postura es más tensa cuando le vuelvo a mirar. No voy a negar que me he sentido engañada por su forma de venderme este lugar, pero no esperaba que mi tono delatara tanto como para ofenderle. Su respiración es pesada y, la postura, tan tensa que me tiene preguntándome si he dicho algo malo. De no ser porque su tono es bajo, casi diría que es intimidante.

—Eso no fue voluntario —responde.

Su atención sigue cada uno de mis movimientos cuando consigo una flor más y casi desearía que hubiera seguido así cuando sus ojos vuelven a clavarse en los míos. Hay algo ahí, tras los suyos, tan intenso que me hace apartar la mirada. Tan intenso que parece arder.

—Veo que te has adaptado bien —añade.

Giro las flores para verlas mejor.

—Si bien es que aquí las personas cambian de dirección en cuanto me ven, que nadie más que Rosetta me dirige la palabra y que nadie se acerca a más de dos metros de mí, sí, me he adaptado bien —respondo.

Él es, literalmente, la primera persona aparte de Rosetta que se ha acercado a hablar conmigo prácticamente desde que llegué. Hay algo raro aquí, y sé que lo inteligente sería no quedarme a verlo. 




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