Entre garras y dientes

Capítulo 14 - Madison

| Capítulo 14: Entre escapadas y moteles |


Madison:

Que Rosetta me despierte el sábado poco antes del amanecer me tiene en tensión desde el primer momento. Me inquieta y hace que mis pasos sean vacilantes cuando meto mis cosas en la bolsa y la sigo hacia el exterior.

La noche, o el amanecer, es tan frío que paro para echarme un jersey abierto por encima en busca de refugio. Mientras tanto, Rosetta no hace más que insistir en que me dé prisa sin parar a explicarse. Lo máximo que consigo es un “Te lo explicarán ahí” que me genera todo menos confianza.

Esa brusquedad es la razón por la que llevo todas mis cosas conmigo de camino al aparcamiento.

Es allí donde empiezo a oír voces. Los sonidos se mezclan con las luces de distintos coches y el mal presentimiento se extiende de vuelta advirtiéndome de que sea cautelosa. Mis pasos se vuelven más lentos y desconfiados.

—Ya están aquí —oigo desde el aparcamiento.

Desde uno de los coches, veo asomarse al hombre pelirrojo que suele estar por la enfermería. Ese que apareció durante una de las clases de niños pequeños que presencié para hablarles de plantas medicinales. Si no me equivoco, su nombre es Victor. En cuanto nos ve, se mete de vuelta en el asiento del conductor. Tiro del brazo de Rosetta antes de llegar hasta ellos.

—¿De qué va todo esto? —pregunto.

—Te lo explicarán…

—No, quiero saberlo ahora —interrumpo.

Quiero que me diga por qué le cuesta tanto explicarse sin tiempo de crear una excusa. Quiero saberlo para conocer sus intenciones porque ahora mismo hace todo menos agradarme. ¿Es que no nota lo extraño que es que te saquen de la cama antes de que amanezca y no te expliquen nada?

Suelto el brazo de Rosetta.

—Por favor —insisto con más suavidad.

—Es solo una rutina —explica torpemente.

—¿Rutina de qué?

Antes de que pueda terminar, Kayden pasa cerca.

—Elena, vienes conmigo —interrumpe.

En el corto tiempo que le miro para centrar de donde viene su voz, Rosetta se ha alejado hacia un tercer coche. Mientras, las luces del coche en el que he visto a Victor iluminan el aparcamiento antes de que se aleje de aquí. 

Kayden espera a pocos pasos de mí, con una bolsa que sostiene sobre su hombro y una mirada demasiado agitada como para ser tan temprano. Parece que no ha dormido en días y, al mismo tiempo, como si estuviera tan descansado que pudiera seguir así durante horas.

—¿Esas son todas tus cosas? —pregunta hacia la bolsa.

—¿Esto es por lo que hablamos el otro día sobre irme? 

Se queda en silencio y acomoda mejor el agarre en su bolsa.

Su mirada me esquiva largos segundos antes de volver.

—Querías hablar con mi padre sobre hacer algo para ayudar aquí, así que me acompañarás a la ciudad a comprar algunas cosas —explica antes de insistir con lo mismo—. ¿Son esas todas tus cosas?

—Sí.

—¿No has dejado nada aquí?

—No.

—Entonces vamos —dice.

No puedo evitar dar una última mirada hacia la comunidad antes de seguir a Kayden hasta el aparcamiento. Se despide del coche en el que se ha subido Rosetta con un gesto de la mano y lanza su bolsa dentro del maletero del coche que robé hace algunas semanas. 

Estira una mano hacia mí para que le pase mi bolsa, pero todo lo que hago es acercarla más a mí para marcar que no pienso soltarla. 

—Te sientas atrás. —Sus palabras llegan con el golpe al cerrar el maletero.

—¿Es un viaje largo? Me mareo si me siento atrás por más de una hora.

—Ese no es mi problema.

Esa respuesta me hace agarrar la bolsa con más fuerza ante la sorpresa. Intento entender su comportamiento, pero Kayden no me lo pone fácil. Se mete en el asiento del conductor e insiste una vez más en que suba con ese tono duro que se une al sonido del bote de pastillas con el que le vi la última vez.

—¿Migraña de nuevo? —pregunto al sentarme.

Dejo la bolsa a mis pies y Kayden acomoda el espejo central hasta que puedo ver sus ojos a través del espejo. Sus dedos agarran con tanta fuerza el objeto que estoy segura de que va a romperse en cualquier momento. Como si se diera cuenta, lo suelta.

—El cinturón —me recuerda.

Me lo pongo, y él tira el frasco dentro de la guantera.

—Son seis horas —avisa—, lo mejor es que te duermas. Se hará más fácil.

Baja la ventanilla y las luces de su coche rozan la comunidad antes de hundirse en la carretera cuando saca el coche de aquí. No recuerdo del todo el camino que tomamos para venir aquí cuando Jeremy me trajo, pero sí la gran cantidad de curvas de la zona más cercana a esta comunidad.




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