| Capítulo 20: Entre lobos jóvenes y confusión |
Madison:
No he notado, hasta que me ha dejado dentro del coche al que me ha acompañado Kayden, que había sangre en sus manos. No una cantidad tan remarcable como para notarlo al momento, pero sí lo suficiente como para que haya manchado mis manos. Aunque froto la palma contra mis vaqueros cortos, no termina de irse.
Aquellos que no me han dirigido ni una mirada en semanas, ahora no apartan sus ojos de mí mientras espero. No son muchos, pero encuentro a grupos pequeños cerca del aparcamiento, mirando y hablando. También a Edwin, de pie a pocos metros y completamente solo.
El corazón se me acelera al ver la situación porque, lo admito, me recuerda a una película de terror donde una orden asesina va a matar a la persona que ha cometido el error de ir allí. En este caso, yo tengo ese papel en mi tonta imaginación.
Paso una mano por mi frente sin poder creerme la tontería que acabo de pensar.
Luego encuentro la sangre de vuelta y el horror me hace querer vomitar.
—Estás cometiendo un error.
La voz de Edwin es tan dura que ni siquiera con las ventanas subidas pierde su fuerza. Sus palabras buscan a Kayden, pero acaparan la atención de todos salvo de su hijo. Kayden se acerca al aparcamiento con una bolsa. No sé qué responde, pero le veo lanzar la bolsa dentro del maletero antes de cerrarlo con tanta fuerza que incluso viéndolo me sobresalto por el ruido.
—Te he avisado, Kayden —insiste Edwin.
En lugar de responder, Kayden se mete en el coche.
—El cinturón —me recuerda.
Solo después de ver que lo he atado y de tirar él para asegurarse de que esté bien puesto (algo de lo que me habría quejado de no ser una situación tan extraña) arranca. Kayden mira hacia atrás en vez de usar el espejo central y, tan brusco que noto el balanceo poco necesario del coche sobre las piedras del aparcamiento, nos saca de ahí.
Miro hacia atrás. Miro hacia las personas que se han empezado a acercar al lugar donde había estado el coche aparcado. Su forma me atormenta. Es esa alarma de los últimos días estallando. Sé que debería sentirme más preocupada de la sangre que cubría las manos de Kayden, pero, al mirarle, todo lo que puedo sentir es alivio.
Alivio por dejar ese lugar atrás.
Al menos durante unos segundos, luego mis emocinoes me alcanzan.
—¿Por qué hay sangre en tus manos?
—No es mía.
—Eso no es tranquilizador.
Baja la ventanilla y enciende las luces para ver mejor entre las curvas y gruesos árboles que adornan la montaña. Está tenso, tanto que debería estar pensando en algo más serio que no sea la forma en la que su mandíbula se marca y sus rasgos, tan afilados, me roban el aliento con el gesto.
¿Pero qué tengo en la cabeza?
—En el claro un chico se ha caído al intentar escalar un árbol. Se ha roto la pierna. Había sangre y no he tenido tiempo de cambiarme más que la camiseta antes de ir a buscarte. —Me da una corta mirada—. Antes de que lo preguntes, él está bien.
Sí, eso sí ayuda.
Me humedezco los labios al sentir mis inquietudes de vuelta.
—¿Vas a decirme por qué nos hemos ido así?
—En cuanto nos alejemos lo suficiente.
—Entonces dime al menos por qué me invitaste a ir en primer lugar. —Suspira y frunce. Su mirada empieza a rehuir de la carretera después hasta el punto de cerrarme la garganta—. Realmente no me querían allí, ¿no?
—No es tan fácil.
—Esa es respuesta suficiente.
No, no me querían aquí o él lo hubiera negado.
—Te querían allí —añade—, al menos querían lo que tú representas.
Rompo a reír, pero es por los nervios.
Apoyo la mano contra mi pelo lo más cerca a la puerta posible por puro instinto y miro hacia él.
—Como digas que era algo similar a un sacrificio voy a tirarme del coche en marcha.
Es una forma de hablar, porque no podría creer tener tan mala suerte. Hay cobradores queriendo poner mi cabeza en una bandeja solo para enseñársela a mi padre para seguir exigiendo su dinero y, ¿ahora esto? Hundo los dedos en mi pelo. La suerte no está de mi parte.
Kayden se queda en silencio largos segundos y luego veo su mano vacilar al buscar la palanca de marchas.
—Lo que ha pasado antes, en la enfermería...
—¿Te refieres a lo de preguntarme si había antecedentes de esquizofrenia en mi familia porque parecía estar teniendo indicios de sufrirla? —Lo he dudado y, de no ser porque Victor tenía una sonrisa tan tensa sobre sus labios que la mentira era notoria, me lo habría llegado a creer. Como dicen "No es fácil engañar a un mentiroso". Dejo la mano caer, mirando hacia las últimas luces en el exterior antes de que anochezca—. Pensaba irme al amanecer, no tenía ganas de hacer todo este camino a oscuras.