Tal vez nuestro amor fue como aquel otoño, que llegó solo para teñir de colores los recuerdos, para luego irse en silencio, dejando paso al frío inevitable. Una estación que, aunque breve, marcó de manera irreversible cada rincón de mi ser.
Recuerdo aquellos años, cuando algo tan pequeño como una simple confesión —“me gustan los girasoles”— hizo que mi corazón se perdiera en un campo entero de ellos. A veces, la belleza de lo sencillo es la que más nos atrapa, pero también la que más nos duele cuando se va.
Sus ojos, eran como un océano profundo y solitario. Un lugar al que todos querían adentrarse, pero del que nadie se atrevía a salir. Yo lo hice. Me refugié en ellos, aunque nunca tuve el valor de pedir ayuda. En tu mirada encontraba calma, pero también una soledad que jamás supe cómo llenar.
Con el tiempo descubrí algo que nunca imaginé: ya no podía sentir lo mismo por nadie más. El vacío que dejaste era más grande que cualquier amor, más grande que cualquier ilusión. Entonces comprendí que el tiempo no olvida el dolor, lo transforma, lo obliga a convertirse en parte de uno. El tiempo no nos cura, simplemente nos enseña a convivir con lo que perdemos.
Y aunque todo lo que quedó fue silencio, aún recuerdo ese instante en que nuestras miradas se cruzaron por última vez. Fue fugaz, pero suficiente para hacerme creer que tal vez algo pudo haber sido diferente. Solo mi corazón tembló; el tuyo permaneció distante.
El tiempo, ese mismo que me arrebató tu presencia, también me mostró que la vida sigue, que las estaciones pasan y que la gente se va. No importa cuán fuerte sea el deseo de volver, ni cuántas veces el alma busque regresar al rincón donde todo parecía eterno. El mundo sigue su curso, y nosotros debemos adaptarnos, como la naturaleza lo hace con el frío y el calor.
Sin embargo, algo dentro de mí sigue esperando. Sigue queriendo volver a encontrarte.
Mucho tiempo después alguien me preguntó:
—¿Alguna vez encontraste el amor verdadero?
Respondí que sí, que lo encontré.
—¿Y luego? —insistió.
“Luego, se fue. En el momento en que menos lo esperaba, Selena se alejó de mí, dejándome con la certeza de que nada es eterno”.
No es que crea que, si regreso a ese lugar, te encontraré esperándome. No es que espere recuperar lo que ya se fue. Pero a veces el corazón es una contradicción: desea lo que sabe perdido.
Porque, al final, la vida es un ciclo de encuentros y despedidas. Y aunque me repita que debo seguir adelante, no puedo evitar mirar atrás, con la esperanza de que algún día, en algún lugar, nuestras almas vuelvan a encontrarse.
—Jacob