El sol apenas despuntaba cuando mi despertador sonó. A las seis de la mañana, la ciudad seguía tranquila, pero mi mente ya estaba en modo competencia. Me llamo Valeria Hernández, tengo 24 años y soy mediocampista del Club América Femenil. Hoy tocaba entrenamiento, y como siempre, era un día para darlo todo.
Miré mi uniforme cuidadosamente doblado sobre la silla junto a mi cama, un recordatorio de que cada día es una oportunidad para demostrar quién soy. Desde niña soñé con este momento: jugar en un equipo profesional, sentir el césped bajo mis pies y escuchar a la afición gritar mi nombre. Pero lo que nadie te dice es lo que cuesta llegar aquí.
Las horas de sacrificio, el sudor, los días en los que parecía que nadie creía en mí... todo valió la pena. Ahora estoy aquí, en el club más grande de México, y no pienso detenerme hasta ser la mejor.
Después de alistarme, bajé al comedor. Mamá ya estaba despierta, como siempre, con un plato de avena y un jugo de naranja esperándome en la mesa.
-Hoy tienes que comerte al mundo, hija -me dijo con esa sonrisa que siempre me tranquiliza.
Asentí mientras terminaba mi desayuno. Mamá había sacrificado tanto por mí... Por eso nunca podía conformarme con menos de mi mejor esfuerzo.
Cuando llegué al club, el ambiente era diferente. Había una energía especial en el aire, algo que no podía explicar. Las chicas ya estaban en la cancha, bromeando y calentando. Nuestro entrenador, el "Profe", llegó puntual, con su pizarra táctica y su actitud seria.
-Hoy entrenamos presión alta. Quiero intensidad desde el primer minuto -dijo con voz firme, y todas asentimos.
Mientras practicábamos, podía sentir las miradas de mis compañeras. No era un secreto que muchas veían en mí a una líder, aunque yo nunca lo buscara. No sé si eran mis goles, mi forma de dirigir el juego, o simplemente mi hambre de ganar, pero siempre trataba de inspirarlas.
Al terminar el entrenamiento, me quedé en la cancha un rato más. Tenía un objetivo claro: perfeccionar mi tiro libre. Podía escuchar el eco del balón cada vez que golpeaba el travesaño o cruzaba la red. El tiempo desaparecía cuando estaba sola con el balón, como si todo el universo se resumiera a ese instante.
Justo cuando me disponía a regresar al vestidor, escuché unos pasos detrás de mí. Me giré y vi a un grupo de jugadores del equipo varonil acercándose. Al frente, con una sonrisa despreocupada y los ojos más intensos que jamás había visto, estaba él: Kevin Álvarez.
No era la primera vez que veía a Kevin, pero nunca habíamos cruzado más que un par de saludos. Era uno de los recientes fichajes del América, conocido por su velocidad y su habilidad defensiva. Pero lo que más destacaba de él era su actitud tranquila, como si siempre supiera algo que los demás no.
-Buen tiro -dijo, señalando el balón que acababa de colarse en la esquina superior del arco.
-Gracias -respondí, intentando sonar casual.
Kevin se quedó un momento observándome, como si evaluara algo. Luego, sin previo aviso, se inclinó y tomó un balón del suelo.
-¿Te importa si intento uno? -preguntó con una sonrisa que parecía un desafío.
Le di espacio, cruzándome de brazos mientras él preparaba su tiro. Observé su técnica, su postura, el modo en que sus músculos se tensaban justo antes de golpear el balón. Su disparo fue preciso, rozando la esquina inferior del arco.
-Nada mal -dije, tratando de sonar indiferente, aunque internamente estaba impresionada.
Él soltó una risa suave.
-Nada como el tuyo.
Ese fue el inicio de algo que en ese momento no entendí del todo. No sabía si volveríamos a cruzar caminos, pero algo me decía que Kevin no era el tipo de persona que aparecía en tu vida sin razón.
Esa noche, al llegar a casa, me senté frente a mi escritorio con mi libreta. Desde que era niña, siempre escribía después de los entrenamientos. Era mi forma de procesar todo: los aciertos, los errores, y lo que quedaba por mejorar.
"Hoy fue un buen día", anoté. "Aunque aún falta mucho por hacer."
Hice una pausa antes de añadir algo más. "Y conocí a alguien interesante."
No era mentira. Kevin Álvarez había dejado una pequeña marca en mi día, aunque me negaba a admitirlo por completo. Pero eso era algo para preocuparme después. Por ahora, solo tenía un objetivo claro: ganar el siguiente partido.
Porque en mi vida, el amor siempre quedaba en segundo plano. Mi primer y único amor era el fútbol... ¿o eso estaba a punto de cambiar?