Entre juegos y miradas

Un agudo sonido

El aula estaba llena, pero yo me sentía completamente sola.
Ese día era mi primer día en el nuevo colegio, en una nueva ciudad, con un uniforme que aún no sentía mío. Me había mudado hace poco, y ni siquiera recordaba con claridad cómo pronunciar el nombre del lugar donde vivía ahora. Solo sabía que todo me parecía enorme… y yo, tan pequeña.

—Preséntate —dijo la profesora con una sonrisa amable.

Me levanté de a poquitos, con las manos frías y las piernas pesadas. Respiré hondo y dije:

—Me llamo… Eli… Elizabeth

Sentí que mi voz temblaba, o quizás era solo que sonaba demasiado delicada. Demasiado suave para que alguien me escuchara de verdad. Miré al frente, intenté sonreír, pero las palabras se me atoraron en la garganta.

De pronto, alguien interrumpió.

—¿Puedo ir al baño, profesora? —dijo una voz masculina desde el fondo del aula.

No alcancé a verle bien, pero lo que sí noté —aunque no quería mirar— fue que era alto. Mucho más que yo. Y yo soy bajita. La menor de mis hermanos. La que siempre mira hacia arriba cuando quiere hablar con alguien.

No le dirigí la mirada. No me atrevía. Solo bajé la vista, deseando que el suelo me tragara.

La profesora asintió, él salió, y el timbre sonó casi al mismo tiempo.
Recreo.

Ni siquiera terminé de presentarme. Me quedé a la mitad. Como si esa media presentación fuera un reflejo de cómo me sentía: a la mitad de todo.

Entonces, una mano cálida me tocó el brazo con delicadeza. Una voz suave y llena de buena vibra me habló:

—Hola. Soy Sofía. Un gusto. ¿Eres nueva?

Me miraba con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, como si llevara tiempo esperándome. Y sin saber cómo, ni por qué, se convirtió en mi primera amiga verdadera en ese lugar. Y en una de las más importantes.

Sofía no me soltó la mano. Me llevó directamente a un grupo de chicas que ya se conocían de antes. Reían, hablaban rápido, lanzaban miradas al resto del patio como si supieran exactamente quién era quién y qué hacía cada uno.

Yo solo escuchaba.
Ellas hablaban de chicos. De “ese que le gusta a ella ”, de “con quién está ahora tal”, de mensajes, indirectas y números de teléfono. Me parecía otro idioma. Un idioma que yo aún no sabía hablar.

Nunca había estado con nadie.
Nunca me habían gustado de verdad, y mucho menos me había gustado alguien que también me notara. Así que solo me limité a sonreír. Apretando los labios, sin decir palabra, como si eso me hiciera invisible.

Pero no funcionó.

Una de las chicas, de cabello oscuro y rizado, me miró directo a los ojos:

—¿Y tú? ¿Quién te gusta?

Sentí cómo el miedo me subía por el pecho como una ola. Mi cara debió ponerse roja, o quizás blanca. Solo recuerdo que me ardían las mejillas ¿como me gustaria alguien si es el primer dia?.

—N-no… —dije bajito—. No estoy con nadie.

No dijeron nada, pero dejaron de mirarme. Como si ya no fuera tan interesante. El tema se desvaneció por unos segundos, hasta que otra de ellas soltó un bufido de molestia.

—¡No saben!

Era una chica más alta que yo, de cabello largo, brillante y perfectamente peinado. Tenía el uniforme impecable, labios brillantes, y una seguridad que se notaba en cómo caminaba, cómo hablaba… y cómo se enojaba.

—Le pedí su número, y me dijo “no, gracias”. ¿¡Quién se cree!? —exclamó.

—¿Quién fue? —le preguntaron, medio escandalizadas.

Ella hizo una pausa dramática, como si soltara el nombre fuera una bomba.

Daniel.

Sin darme cuenta, lo pensé en voz alta.

—¿Quién es ese?

Las chicas me miraron de inmediato, como si hubiera dicho una mala palabra. Algunas sonrieron. Otras soltaron una risita entre dientes.

—Verdad, eres nueva —dijo una—. Él es Daniel.

Todas apuntaron hacia el patio deportivo, donde un grupo de chicos jugaba básquet.
Y ahí estaba él.
Alto, con el polo del uniforme medio desordenado, lentes oscuros, y el cabello rizado que rebotaba cuando corría.
Parecía salido de una película adolescente. O eso pensaban ellas.

—Dicen que es uno de esos chicos milagrosos —susurró una, casi como si hablara de una leyenda.

—Guapo, deportista, buen alumno, amable… lo tiene todo —agregó otra.

Yo solo lo observé en silencio.
Para mí, parecía más bien un chico que sabía que lo tenía todo.
Un poco egocéntrico. De esos que caminan como si el mundo girara para verlos pasar.
O tal vez solo lo miraba así… porque no me gustaba que todos lo adoraran sin conocerlo.

No dije nada.
Solo asentí, dejé que siguieran hablando de su perfección…
y bajé la mirada, como si no me importara pero deje que ese dia terminara con una charla de chicas un poco desinteresadas que va no deberia tomar importancia..




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.