El colegio había terminado y por fin podía respirar tranquila.
O eso pensé, hasta que salí por la puerta principal y una voz detrás de mí gritó:
—¡Boo!
Salté como si me hubieran electrocutado. Me giré lista para pelear, y ahí estaba:
Daniel.
Con esa sonrisita irritante que parecía disfrutar más de mi reacción que de haberme asustado realmente.
—¿¡Estás enfermo!? —le dije, empujándolo un poco.
—Nah, solo animado —respondió, sin dejar de reírse—. Tranquila, Mulberry, sobreviviste.
—¡No me llames así! —bufé, mientras por dentro me ardían las orejas.
Detrás de él aparecieron Leonardo y Sofía, muertos de risa como si hubieran estado planeándolo desde hace rato.
—¿Desde cuándo ustedes…? —dije, mirándolos.
—Nos conocimos hace tiempo —respondió Sofía—. ¿No te lo contaron?
—No —dije, mirando a Leonardo, que solo sonrió con aire inocente.
—Sorpresa —agregó Daniel, señalándome con los dedos como si yo fuera el premio de un juego.
Y así, sin poder escapar, terminé caminando con los tres juntos. Aunque decir “con los tres” es generoso. Sofía y Leonardo iban felices adelante, hablando de libros, música y cosas que no entendía.
Y yo…
Yo iba al lado del fastidio con piernas.
Daniel no se callaba ni un segundo. Cada diez pasos inventaba un apodo nuevo:
—Mini Tormenta.
—Cabeza hueca
—Cara de recreo.
—Poste andante
—Pantuflita enojada.
—Ya callate
—No,Mulberry.
Siempre Mulberry.
—¿Alguna vez vas a madurar? —le solté, cruzando los brazos.
—Tal vez —dijo, fingiendo pensar—, pero perdería el placer de ver cómo te frunces toda cuando me ves.
Me mordí la lengua para no responder.
Pero mis mejillas ya me habían traicionado con un leve tono rosa.
Ya no lo soportaba más.
Mulberry esto, Mulberry lo otro…
Casi lo empujo al ver ese árbol enorme cerca de la acera. Entonces se me ocurrió algo.
Me giré de golpe hacia él.
—¿Quieres seguir con los apodos? ¿Sí? Pues te propongo un trato.
Daniel alzó una ceja, intrigado.
—Interesante. Me encantan los tratos que involucran mi diversión.
—Si adivinas cuántos pasos hay desde aquí hasta ese árbol —dije señalándolo—, puedes seguir llamándome Mulberry… por el resto del año.
Pero si fallas, me dejas de llamar así para siempre.
Se quedó en silencio. Sus ojos brillaban como los de un niño con un juego nuevo.
—Me gusta. Pero si tú pierdes… no solo aceptas el apodo, sino que tienes que usarlo en tu nombre de contacto. Elizabeth “Mulberry”... algo.
—Acepto —dije firme, aunque por dentro una parte de mí gritaba ¡¿qué estás haciendo?!
Sofía y Leonardo se detuvieron y nos miraron como si fuéramos de otro planeta.
—¿Otra vez ustedes dos? —dijo Sofía, sonriendo.
—Ellos no discuten —comentó Leonardo—. Coquetean con insultos.
Yo los ignoré y señalé la línea de inicio.
—Desde aquí. Sin correr. Solo pasos normales.
Daniel se paró derecho. Miró el árbol como si estuviera midiendo con láser mental. Cerró los ojos un segundo, concentrado.
—Veintiocho pasos —dijo, seguro.
Yo asentí.
Y empecé a caminar.
—Uno… dos… tres…
Él me seguía con los ojos, cruzado de brazos.
—…veinticuatro… veinticinco… veintiséis… veintisiete… veintiocho… veintinueve…
Me detuve.
Daniel abrió la boca.
—¡Nooo! ¡Por uno!
—¡Perdiste! —grité, alzando los brazos—. A partir de hoy, se acabó el Mulberry.
—Eso fue trampa —dijo, acercándose—. Ese último paso fue más largo.
—¿Y tus cálculos de genio qué? —repliqué—. Cero márgenes de error, ¿no?
Él me miró en silencio por unos segundos.
Y entonces sonrió, pero esta vez… fue una sonrisa distinta.
—Está bien. Elizabeth...
—dijo mi nombre sin apodo, marcando cada sílaba como si fuera la primera vez que lo decía en serio—.
Hoy ganaste tú.
Y por alguna razón, escucharlo decir mi nombre así…
me hizo sonreír más de lo que pensé
Daniel se quedó ahí, al pie del árbol, con los brazos cruzados, aceptando su derrota como si acabara de perder una guerra mundial.
—No pensé que te importara tanto cómo te llamo —dijo con voz más baja.
—Me importa cuando me lo repiten cien veces por minuto —respondí.
—Está bien, Elizabeth. —Volvió a decirlo. Elizabeth.
Y esta vez… sin burla, sin sonrisa torcida. Solo mi nombre.
Lo miré, esperando la típica frase molesta. Pero no dijo nada más.
Sofía se acercó, con cara de que se estaba aguantando la risa.
—¿Ya se besaron o todavía?
—¡Sofía! —grité, sintiendo cómo me subía el color al rostro.
—Lo digo porque parecen una versión lenta de esas películas románticas donde nadie acepta nada —agregó mientras Leonardo reía por lo bajo.
Daniel, sin perder el ritmo, murmuró:
—Cállala antes de que me dé ideas.
—¡Ni lo sueñes! —solté.
Y seguí caminando, tratando de ignorar que, por alguna razón estúpida, ya no me molestaba tanto que me llamara Mulberry ,pero sin querer deseo que me vuela a llamar asi
Pero igual... no se lo iba a decir. Jamás.Y si habia algo mas en ese nombre