Entre juegos y miradas

HERMANOS (capitulo especial)

La casa estaba en silencio.
Solo se escuchaba el ventilador del cuarto girando lento y el zumbido apagado de los autos lejanos. Leonardo estaba echado en su cama, con los ojos cerrados. Daniel, en cambio, miraba el techo como si tuviera respuestas que no quería aceptar.

—¿Sigues despierto? —preguntó Leo de pronto, sin abrir los ojos.

—Sí —respondió Daniel sin moverse.

Silencio.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Qué onda con Elizabeth?

Daniel soltó una risa suave.

—¿Qué tiene?

—No sé… últimamente la miras distinto —dijo Leo, abriendo un solo ojo—. Como si te desconectaras del mundo cuando ella aparece.

Daniel se giró en la cama, dándole la espalda por un momento.
No respondió enseguida.

—No es nada —dijo al final—. Me cae bien. Es divertida. Sarcástica. Me contesta. Me baja el ego.

—O sea, te gusta.

—Cállate.

Leonardo sonrió con los ojos cerrados.

—Yo pensé que a ti te gustaban las chicas que te decían que sí a todo.

—Y por eso me aburro de todo tan rápido.

El silencio volvió.
Daniel respiró hondo.

—Con ella es diferente —dijo al fin, casi en un susurro.

Leonardo lo miró desde su cama.

—¿Diferente cómo?

Daniel se encogió de hombros.

—No sé… —y luego se quedó en silencio, como si estuviera eligiendo muy bien las palabras—. Es como si Elizabeth no encajara en el molde de las demás.
Ella no intenta gustar. No presume. No sonríe por obligación.

—Es real.
Y cuando se ríe, se nota que no lo hace para agradar, sino porque de verdad algo le hizo gracia.
Y cuando se enoja… no se guarda nada. No tiene miedo a discutir. No me teme a mí. Y eso es… raro.
Es como si hubiera estado esperando a alguien que no se tragara mi fachada, y justo aparece ella… con esa voz suave, ese sarcasmo afilado, y esa forma de mirarme como si pudiera ver lo que ni yo entiendo.

Se rascó la cabeza, medio frustrado.

—Con otras chicas sé lo que va a pasar. Con ella… no tengo idea.
Y eso, Leo… me gusta demasiado.

Leo lo escuchó en silencio.

—¿Sabes qué es raro? —dijo Daniel—. Tú y yo somos hermanos, pero a veces parece que tú sos el mayor.

—Porque lo soy emocionalmente —respondió Leo, sonriendo sin abrir los ojos.

—No es justo —murmuró Daniel—. Yo soy el que canta, el que juega, el que bromea… pero tú eres el que siempre entiende a todos.

Leonardo abrió los ojos completamente.

—Yo también me confundo, Dani. Solo que no lo ando gritando.

Daniel giró para mirarlo por primera vez.

—¿Tú también estás confundido?

—Mucho —admitió Leo—. Y no solo por Sofía.

—¿Sofía?

Leonardo se tapó la cara con una almohada.

—Olvida lo que dije.

Daniel soltó una carcajada.

—Vaya, así que mi hermanito menor tiene corazón.

—Y tú sentimientos —respondió Leo—. Raro, ¿no?

Ambos se quedaron en silencio un rato.

—No la lastimes —dijo Leo de pronto—. A Elizabeth.

Daniel bajó la mirada.

—No pienso hacerlo.

—Porque si lo haces —añadió Leo—, esta vez sí te rompo la nariz.

Daniel lo miró y sonrió.

—Te voy a dejar que lo intentes, solo por eso.

—Y perderías —dijo Leo, cerrando los ojos de nuevo.

—Eso no lo sabrás.

Y por primera vez durmieron con una sonrisa que significaba una ¿hermandad? o algo que ellos solo pueden entender..




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