Entre juegos y miradas

Si no digo nada

Seguí escuchando la canción.
No por curiosidad… sino porque no sabía cómo moverme sin despertarlo.
Y, en el fondo, tal vez… tampoco quería que se despertara.

El sol empezaba a salir del todo, tiñendo el parque de un naranja suave.
Daniel seguía dormido, con la cabeza apoyada en mis piernas como si fueran la cosa más natural del mundo.

Y yo, mientras tanto, repasaba cada línea de la canción

Are you lonely? .

Our fingers dancing when they meet

You seem so lonely

Casi parecía que él también estaba soñando con ella.
Conmigo.
¿O era solo mi cabeza traicionándome otra vez?

Pero no hubo más tiempo para pensar.

Él se movió.
Parpadeó lento. Y antes de abrir los ojos, soltó un suspiro bajito, como esos que uno da cuando algo te hace sentir seguro.

Y entonces abrió los ojos.

Y vio dónde estaba.

Tardó un segundo.

Dos.

Y al tercero… se congeló.

—¿Qué…? —empezó a decir, enderezándose de golpe—. ¿Estaba…? O sea… ¿yo…?

Yo también me senté bien, como si eso arreglara lo que había pasado.

—Sí. Dormiste —respondí, fingiendo que no me latía el corazón como tambor.

Daniel se pasó la mano por el rostro, visiblemente confundido. Luego miró sus audífonos, aún colgando, y frunció el ceño.

—¿Escuchaste…?

—No toda. Pero sí.

Él tragó saliva.
Yo no dije más.

Silencio.

Y por primera vez, el silencio no fue cómodo.

—¿Tú…? —empezó a decir.

—No. Nada —lo interrumpí, parada ya—. No digas nada. No hagamos drama. No pasó nada.

Quería creerlo.
Pero incluso yo sabía que no era verdad.

Daniel me miró con esos ojos suyos, como si pudiera ver que sí pasó algo, aunque nadie lo dijera.

Asintió.
Lento.
—Está bien.

Nos quedamos ahí, de pie, uno frente al otro.
El parque en calma.
El aire fresco.
Y entre nosotros, un millón de palabras que ninguno se atrevía a decir.

—Nos vemos en el colegio —dijo él finalmente, en voz baja.

Asentí.

Y cuando ya se iba, antes de cruzar la pista, se giró:

—Hey, pequeña Mulbery

Lo miré.
Él sonrió apenas.

—Gracias… por no empujarme al suelo.

Y se fue corriendo.
Con la misma energía de siempre.

Pero yo sabía que esta vez,bueno sentia que algo estaba cambiando

Entré al colegio como en automático.

No podía sacarme de la cabeza la imagen de él dormido, la canción sonando bajito, el sol cruzando su rostro.

Y su voz.
Esa estúpida voz diciéndome: “Gracias… por no empujarme.”

Sofía me esperaba en la puerta con una galleta en la mano y una sonrisa demasiado ancha.

—¿Y tú? —dijo, masticando—. ¿Dormiste mal o te enamoraste?

—Ninguna —respondí, demasiado rápido.

—¡Ah! Entonces sí —respondió ella como si acabara de resolver un misterio.

No respondí.
No podía.

Me jaló del brazo como siempre, llevándome al patio donde ya se formaban los grupos para el ensayo del show de talentos. Al fondo, entre risas y pasos desordenados, estaba Daniel con su camiseta blanca y audífonos al cuello. Otra vez.

Cuando me vio, no dijo nada.
Ni un “hola”, ni un “Mulberry”, ni un apodo nuevo.

Solo me miró.

Y bajó la mirada.
Como si él tampoco supiera qué hacer con lo que pasó.

—¿Pasó algo que no me contaste? —me preguntó Sofía, bajando la voz mientras buscábamos sombra.

—Nada —dije otra vez. Y era mentira.
Porque pasaron muchas cosas. Y todas sin decir una sola palabra.

Durante el Show, Daniel cantó.
Y cuando lo hizo, no miró al público, ni a los profesores, ni al ciel

Nuestros ojos se encontraron.
Los suyos, marrones claros, Que con la luz destacaban un hermoso color parecia cuando el amanecer veias por primeravez esa bella experiencia ,parecían quedarse quietos en los míos.
Como si por primera vez no tuviera prisa, no tuviera bromas, no tuviera muros.

Solo existíamos nosotros dos.

Sabía que había más gente.
Sabía que estábamos rodeados de alumnos, voces, celulares, ruido.
Pero en ese instante… no escuché la canción.
No escuché la letra.
Solo sentí el cruce de nuestras miradas… y cómo algo se movía adentro, como si el corazón entendiera lo que la mente no quería aceptar.

Fue especial.
Inesperado.
Un choque sin palabras.

Y duró lo que dura la magia:
hasta que terminó la canción.
Y él desvió la mirada.

Y entonces… el mundo volvió.
El bullicio, los aplausos, los gritos.

Pero yo seguía ahí,
con la mirada aún perdida en ese segundo en el que él me vio como si solo estabamos solos pero en mi mente decia que no deberia pasar esto, talvez lo estoy empezando a odiar todo, pero ¿Por qué.........?




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