—Pasa —dije, sin pensarlo mucho.
Ni siquiera me cuestioné cómo había subido o si alguien podría verlo.
Solo lo miré… y le dejé entrar por la ventana de mi cuarto.
Daniel bajó con cuidado desde la baranda, y entró en silencio.
No hizo ninguna de sus típicas bromas.
Tampoco sonrió.
Me miró.
Y solo dijo:
—Noté que estabas mal. Desde el día del show. No fue solo hoy.
No contesté.
Me recosté de nuevo en la cama, mirando al techo como si las respuestas estuvieran escritas ahí.
Después de unos segundos, me incorporé lentamente y me senté en el borde.
Entonces lo sentí.
Daniel se sentó a mi lado, pero más cerca de lo que esperaba.
Colocó sus brazos a cada lado de mis piernas, apoyándolos en la cama.
Estábamos tan juntos que podía sentir el calor de su piel rozando la mía, como si sin decirlo quisiera sostenerme.
Pero no me tocaba. Solo me miraba.
Una mirada que no exigía, solo pedía.
Sinceridad.
Solo eso.
Yo no sabía qué hacer.
Ni qué decir.
Así que me quedé quieta, con los ojos en el suelo, sintiendo el corazón más rápido de lo normal.
Entonces, como si supiera que el silencio iba a ganarnos, habló con una sonrisa torcida.
—¿Y qué pasó con la valiente, Mulberry?
Eso me arrancó una risa involuntaria.
—¿Se te acabó la batería o solo estás escondida?
Negué con la cabeza, pero sin dejar de sonreír.
Y él siguió.
Chistes tontos.
Bromas suaves.
Ese humor que usaba como abrigo para no asustarme.
Y sin darme cuenta…
las ideas oscuras de mi cabeza empezaron a calmarse.
A suavizarse.
A desaparecer.
Pero no todo se fue.
Porque cuando me giré, nuestras caras estaban peligrosamente cerca.
Y mis mejillas… se encendieron.
No por el calor.
Sino por él.
—Y esa reacción… ¿me estás tentando?
Abrí los ojos, sorprendida, pero no me alejé.
Sonreí como si pudiera ganarle en su propio juego.
—¿Yo? Tú eres el que está desesperado por besarme, ¿no?
Daniel arqueó una ceja, esa que siempre levantaba cuando algo lo desafiaba.
Y justo cuando parecía que el impulso iba a ganar, y sus labios estaban a punto de moverse…
¡PUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!
La puerta se abrió de golpe.
—¡Trajimos comida! —gritó Sofía.
—¿Eli? —dijo Leo.
Daniel se sobresaltó tanto que se cayó de espaldas al suelo, con un golpe sordo.
Yo grité y me tiré hacia el otro lado de la cama, roja como un tomate.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Sofía, con una sonrisa sospechosa mientras levantaba una bolsa de papas.
Daniel se incorporó, despeinado, sin decir nada.
Yo solo metí la cabeza bajo la almohada.
Estuvo a punto.
Demasiado cerca
Daniel se incorporó, despeinado, sin decir nada.
Yo solo metí la cabeza bajo la almohada.
Y justo cuando pensaba que el momento no podía ser más incómodo, Sofía se dejó caer de golpe en mi cama, como si fuera una escena normal.
Leo, en cambio, se agachó para ayudar a Daniel a levantarse.
—Los odio con toda mi alma —dijo Daniel, sacudiéndose el pantalón—. ¿No saben tocar como la gente normal?
—¡Ay, por favor! —dijo Sofi—. Si no estaban haciendo nada, ¿no?
Me ahogué con mi propia saliva.
Quede roja, saliendo de debajo de la almohada.
Leo se sentó a mi lado y le lanzó una papa a Sofía en la frente.
—Vinimos porque faltaste —dijo, como si nada—. Aunque también… para comer.
Sofía asintió con total descaro.
—Ajá, y para alegrarte el día. Porque somos tus mejores visitas, ¿sí o no?
Intenté sonreír, todavía con el rostro caliente.
—Gracias —dije bajito, mirando a los tres.
Daniel seguía en silencio, pero cuando nuestros ojos se cruzaron… solo esbozó una pequeña sonrisa.
y gestualio la frase:
“Por ahora, te dejo respirar.”
y solo lo mire sacando la lengua y empezamos hacer bromas sin sentido..