Entre juegos y miradas

Pequeñas travesuras

Hoy fuimos de excursión a un orfanato.

Nunca había ido a uno, y aunque me entusiasmaba la idea de hacer algo bueno, también me ponía nerviosa no saber con qué me encontraría. Nos dividieron en grupos apenas llegamos: unos para limpiar, otros para ordenar donaciones, y los últimos —donde me tocó— para cuidar y jugar con los niños.

Y claro… ¿con quién más podía tocarme?

Joseph y Daniel.

Genial.

Al principio fue extraño. No sabíamos bien qué hacer ni cómo acercarnos a los niños, pero bastó que una pequeña —bajita, de rizos despeinados y una sonrisa que derretía— nos mirara con esa carita decidida para que todo fluyera.

—¡Ustedes tres van a jugar conmigo! —dijo, como si diera órdenes.

Joseph se rio. Daniel le ofreció la mano, como si se rindiera ante su poder. Y yo... solo asentí, resignada pero divertida.

Jugamos a las escondidas, a las estatuas, a los animalitos… hasta que a Joseph le sonó el celular. Se disculpó con una sonrisa y salió del salón un momento.

—Volveré en cinco —nos dijo.

Y entonces, la pequeña tirana volvió a hablar.

—¡Vamos a jugar a la familia ! Tú —señaló a Daniel— eres el novio. Y tú —me apuntó— la novia¡Y ahora se abrazan! Así es en las películas

—¿Qué? ¡No! —dije, con la cara en llamas

—¿Ah sí? —rió Daniel, divertido—. ¿Y si nos salta encima otra vez

No tuve tiempo de responder. La niña gritó un “¡Ahora!” y se lanzó desde un pequeño banquito hacia nosotros. Daniel reaccionó para atraparla, y yo también… pero lo que atrae fue el piso

Más bien, yo caí encima de él

Literalmente encima.

Nos quedamos así, congelados por unos segundos

No sé si fue el golpe, la vergüenza o algo más... pero sentí mi corazón saltar de una forma tan tonta que quise desaparecer

Y entonces

Nos quedamos así.
Él boca arriba.
Yo sobre él.
Sus brazos todavía sujetando a la pequeña que, feliz de su caos, ya había salido corriendo.
Y yo… congelada.

Podía sentir su respiración cerca, su pecho subiendo y bajando bajo el mío. Tenía una mano en mi cintura —no sabía si por reflejo o por instinto— y la otra rozando el suelo. Y sus ojos…
Sus ojos estaban justo ahí, mirándome.

—¿Estás bien? —preguntó, en voz baja.

Asentí, aunque no me atrevía a moverme. El rubor me quemaba las mejillas, y tenía la horrible sensación de que si intentaba incorporarme, la situación se volvería aún más incómoda. Pero quedarme ahí tampoco ayudaba.

—Creo que… deberías bajarte —dijo, con una media sonrisa.

—¡Sí! Claro. Perdón —me apuré, torpe, tratando de apoyarme para levantarme, pero terminé resbalando con mi propio brazo. Otra vez su pecho. Otra vez su risa.

—Eres un desastre —murmuró.

—Y tú muy poco útil —le solté sin pensar, solo para cubrir mi vergüenza.

Me puse de pie lo más rápido que pude. Daniel también lo hizo, sacudiéndose el polvo.
Nos miramos un segundo más, incómodos pero… ¿divertidos?

—Esa niña es peligrosa —bromeó él.

Él arqueó una ceja, como si no supiera si tomarlo en serio o no, pero al final solo sonrió. Una sonrisa genuina, tranquila… como esas que me gustaban demasiado.
Justo entonces, escuchamos una voz detrás de nosotros:

—¿Interrumpo algo?

Me giré tan rápido que casi me caigo otra vez.

Era Joseph. Apoyado en la puerta, con su celular aún en la mano y una ceja levantada, como si hubiera visto todo desde antes.

—¡Joseph! —dije, nerviosa— No, no… solo jugabamos

—Sí, lo noté —respondió, con un tono neutro que no supe descifrar. Ni molesto, ni burlón. Solo… seco.

Daniel lo saludó con la cabeza, como si nada pasara.
Yo, en cambio, sentía que necesitaba aire.

Joseph se acercó y puso su mano sobre mi hombro, suave.
—¿Estás bien?

—Sí. Todo bien —le sonreí, agradecida de que al menos no hiciera una escena.

—Entonces, ¿seguimos cuidando niños o ahora jugamos al hospital?

—No —dije, dándole un empujoncito en el brazo—. Ya fue suficiente

La pequeña volvió corriendo en ese momento, gritando que ahora quería una boda de tres.
Y con eso, el ambiente se relajó. Reímos. Jugamos. O al menos fingimos que no había tensión.

Pero yo... no podía dejar de pensar en ese momento

Más tarde, mientras ayudábamos a recoger los juguetes que habían quedado regados por el patio, Joseph se acercó en silencio. Tenía en la mano una paleta medio derretida.

—Una niña me dijo que te la diera —me dijo, sonriendo como si ocultara algo.

—¿A mí?

—Sí. Dice que fuiste una buena mamá hoy. Que jugaste bonito.

—¿Una mamá? —me reí, aunque por dentro algo se apretó.

—Yo también lo creo —agregó, en un tono más bajo—. No cualquiera tiene esa paciencia y ese corazón.

No supe qué contestar. Solo tomé la paleta, un poco avergonzada, un poco confundida. Joseph se alejó de nuevo con los otros chicos, y yo me quedé mirando el envoltorio rojo como si tuviera que descifrar algo más que un simple dulce.

Ya en la puerta del orfanato, mientras todos esperaban el bus, Daniel se acercó por detrás. Sentí cómo rozaba mi brazo, suave.

—Oye… gracias por no dejarme caer.

—Técnicamente caí contigo —bromeé, intentando aligerar el ambiente.

—Y aún así, no me importaría que volviera a pasar —dijo en voz baja.

Lo miré sorprendida, pero él ya caminaba hacia el grupo, con las manos en los bolsillos, como si no hubiera dicho nada.

Yo me quedé ahí. Sintiendo que por primera vez en mucho tiempo no sabia que decir




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.