Cuando llegué a casa, todo parecía tranquilo… pero por dentro, yo no lo estaba.
A veces mi mente se siente como un cuarto desordenado en el que ya no caben más cosas. Me abruma pensar en todo lo que ha pasado, en lo que siento, en lo que intento callar. Me doy cuenta de que hay cosas que aún no sé cómo soltar.
Y aunque mi corazón me grita que está cansado… ahí sigo, fingiendo que todo está bien.
Mis papás son geniales —de verdad—, pero a veces tienen ese talento tan especial para sacarme de quicio. Como hoy. Discutimos porque quería salir temprano. Nada grave, solo ese tipo de discusiones que terminan con un "haz lo que quieras", pero cargado de más significado del que parece.
Hay días en los que siento que tengo que salir al mundo con una sonrisa pegada como una máscara. Mostrarle a todos la versión fuerte, alegre, imbatible de mí misma… aunque por dentro solo quiera esconderme.
Hoy no creo que pueda fingir mucho.
Al amanecer, salí sin rumbo fijo. Sabía que habría una feria de juegos por el centro. Tal vez no es que me encanten los juegos… pero me encanta no estar en casa cuando no puedo estar bien conmigo.
Necesitaba aire
Tal vez solo quería perderme un rato
Apenas llegué a una feria, el bullicio me envolvió como una manta ruidosa. Había luces parpadeando, globos de colores y niños corriendo con algodón de azúcar pegado a las manos. Era justo lo que necesitaba distracción.
Pero entonces
Un mensaje.
Solo uno.
“Por favor, cuídate. Es muy triste pensar esto, pero tu hermano mayor, Marco, no te lo dijo… pero él tiene una enfermedad ahora se encuentra en emergencias. Es algo hereditario de tu abuelo que no nos dimos cuenta
Sentí que el mundo se silenciaba de golpe. Como si toda la feria se hubiera congelado en el instante exacto
Mi hermano… Marco. Siempre tan fuerte, tan protector, tan presente.
Y yo
Recordé ese día, hace poco, cuando entró a mi cuarto sin decir nada. Solo se quedó parado, apoyado en el marco de la puerta, con una expresión que ahora entiendo. Estaba más apagado. Más callado. Pero yo, atrapada en mis propios dramas, no me di cuenta. No le pregunté. No me acerqué.
Y ahora, me lo decían así. A través de un mensaje.
No sé cuánto caminé hasta que encontré un callejón entre dos puestos de comida cerrados. Me metí ahí para esconderme del mundo Lloré como no lo hacía desde hacía mucho.
No quería ver a Marco en una cama de hospital. No quería ver a mis padres tratando de ser fuertes cuando claramente no lo eran. No quería volver a casa y enfrentar esa realidad.
Quería que todo esto fuera una pesadilla absurda. Pero no lo era.
Y ahí, en ese rincón oculto de la feria, con las luces lejanas y el ruido como eco, entendí lo sola que me sentía
Me quedé allí. Las lágrimas no dejaban de salir.
Cuando me di cuenta, ya eran más de las nueve. Tal vez me había quedado dormida. La feria estaba más calmada, casi apagada. No quería levantarme. Me bastaba quedarme ahí
Pero la pantalla de mi celular no dejaba de encenderse: llamadas perdidas de mis padres. Me hervía la sangre. ¿Por qué decirme algo así recién ahora? No soy una niña.
Aunque… a veces actúas como una. Y lo odias
Me di la vuelta, queriendo perderme en mis pensamientos, y entonces lo vi.
Un chico con la respiración agitada y el cabello revuelto, como si hubiera corrido sin parar
Su mirada me recorrió entera. Solo se acercó, se quitó su casaca y me la puso sobre los hombros con cuidado
Se sentó a mi lado en silencio.
Y entonces me abrazó.
No pude evitarlo.
Al sentir sus brazos rodearme, me derrumbé por completo. Lloré como nunca. Lloré con el cuerpo entero, como si todo lo que había contenido hasta ahora saliera de golpe
Daniel me mira un momento, como evaluando algo en silencio, y sin decir palabra toma mi mano.
—Ven. —Su tono más suave, pero imposible de rechazar
Entre las luces de la feria y el ruido de la gente, todo empezó a volverse borroso. No sabía si estaba caminando o solo dejándome llevar. Sentí su mano firme pero cálida
. Me senté en una banca y él se quedó frente a mí, como asegurándose de que no me desmoronara pero lo hacia por dentro
—Aquí puedes respirar —me dijo.
Quise contestar algo, pero entonces escuché una voz conocida
—¿Eli? ¿Daniel? —era Joseph.
Mi corazón dio un salto extraño. Daniel contestó antes que yo, con un tono que no supe descifrar
—La encontré hace un momento.
No sé qué pensar. Joseph nos miró de una forma que me incomodó y me hizo sentir expuesta. Mi celular comenzó a sonar. Era mi mamá. Fui a contestar, pero Daniel tomó el teléfono.
—Está bien —dijo él, —. No, no está sola. Yo la llevo cuando sea.
Y yo solo lo miré, sin saber si quería gritar o quedarme allí para siempre.
Cuando se cruzaron la mirada, odié ese momento. Era como si se hablaran sin palabras, como si yo estuviera fuera de algo que solo ellos entendían… y no me gustaba nada.
No dije nada cuando me llevaron al auto de Joseph. Era nuevo, todavía con ese olor a tapiz sin estrenar. Me pusieron en la parte de atrás, como si fuera una niña a la que había que proteger. Durante el camino no hablé; me limité a mirar por la ventana mientras las luces pasaban rápido.
Al llegar, me dejaron con mis padres. Justo ahí me enteré de que mi hermano tenía un problema: de anemia . No tuve tiempo de procesarlo, porque al salir para despedirme… escuché.
No sé si fue el tono o las palabras, pero la voz de Daniel y la de Joseph sonaban tensas.
—No es así como se hacen las cosas —decía uno.
—Y tú no eres quién para decidirlo —respondió el otro.
Me quedé quieta, con la mano en la puerta, sin atreverme a moverme. Era como si cualquier sonido pudiera romper ese frágil equilibrio