Entre juegos y miradas

Un sueño

Mi cuerpo se movio por si solo al escuchar sus voces sentia que no debia estar ahí menos que yo fui la que lso buscaba para agradecerles, pero sin querer escuchaba las voces aun estando lejos lo quemas me acuerdo es donde decián:

—No creí que vinieras… —la voz de Daniel sonaba firme, pero había que no era del todo hostil.

—Y yo no creí que la encontrarías —respondió Joseph,parecia que intentara retarlo o era mis imaginaciones

—No es una competencia.

—Para ti, tal vez no

—Por eso fui yo quien la encontró —replicó Daniel

—Llegué tarde, parece.

—No… llegaste después de mí, y eso no me gusta.

Otra pausa, más larga esta vez. No hacía falta que levantaran la voz; lo que flotaba en el aire era mucho más que simples palabras.Solo queria irme de ese lugar o esos ecos.

Cuando llegue cerca de unas sillas me sente tenia que calmar cada pensamiento que tenia ya que esa conversacion pudo haber acabado o me aleje demasiado.Cuando cerre los ojos vi una sombra que se sento a mi lado juraria que era...

Daniel

—Joseph se retiro antes por la parte trasera, no te preocupes mucho

Cuando intenté preguntar a Daniel, él solo bajó la mirada.
—No es nada de lo que tengas que preocuparte —dijo, con un tono tan calmado que parecía practicado

—¿Seguro? —insistí, inclinándome un poco para buscar sus ojos.
Él sonrió apenas, pero era una sonrisa que no le llegaba a sus ojos
—Segurísimo.

Y ahí fue cuando lo odié un poco… por no decirme, por dejarme con la cabeza llena de preguntas. Me quedé quieta, sintiendo su brazo alrededor mío, y por un momento quise creerle.

Cuando Daniel, medio dormido, dejó caer su cabeza sobre mi hombro, lo primero que sentí fue sorpresa. No porque fuera un gesto extraño… sino porque nunca me lo habría imaginado de él. Ese chico que siempre parece tener una respuesta sarcástica lista, que actúa como si nada lo afectara, ahora estaba así, tan tranquilo, tan cerca.

Instintivamente, lo acomodé un poco para que pudiera descansar mejor. Mis manos, casi por inercia, se movieron para que quedara más cómodo. En ese momento parecía un niño… tierno, frágil, como si todo ese orgullo y esa actitud de “mirenme” se hubieran quedado dormidos junto con él.

Sin darme cuenta, empecé a acariciar su cabello. Era suave en algunas partes, un poco rebelde en otras, y me descubrí trazando círculos lentos con la yema de mis dedos. Mi mirada se detuvo en su rostro. Tenía pequeñas marcas, heridas que parecían ser de acné, y algo en eso me hacia sentir tranquila … no era perfecto, no era intocable, era humano.

No entendía por qué me sentía tan cómoda viéndolo así, por qué me gustaba esa sensación de que él, el mismo que siempre se cree lo más genial del mundo, pudiera ser tan indefenso a mi lado. Tal vez era porque, por primera vez, no parecía alguien que pudiera ser un idiota… sino alguien que necesitaba que lo cuidaran, aunque fuera solo por unos minutos.

Me quedé así, sin moverme, temiendo que cualquier gesto lo despertara, mi corazón estaba demasiado ocupado guardando en secreto ese momento

Cuando dejé de mirarlo a Daniel, aún con esa sensación extraña de ternura en el pecho, me di cuenta de que no estábamos tan solos como pensaba. En la puerta, apoyado contra el marco, estaba Leonardo… mirándome. Sus ojos brillaban con diversión y en sus labios se dibujaba una sonrisa contenida, como si hubiera estado presenciando una escena que no debía, pero disfrutándola igual.

Me puse tensa al instante, como si me hubieran descubierto haciendo algo prohibido. Él arqueó una ceja, y esa sonrisa silenciosa se amplió, dejándome claro que había visto demasiado.

El susto me hizo moverme de forma torpe, y sin querer empujé un poco a Daniel. Su cuerpo perdió el equilibrio y, con un leve sobresalto, se despertó. Se incorporó de golpe, mirando alrededor con los ojos todavía pesados de sueño.

Leonardo, esta vez, no se molestó en disimular su risa. Se rio de forma abierta, con ese tono burlón que solo los hermanos saben usar.
—Tranquilo, dormilón, vine a recogerte —dijo, señalando con la cabeza hacia la puerta—. Ya es tarde.

Daniel frunció el ceño, aún desorientado, mientras yo intentaba recomponerme y actuar como si nada hubiera pasado… aunque por dentro estaba deseando que el suelo me tragara




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