No recordaba la última vez que había dormido tan poco y soñado tanto.
Desperté con la luz colándose tímida por las cortinas y el maquillaje corrido manchando la funda de la almohada. Mi cabello olía todavía a humo de fiesta y perfume barato. Por un instante, pensé que todo había sido un sueño; pero entonces sentí el peso de la noche anterior caerme encima como un cubo de agua fría.
Sofía estaba hecha un ovillo en el sofá, con el vestido rosado arrugado y el labial casi borrado. Me hizo sonreír. Había sido mi salvavidas muchas veces, y anoche no fue la excepción. Me levanté despacio, intentando no despertarla, y caminé hacia el espejo.
La chica que me devolvió la mirada no era exactamente yo.
Tenía los ojos hinchados, el rímel deshecho y una expresión que no lograba descifrar. Me pasé la mano por la mejilla, como queriendo borrar todo. Quise culpar al cansancio, al baile, a Joel… pero sabía que el verdadero nudo estaba en otro lado: Daniel.
No quería pensarlo, pero ahí estaba, colándose en mi mente incluso en el silencio de la mañana. Recordé su voz, dura y quebrada a la vez: “No me pidas que me quede de brazos cruzados viéndote con otro… no puedo.”
Odiaba lo mucho que esas palabras me habían afectado.
Mi celular vibró sobre la mesa de noche. Por un segundo creí que sería un mensaje de Daniel, pero no: era de Joseph.
"¿Estás bien? Solo quería saber si llegaste a casa a salvo."
No respondí. Cerré la pantalla y la dejé boca abajo. No tenía fuerzas para fingir nada.
Me encerré en el baño, lavé mi cara y traté de domar mi cabello. Cada gesto era mecánico, como si pudiera limpiar también lo que sentía. No funcionó.
El lunes llegó demasiado rápido.
El colegio estaba igual que siempre: ruidos en los pasillos, mochilas tiradas en el piso, risas que parecían burlarse del silencio que yo llevaba dentro. Caminé por el corredor fingiendo tranquilidad, pero con cada paso sentía las miradas, los susurros. Me pregunté si ya corrían rumores de la fiesta; conociendo a mi escuela, no lo dudaba.
Sofía iba a mi lado, hablándome de cualquier cosa —el examen de química, la canción que no salía de su cabeza— pero apenas la escuchaba. Mi mente estaba en el recuerdo de la noche anterior, en esa sensación de estar atrapada entre dos personas que no pedí.
Al doblar la esquina hacia el patio central, lo vi.
Joel. De pie, recargado en la baranda de las gradas. Tenía la misma sonrisa de siempre, esa que parecía ensayada, pero sus ojos buscaban los míos con algo que no supe interpretar.
—Eli… —me llamó, dando un paso hacia mí.
Me detuve, sin saber si contestar o seguir de largo.
Sofía levantó las cejas con una sonrisa pícara, pero no dijo nada.
—Quería… disculparme por lo de la fiesta —dijo Joel finalmente, bajando la mirada—. No debí insistir. Creo que bebí más de lo que creía.
No supe qué responder. Me limité a asentir, porque aunque sus palabras sonaban sinceras, todavía recordaba la sensación de su mano en mi cabello y el miedo que me provocó.
—Está bien… solo… no lo vuelvas a hacer —dije al fin, con voz baja.
Él asintió, sonriendo con un dejo de vergüenza.
Por un instante, creí que todo terminaría ahí, pero sentí un cambio en el aire, un peso en mi espalda. Lo supe incluso antes de girar la cabeza.
Daniel estaba allí.
A unos metros de distancia, con las manos en los bolsillos y esa mirada que parecía atravesar todo. No dijo nada, pero bastó con verlo para que el ambiente se tensara. Joel notó su presencia y carraspeó, incómodo.
—Nos vemos en clase… —murmuró Joel antes de alejarse.
Quise agradecerle por irse, pero la voz se me atascó en la garganta.
Daniel no se movió de inmediato. Solo se quedó allí, viéndome, y yo sentí como si el tiempo se alargara en esa mirada. No había enojo ni sonrisa, solo algo contenido, como si estuviera pensando en decir algo pero se tragara las palabras.
—Llegaste temprano —dijo al fin, con tono neutro.
—Sí… —respondí, mirando a cualquier lado menos a él.
Por dentro, quería preguntarle tantas cosas: si seguía molesto, si realmente quiso decir todo lo que dijo aquella noche. Pero no pude. Había demasiadas personas alrededor, y demasiadas cosas sin resolver entre nosotros.
—Nos vemos en clase —agregó él, caminando hacia el pasillo.
Me quedé quieta, viéndolo irse, sintiendo el mismo vacío que sentí en la fiesta. Quise decirle que dejara de mirarme así, que dejara de aparecer en los momentos en que más me dolía verlo. Pero las palabras nunca salieron.
Hay silencios que gritan más fuerte que cualquier palabra,
y miradas que pesan más que los recuerdos.
Caminé hasta mi salón con el corazón hecho un nudo,
preguntándome si ese sería el inicio de algo nuevo…
o el final de lo que nunca empezó.