Mientras avanzaban por el sendero que serpenteaba hacia el bosque, la joven rompió el breve silencio que los acompañaba.
—No me presenté bien contigo —dijo, estirando una mano con gesto elegante y una sonrisa burlona—. Me llamo Lucy.
Theo se la estrechó, devolviéndole la sonrisa.
—Y yo Theo, encantado.
Ella le guiñó un ojo y siguieron caminando. No tardó en retomar su tono juguetón:
—Theo... Theo... no le queda ese nombre a un fanático de flores.
—No soy tan fanático —se defendió él, sin borrar la sonrisa del todo.
—Claro, claro. Eso dicen todos —bromeó Lucy, y continuó el camino contando historias de sus viajes por el mar. Había estado en reinos lejanos, visto tormentas que parecían vivas y escuchado canciones de sirenas que, según ella, sabían más de dolor que de amor.
Pronto el paisaje comenzó a transformarse. Ante ellos se extendía un bosque tan quieto como hermoso. Era como entrar en una pintura: los troncos altos, los rayos de luz filtrándose en formas caprichosas, y un silencio que no era del todo incómodo... pero tampoco amable. No daba miedo, pero tampoco daba la bienvenida. Y aun así, invitaba. Llamaba a saber más.
—Aquí tenemos el bosque —dijo Lucy—. ¿Tu libro no dice nada más sobre la flor?
Theo lo abrió, repasando sus páginas, y negó con la cabeza. Lucy hizo una mueca que decía sin palabras "bueno, no queda otra". Dio un paso adelante.
—Tendré que entrar —dijo, y comenzó a avanzar.
El interior del bosque era aún más mágico. Las hojas susurraban, las raíces parecían viejas como el tiempo, y había un leve aroma dulce en el aire, como si la naturaleza escondiera un secreto.
Pero cuanto más se adentraban, algo en Lucy cambió. Sus pasos se volvieron más lentos. Sus ojos, que antes miraban con entusiasmo, ahora se movían en todas direcciones. Theo notó el cambio.
—¿Sabes dónde es?
La pregunta pareció devolverle el color.
—¡Obvio! —exclamó, recobrando su chispa—. Siempre venía a ver esas flores. Eran las favoritas de la anterior capitana. Solo tienes que escuchar la cascada.
Se detuvo un momento, inmóvil. Luego reaccionó, como si acabara de recordar algo importante.
—Por acá —dijo, y salió corriendo con una risa repentina.
Theo, sorprendido, la siguió. El suelo húmedo, los arbustos altos, los sonidos del bosque... todo se desdibujó cuando finalmente llegaron.
Frente a ellos, una cascada caía sobre un arroyo cristalino. El agua era tan clara que podían verse los peces en el fondo, las piedras brillando como si fueran joyas. A su alrededor, el verde del bosque se reflejaba en el agua como un espejo encantado.
—Ven, es acá. Están bien escondidas —dijo Lucy, señalando un camino angosto a un costado de la cascada.
Theo la siguió mientras entraban por un pasaje tras la cortina de agua. Al otro lado, una cueva los recibió con un aire más fresco y húmedo. Lucy iba delante, animada, como si volviera a un lugar querido.
—Estamos cerca. Es toda una aventura venir acá. Por algo es una de mis favoritas.
De pronto, se detuvo.
Frente a ellos, un campo oculto de flores violetas con bordes azulados brillaba suavemente en la oscuridad. La cueva estaba salpicada de luciérnagas que les daban luz suficiente para ver sin tropezar.
A Theo se le cortó el aliento. No solo por la belleza del lugar, sino por la expresión en el rostro de Lucy. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y memoria.
—Hace mucho que no venía por acá... verlas de nuevo me trae varios recuerdos —murmuró ella—. Este bosque es el más hermoso en el que me adentré. Siempre tiene algo que te llama la atención.
—Son más lindas en persona —dijo Theo.
En ese instante, su libro volvió a brillar. Un resplandor suave, como la vez anterior.
Lucy se acercó, sorprendida. Theo lo abrió con cuidado, y vieron cómo en una de sus páginas comenzaban a escribirse líneas nuevas, como si una mano invisible revelara su contenido en ese mismo momento.
"Brisalda, la flor de Lisvane:
Oculta en una cueva detrás de la cascada del bosque, la Brisalda es una flor violeta de bordes azules que brilla con luz propia.
Florece solo cuando el destino cambia en silencio: una decisión tomada en soledad, una verdad no dicha, un adiós que marcó más de lo que parecía.
Se dice que cada Brisalda guarda un recuerdo atrapado en el tiempo.
Quienes logran encontrarla pueden usarla en rituales de memoria, protección o revelación.
No todos pueden verla. Solo aparece ante quienes han vivido un cambio profundo. Y aunque puede secarse, jamás pierde su color."
Lucy lo leyó en voz baja, casi como si fuera un rezo.
—Así que eso significaba... nunca supe su verdadera historia.
Theo se sintió tenso. No esperaba que Lucy presenciara la magia del libro. Tenía miedo de que empezara a hacer preguntas, o peor, que esparciera rumores.
Improvisó.
—Me sorprendió este libro. Se lo compré a un mercader. No sabía que era mágico.
—¿Ah, sí? ¿A quién? Conozco varios. Algunos traen artefactos mágicos de otras tierras.
—A Frank —dijo, el primer nombre que le vino a la mente—. Es un viejo amigo.
Lucy asintió lentamente.
—Frank... me suena. Pero no lo tengo muy visto.
Theo sintió alivio al ver que no insistía.
Antes de salir, se agachó y tomó una de las Brisaldas con cuidado. La arrancó con respeto, como quien guarda algo sagrado.
Durante la vuelta, Lucy permaneció callada. Observaba el bosque como si cada árbol le dijera algo que solo ella podía oír. Theo no quiso interrumpir su silencio.
Recién al llegar a la primera zona del pueblo, donde los vendedores ya comenzaban a cerrar sus puestos y el sol se escondía detrás de los tejados, ella habló:
—Fue un buen recorrido, ¿no?
—Parecía otro mundo el bosque —respondió Theo.
—Vamos con Thomas. Seguro mis compañeros están ahí.