Entre la espada y la pared.

Capítulo cuatro.

<<regla dos de la mansión: una señorita nunca expresa sus sentimientos en público (regia en todo momento) >>

Ahí estaba, mi querida amiga Desireé en medio del jardín, arrodillada y amarrada frente a una silla con su parte superior desnuda y la espalda cubierta de aberturas por las que se esparcia sangre seca, su pequeño cuerpo temblaba y la nieve se arremolinaba en puños alrededor de sus rodillas.

—¿Cuánto tiempo lleva así?—pregunté colocando mis manos sobre la repisa de la ventana. 

—Desde las tres de la madrugada, hace como cinco horas. 

¿Cómo es posible que haya aguantado tanto? Me pregunté mirándola ahí, desvalida y frágil. 

—Sí, la madre nos despertó a todas para que viéramos lo que nos podía pasar si rompemos una regla... La desnudó frente a todas. Fue terrible... —sollozó Catt alejando su mirada del cuerpo de mi amiga. 

Me tambaleé hasta el baño y entre jadeos de dolor y lágrimas me coloqué un abrigo delicado y la capa, sorbí mi nariz. 

—¿A dónde vas, Tess? —me preguntó Ágata colocando su mano en mi hombro. 

—Voy por Des, ella no puede estar más así. No es una criminal, no mató a nadie ni nada por lo común. 

—No pero rompió una regla. 

—¿Y eso qué? —pregunté con dureza —¿Acaso crees que la madre no ha cometido errores, que es perfecta? 

Me solté de su agarre y salí de la habitación tomándome de las paredes para evitar caer, varias rasgaduras de mi espalda se abrieron y la sangre empapaba mi suéter y mi camisón. 

Al llegar a la puerta principal me encontré con la mismísima bestia. 

—¿A dónde cree que va señorita Cooper? —me preguntó la madre con una sonrisa diabólica. 

—A traer a Des. 

—Usted no saldrá, ella entra hasta que yo lo ordene. 

—Quitese de mi camino—hablé con mi mandibula apretada. 

Al ver que ella no movía ni un solo dedo y mantenía su asquerosa sonrisa, las lágrimas volvieron a bajar pero esta vez la ira pudo más, me lancé sobre ella con un grito salido desde lo más profundo de mi garganta y le propiné varias cachetadas, me subí sobre su cuerpo y alisté mi mano para soltarle un puñetazo pero la voz de Lucrecia me detuvo. 

—¡Alto ahi Tessandra! —la mano me quedo suspendida en el aire y volví a gritar, me levanté dejando a la bruja en el suelo y salí de la mansión, deshice los nudos de las manos de Desireé. 

—Tess...—habló mi amiga en un hilo de voz, sus ojos se cerraban pero ella luchaba para no quedarse dormida, le ayudé a ponerse en pie y ella solto un grito, sentí como mi corazón se rompía al verla así, Lucrecia se acercó. 

—Déjame ayudarte. 

Entre las dos levantamos a Des y la llevamos a la enfermería. 

—¿Cómo están tus heridas? —me preguntó Lucrecia después de dejar el cuerpo de mi amiga sobre una camilla. 

—Eso no me interesa—solté al enterarme que no había sentido dolor, fue como si el dolor de mi corazón anestesiara el de mi cuerpo. 

—Deja que una enfermera te revise Tess... 

—Yo estoy bien, la que me preocupa es ella—señalé a Desireé, una enfermera empezó a limpiar las heridas de su espalda y otra le suministró algún tipo del calmante. 

Con rapidez otra de las enfermeras pasó a mí lado y le colocó una manta temperada sobre sus piernas, al ver que la estaban tratando bien y de verdad le estaban ayudando acepté que me revisaran. 

Me colocaron antiséptico en las heridas abiertas y me pusieron unas gasas sobre las más grandes. 

—Ven dentro de tres horas para cambiar las gasas—me dijo una enfermera cuando terminó de pasar una venda alrededor de mi pecho y mi espalda. 

El ardor que sentí cuando limpiaban mis heridas no fue ni la mitad del que sintió Desireé. 

—¿Cómo fue? —le pregunté a Lucre. 

—¿De verdad quieres saberlo? 

Asentí a la espera de su respuesta. 

—La madre la sacó y la amarró a la silla, no... No fueron hechas con vara, Tess. Las hizo con una navaja... 

Mi corazón se rompió un poco más y las lágrimas bajaron por mis mejillas. 

—¿Nadie hizo nada para evitarlo? 

—Sí, varias de las ayudantes, yo incluida, tomamos a la madre para llevarla dentro de la mansión y calmarla pero ella se negó gritando y alegando que si lo evitabamos haría que fuésemos mal vistas por la sociedad... 

—Es una desgraciada. 

Empecé a llorar con fuerza y Lucrecia me abrazó. 

 

Pasadas dos horas una enfermera informó que no tenían nieve para hacerle a Des una compresa que le desinflamara la piel así que me ofrecí como voluntaria para ir a recogerla. Necesitaba despejarme y pensar. 

Salí ya vestida diferente y con una canasta avancé hasta el bosque, me adentré entre los árboles y me detuve frente al río deseando cruzarlo y ser libre. Vi una montaña de nieve bajo un árbol grande y me arrodillé para recogerla y guardarla en la canasta. Escuche varias pisadas del otro lado del río, me detuve mirando con agudeza entre los árboles pero no habia nadie. 

Seguí recogiendo la nieve pero las pisadas seguían y su sonido aumento anunciando que alguien se acercaba, mi cuerpo se puso alerta y levanté la mirada de nuevo, esta vez al otro lado del río, frente a mí, había una figura con capucha negra. 

–Hola—soltó con voz ronca y levantó su cabeza dejándome ver su rostro pero para ese momento yo ya estaba corriendo hacia la mansión, no decifré su rostro a la lejanía pero estaba cien por ciento segura de que era un chico. 

Llegué a la mansión y me recosté sobre la puerta luego de cerrarla, mis manos temblaban y tuve que dejar la canasta sobre el suelo para evitar derramar la nieve ya que estas temblaban demasiado. 

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Lucrecia cuando entré a la enfermería con la canasta repleta de nieve. 

Asentí con mi cabeza y le ofrecí la nieve a la enfermera, tomé asiento sobre una camilla desocupada y recordé lo que había pasado hace exactamente unos minutos. 




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