Entre la fe y la espada

Capítulo 4 "Jardín de amapolas"

Salimos de La Plata dos días después del incidente con Vandal, y planeamos ir a Pino del oro, un pequeño desvío de nuestro plan original, pero nos vendría bien.

Desgraciadamente, en el camino nos cayó la noche y Franco y yo tuvimos que acampar en el bosque. No la pasé mal, sino todo lo contrario, Franco me enseñó unos cuantos movimientos nuevos con la espada, me cantó más canciones de caballería y lo mejor de todo, dormimos bajo las estrellas.

Pero nuestra suerte se acabó durante la noche.

 

Los primeros rayos de sol comenzaron a despertarme y me estiré un poco. Franco seguía roncando ligeramente, después lo despertaré.

Salí del saco de dormir y lo enrollé pero al buscar mi mochila no estaba donde la había dejado. Busqué alrededor de los arbustos y en las ramas de los árboles pero no estaban.

 

¿Dónde estaban? Al examinar mejor nuestro campamento; mi mochila, mi armadura y mi espada no estaban por ningún lado y también habían desaparecido las cosas de Franco.

 

Oh dioses. Oh dioses. Esto no era para nada bueno.

 

— Franco — Lo llamé agitando ligeramente su brazo — Franco despierta —

 

Franco gruñó ligeramente y se giró dándome la espalda.

 

— Deja dormir, quieres — Dijo con voz ronca.

 

— Franco — Volví a agitar su brazo — Nos robaron las cosas —

 

— ¿Que? —

 

— No están las mochilas, ni mi armadura —

 

Franco se sentó con dificultad.

 

— ¿Qué quieres decir con que “nos robaron las cosas”? — Preguntó enojado.

 

— Pues nos robaron — Dije agitada — Busque por todos lados las cosas pero no están —

 

Franco se levantó con dificultad de su saco de dormir.

 

— ¿Qué esperas? Tenemos que buscarlas — Dijo mientras se alejaba en el bosque.

 

Guardé rápidamente los sacos de dormir y fui tras él.

Caminamos en el bosque, buscando en cada rincón, cada arbusto, bajo cada piedra. Nos habían dicho que aquí casi no pasaban ladrones, que era raro que te asaltaran. O nos mintieron o tuvimos muy mala suerte. 

¿Cómo pudieron robarnos sin que nos diéramos cuenta? Dormimos con las cosas a lado de nosotros y yo tenía el sueño bastante ligero. En especial la armadura, esa cosa suena bastante si tratas de moverla.

 

A lo lejos vi algo colorido que se movía con dificultad. Al principio creí que era una luciérnaga pero al analizarla vi que era un hada.

Estaba cargando ¡Nuestras mochilas! 

 

— Mira — Llamé la atención de Franco — Son nuestras cosas —

 

Franco me indicó con un gesto que fuera tras ella.

 

Traté de acercarme al hada de manera silenciosa. Me escondía lo más posible pero de alguna manera el hada pareció notar mi presencia, paró por un segundo, analizando su alrededor para después salir volando a toda velocidad.

Sin pensarlo mucho, corrí tras la hada, cruzando troncos, piedras y toda clase de obstáculos sin fijarme a donde me llevaba el hada. Lo único que me importaba era no perderla de vista.

 

El hada era más veloz de lo que creía. Se movía ágilmente entre los árboles y parecía conocer el bosque bastante bien.

 

El hada me terminó guiando hasta un jardín, más bien un campo lleno de amapolas de todos los colores; rojo, naranja, blanco e incluso morado. El lugar ideal para que un hada se oculte. Mire a mi alrededor, el hada no estaba en ningún lado. La había perdido de vista. 

Maldije por debajo y continue con mi búsqueda.

Caminé fijándome por donde pisaba, no quería pisar un hada por accidente. Me fijé en todos los detalles, debía haber algo fuera de lugar.

 

Después de unos minutos, Franco llegó a mi lado.

 

— ¿La perdiste de vista? — Preguntó.

 

— Algo así — Admití — Debe de estar aquí. Se está ocultando de nosotros —

 

Franco no dijo nada más y comenzó buscar junto a mi. 

Duramos unos minutos así, mirando el suelo hasta que Franco llamó mi atención y me indicó con una mano un punto en el pasto. Nuestras mochilas se ocultaban con el pasto y el flores, y encima de estos estaba una pequeña hada. Nos acercamos en silencio.

 

— ¡Devuélvanos nuestras cosas! — Exigí a la pequeña hada.

 

El hada voló junto nuestras cosas hasta quedar a la altura de nuestros ojos.

 

— ¿Qué cosas? — La hada fingió inocencia. 

 

— Nuestras mochilas con todas nuestras cosas — Dije elevando la voz y señalando las mochilas.

 

— ¡Oh! Esas cosas — Cantó el hada con malicia.

 

Esta cosa estaba colmando mi paciencia, tuve que aguantarme las ganas de aplastarla con una mano. No podía hacerlo, iba terminar maldecida por las demás hadas.




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