Entre la gloria y tu

capítulo 1

La lluvia no sonaba como siempre.

Clara despertó con el corazón latiéndole en la garganta, como si hubiera corrido sin moverse. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por el azul pálido que se filtraba entre las cortinas cerradas. No había tormenta, y sin embargo, el aire olía a electricidad.

Se sentó en la cama, sin recordar exactamente qué había soñado, pero con la clara sensación de que algo había cambiado. Una presión invisible le oprimía el pecho, leve pero constante, como si alguien le susurrara desde muy lejos, sin palabras, pero con urgencia.

Se llevó una mano al cuello. Por un instante, vio algo en el espejo del armario: una luz suave, temblorosa, justo debajo de su clavícula, que desapareció cuando parpadeó.

—Otra vez esto —murmuró, frotando la piel. No quedaba rastro. Nada. Como siempre.

Desde hacía semanas, se despertaba así. Con sueños fragmentados, la piel fría, y la sensación de estar siendo observada desde algún lugar fuera de lo tangible.

—Clara, baja ya, que se te enfría el desayuno —gritó su madre desde la cocina.

—Voy .

Se levantó, se cambió con desgano, y bajó las escaleras con el uniforme a medio abotonar. En la mesa la esperaban las mismas tostadas con queso crema y mermelada de fresa. Pero ese día no tenían sabor. Ni el café con leche, ni el abrazo rápido de su madre, ni el “buenos días” apurado de su padre mientras revisaba mensajes en el celular.

Todo se sentía… desenfocado.

—¿Dormiste bien? —preguntó su madre, observándola de reojo mientras removía algo en la estufa.

—Más o menos.

—¿Otra pesadilla? —intervino su padre sin levantar la mirada del celular.

Ella dudó.

—No lo sé. No lo recuerdo.

El hombre chasqueó la lengua.

—Ya va siendo hora de dejar esas cosas. Ya tienes dieciséis, Clara. No eres una niña.

Clara no respondió. Su madre le lanzó una mirada rápida al esposo, pero no dijo nada. Era el mismo ciclo de siempre: él exigente, ella mediadora, Clara… ausente.

—Hoy llueve —comentó su madre, cambiando de tema—. Lleva el paraguas grande, no ese roto.

—No me gusta usar paraguas —respondió Clara.

—Tampoco te gusta enfermarte —añadió su padre, esta vez mirándola directamente.

Tomó el paraguas. No por obediencia, sino porque no tenía ganas de discutir.

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La calle estaba cubierta por una niebla espesa, y aunque era temprano, el cielo estaba lleno de nubes que impedian la luz del sol. La lluvia no era intensa, pero caía con un ritmo persistente, como un tambor lejano que marcaba algo más profundo que el tiempo.

En el camino al instituto, Clara sintió una ráfaga de viento que la hizo detenerse. No era normal. No era natural. Venía de la dirección contraria a la que caminaba, como si algo invisible intentara detenerla.

Sus zapatos chapotearon al cruzar la calle y, justo al llegar a la esquina, una hoja de arbol cayó frente a sus pies.

No era una hoja cualquiera.

Tenía forma de espiral, sus bordes se movían como si ardieran, pero sin fuego real. Clara se agachó, la tocó. En cuanto sus dedos la rozaron, la hoja se desintegró en el aire, dejando un leve resplandor naranja que flotó un segundo... y luego desapareció.

Parpadeó. Nadie más la había visto.
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El aula estaba llena de ruido cuando llegó. Chicos hablando de tareas, series, fiestas. Clara se sentó en su sitio habitual, cerca de la ventana, con el cabello húmedo pegado al cuello.

Su mejor amiga, Valentina, llegó minutos después.

—Estás pálida —dijo, sin saludar siquiera.

—Gracias —respondió Clara con ironía.

—¿Otra vez soñaste raro?

Clara no contestó. Solo bajó la mirada.

—Clara, tienes que hablar con alguien. No puedes seguir así. Te desconectas, te enfermas, y no me dejas ayudarte.

—No es nada. Solo estoy cansada —mintió.

En ese momento, la maestra Laura entró. La misma que, hacía cuatro años, les había contado aquella historia sobre los Arkanis, la sangre y el fuego, como si fuera una simple leyenda.

Clara aún recordaba cada palabra.

La profesora hojeaba unos papeles, pero de pronto levantó la mirada y la dirigió directamente a Clara.

La observó durante varios segundos. Ni una sonrisa. Ni una palabra. Solo una mirada sostenida, demasiado intensa, demasiado larga.

Clara se removió en su asiento, incómoda. La profesora apartó la vista sin decir nada y empezó la clase. Clara se paso toda la clase incomoda por las miradas intensas de su maestra, lo peor es que no sabia por que la miraba de esa forma .
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A la salida del instituto, Clara sentía el cuerpo extraño. La cabeza le latía, y aunque la piel le ardía, estaba helada al tacto.

—Deberías ir al médico —dijo Valentina, caminando junto a ella.

—Estoy bien.

—No, no lo estás. ¿No sientes que algo… está raro? He tenido sueños extraños, como tú. Y en el colegio, escuché a otros decir lo mismo.

—¿Qué tipo de sueños?

—Fuego. Gente que habla raro. Voces. Un árbol enorme.

Clara se detuvo en seco.

—¿Qué árbol?

—No sé. Nunca lo vi en la vida real. Pero el arbol es grande y con hojas de muchos colores .

Clara tragó saliva.

—No digas nada de eso a nadie —susurró.

—¿Por qué?

-- Las personas no nos creeran , mis padres no me creyeron . Me dijeron que lo olvidara . Tarde o temprano descubriremos el porque de todo esto .
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Esa noche llovió de nuevo.

La ventana temblaba con cada gota, pero Clara no podía dormir. Se retorcía entre las sábanas, sudando frío. Y entonces, llegó el sueño.

El árbol.

Era exactamente como lo recordaba del cuento: retorcido, inmenso, con raíces que se alzaban como serpientes. Bajo sus ramas, una figura oscura la esperaba. No tenía rostro, pero sí voz.

Una voz antigua, profunda, masculina.

—Ya no eres solo una niña. La sangre te reclama.

Clara intentó correr, pero sus piernas no respondían. La figura extendió una mano hacia ella, y algo brilló en su muñeca: un símbolo. Una espiral con puntas afiladas, como garras , con cuatro simbolos extraños alrededor .




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