Entre la gloria y tu

Capitulo 9

Clara nunca pensó que el cansancio pudiera sentirse tan pesado. Cada músculo ardía tras el entrenamiento con Aedan, y aunque había jurado que no volvería a soportar esa intensidad, algo dentro de ella seguía arrastrándola. Tal vez era el orgullo, tal vez la necesidad de demostrar que podía con todo.

El tintineo de una campanilla anunció su entrada a la cafetería. El aire estaba impregnado de café recién molido, un olor que la envolvió como un abrazo inesperado. El lugar era pequeño, con lámparas bajas y mesas de madera, lleno de estudiantes que buscaban refugio del ajetreo.

Y ahí estaba él.

Aedan.

Sentado en la mesa más apartada, cerca de la ventana empañada por la llovizna. Su postura era rígida, como si incluso en un sitio tan mundano nunca pudiera relajarse del todo. Tenía el cabello un poco desordenado, la chaqueta negra colgada en el respaldo de la silla, y los dedos largos alrededor de una taza que aún humeaba.

No parecía el mismo hombre que la empujaba hasta la extenuación en los entrenamientos. Ese Aedan se escondía detrás de una máscara de severidad; este, en cambio, se veía… humano.

Clara pensó en retroceder. Fingir que no lo había visto, que podía salir corriendo antes de llamar su atención. Pero justo entonces él levantó la vista. Y sus ojos la encontraron.

Un estremecimiento la recorrió.

—Clara. —Su voz fue baja, un poco ronca, como si su nombre le hubiese sorprendido en medio de sus pensamientos.

Ella se mordió el labio.
—Yo… no sabía que venías aquí.

Una pausa. Y luego esa media sonrisa, tan rara en él que parecía un milagro.
—Tampoco yo sabía que tú venías.

El calor subió a las mejillas de Clara. Caminó hasta su mesa, dudando.
—¿Te importa si…?

Él negó suavemente con la cabeza.
—Siéntate.

El murmullo de las conversaciones y el repiqueteo de las tazas en la barra llenaban el aire, pero entre ellos reinaba un silencio distinto, más denso, cargado de algo que Clara no quería nombrar.

Pidió un café para disimular sus nervios. Jugaba con la cucharilla, haciéndola chocar contra el borde de la taza, hasta que se atrevió a romper el silencio.

—No sabía que supieras sonreír.

Aedan arqueó una ceja.
—¿Eso crees?

—Es la primera vez que te veo hacerlo —dijo ella, intentando sonar ligera, aunque su voz tembló un poco—. Y no lo haces tan mal.

Él apartó la mirada, como si sus palabras lo hubiesen sorprendido más de lo que admitiría jamás.
—No sonrío mucho.

—Deberías —se escapó de sus labios, y al instante se arrepintió. Sintió que el rubor le subía a la cara, pero no se retractó.

Aedan la miró, y por primera vez no había dureza en su expresión. Solo una especie de curiosidad profunda, como si quisiera descifrarla.

El café llegó, pero Clara apenas lo probó. Se encontró demasiado ocupada intentando entender por qué su pecho latía tan rápido. No era como la atracción abierta y descarada que Iker despertaba en ella, con sus bromas y su sonrisa pícara. Esto era distinto. Más silencioso. Más peligroso.

Él desvió la vista hacia la ventana. La lluvia resbalaba en hilos finos, reflejando la luz amarilla de las farolas.
—Es extraño. —Su voz fue suave—. Estar aquí, como si fuéramos… normales.

Clara arqueó una ceja.
—¿Normales?

—Dos estudiantes cualquiera. Dos personas que no tienen un destino que les pesa encima.

La sinceridad de su tono la desarmó. Ella también miró hacia la ventana, intentando ignorar la presión en su pecho.
—Tal vez por un rato podamos fingir que sí lo somos.

Cuando sus miradas se encontraron de nuevo, hubo un instante en que el mundo se redujo solo a ellos. El bullicio de la cafetería se volvió distante, como un eco lejano.

Clara llevó la taza a los labios, aunque apenas probó el café. Sentía que el calor no venía de la bebida, sino de la forma en que Aedan la observaba sin descanso, como si intentara grabar cada uno de sus gestos.

Él se inclinó un poco hacia adelante.
—Clara, hay algo que debes entender. —Su voz era baja, firme—. Todo lo que te estoy exigiendo, todo lo que oculto… no es porque quiera alejarte. Es porque, si lo supieras todo ahora, el peso te aplastaría.

Ella lo miró fijamente.
—¿Y no crees que ya me está aplastando no saber nada?

Aedan se quedó en silencio. Su mandíbula se tensó como si buscara las palabras adecuadas, pero finalmente bajó la vista hacia su taza.

Ese gesto, más que cualquier explicación, le mostró a Clara la grieta en la armadura de él.

Ella respiró hondo.
—Tal vez tengas razón. Tal vez aún no esté lista. Pero tampoco voy a huir de lo que venga. —Su voz se suavizó—. No lo hice antes, y no lo haré ahora.

Un leve destello pasó por sus ojos. Algo parecido al orgullo, mezclado con preocupación. Y Clara, por un instante, sintió que entre ellos se había tendido un puente invisible.

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El sol de la tarde bañaba los pasillos de la academia con un resplandor dorado cuando Clara dobló una esquina y chocó de lleno con alguien.

—¡Auch! —protestó, dando un paso atrás.

La sonrisa ladeada de Iker apareció ante sus ojos.
—Vaya, siempre tan sutil. ¿Me estabas buscando o solo disfrutas estrellarte contra mí?

Clara rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír.
—No todo gira a tu alrededor, ¿sabes?

—Eso dicen, pero yo tengo pruebas de lo contrario. —Se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz—. Por ejemplo, ahora mismo estás sonriendo. Y lo estás haciendo porque soy yo.

El rubor subió a sus mejillas.
—No eres tan irresistible como crees.

—¿Ah, no? —Iker arqueó una ceja, con esa picardía que parecía imposible de ignorar—. ¿Entonces por qué me escribías corazones en el cuaderno?

Clara lo empujó suavemente, indignada.
—¡Eso fue hace años!

—Y aún lo recuerdo. —Su risa fue ligera, contagiosa—. Eres terrible para ocultar tus secretos, Clara.




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