Entre la gloria y tu

capítulo 11

La primera noche en el edificio de los magos de aire no le regaló descanso a Clara.
Entre las voces en su cabeza, la sensación de vacío al no tener a Valentina a su lado y los pasillos que parecían respirar con ella, durmió poco y mal. Cuando amaneció, las ventanas abiertas dejaron que el viento entrara como cuchillas suaves que le acariciaban la piel.

El edificio entero parecía un homenaje a la ligereza: columnas estrechas que se alzaban hacia el cielo como si fueran a desaparecer, ventanales abiertos que dejaban ver las nubes, techos tan altos que daban vértigo y escaleras en espiral que parecían no acabar nunca. Todo flotaba en una extraña calma, como si en cualquier momento pudiera elevarse y dejarla sola en medio del aire.

Clara se reunió en el vestíbulo con los demás magos de aire. Allí conoció mejor a su compañero asignado: Darian, un chico de cabello oscuro y ojos tan claros que parecían casi transparentes. Su mirada tenía algo que inquietaba, una mezcla entre dulzura y amenaza.

—Parece que el destino decidió ponernos juntos —dijo él con una sonrisa torcida, que no terminaba de ser amable—. Espero que sepas moverte en el aire tan bien como pareces hacerlo en tierra.

Clara arqueó una ceja, pero no respondió. No estaba de humor para juegos.

En otro extremo de la isla, Valentina experimentaba lo opuesto. Su edificio estaba rodeado de cascadas que caían desde el techo, muros de cristal con corrientes de agua en movimiento y pasillos en los que los pasos resonaban como si caminaran bajo el mar. El chico que le había tocado como compañero era un mago de agua llamado Elior, de cabello plateado y mirada calma, como un lago en reposo.

Valentina lo observó de reojo mientras él hablaba con fluidez sobre estrategias, equilibrio y control. Ella, en cambio, se sentía atrapada entre la ansiedad y la soledad. No tener a Clara le dolía, y aunque Elior parecía confiable, sabía que aquí nadie era del todo lo que mostraba.

Iker, en cambio, estaba en el edificio de los magos de fuego. A diferencia de los demás, este lugar era asfixiante: antorchas encendidas en cada rincón, muros de piedra rojiza y un calor abrasador que no cedía nunca. Para muchos era insoportable, pero para Iker parecía ser su ambiente natural.

Se movía entre los demás como si ya lo conocieran, con esa sonrisa arrogante y segura que atraía y repelía al mismo tiempo. Sus compañeros lo miraban con respeto, pero también con miedo. Y eso le gustaba.

Nadie sabía todavía que él y Clara estaban unidos por lazos más profundos, por recuerdos que ella intentaba enterrar. Y él, con un juego perverso, parecía dispuesto a desenterrarlos uno a uno.

La segunda mañana, todos los edificios vibraron con un mismo eco. Una voz mágica, grave y omnipresente, atravesó muros y mentes:

—Participantes, han sido asignados a los edificios de su elemento. Durante dos días completos convivirán con sus compañeros, fortalecerán alianzas y mostrarán quién merece la atención de los seguidores. Las multitudes sobrenaturales observan cada gesto, cada palabra. El apoyo que obtengan podría salvarlos… o condenarlos.

Un murmullo recorrió cada sala. Clara sintió un escalofrío. No solo competían entre ellos, también eran espectáculo.

Las horas siguientes fueron un desfile de interacciones tensas. Algunos magos de aire se mostraban confiados, otros trataban de imponerse. Darian, su compañero, era de los que más hablaba:

—El aire es libertad, pero también caos —le susurró en un momento, inclinándose demasiado cerca de ella—. Los demás creen que somos los más frágiles, pero no entienden… que el viento puede derribar montañas.

Clara intentó apartarse, incómoda por la intensidad en su mirada. No obstante, no podía negar que había algo magnético en él.

Mientras tanto, Valentina comenzó a acostumbrarse poco a poco a Elior. Había algo tranquilizador en su manera de moverse, como si cada paso estuviera medido. Él la miraba con paciencia, y cuando ella confesó que extrañaba a Clara, solo respondió:

—El agua también sabe estar sola. Pero siempre encuentra el cauce para unirse a otras aguas. —Y le ofreció la mano.Ella dudó… pero terminó aceptándola.

Iker, por su parte, se convirtió rápidamente en el centro de atención en el edificio de fuego. Contaba anécdotas, lanzaba llamas en el aire con un simple chasquido de dedos y desafiaba a cualquiera que intentara opacarlo. La multitud lo adoraba y lo odiaba al mismo tiempo.

Pero en su interior, solo pensaba en Clara.
Y en cuánto iba a disfrutar verla quebrarse poco a poco.

Esa noche, Clara se aventuró por los pasillos altos del edificio de aire. Había escaleras que parecían no llevar a ninguna parte, y corredores donde el viento soplaba con tanta fuerza que apenas se podía respirar.

Allí, en un rincón improbable, lo vio.
Aedan.

No debería estar allí. No pertenecía a ese edificio. Y, sin embargo, estaba frente a ella, su silueta recortada por la luna.

—¿Cómo entraste? —susurró Clara, con el corazón golpeándole el pecho.

Él no respondió de inmediato. Caminó hacia ella, y cada paso parecía devorar la distancia que los separaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la miró con esa intensidad que la quemaba por dentro.

—No puedo evitarlo —dijo al fin—. Necesito asegurarme de que estés bien.

El aire se volvió pesado entre ambos. Clara sintió que su respiración chocaba con la de él, tan cerca que casi podía sentir el calor de su piel. La tensión era insoportable, una mezcla de miedo, deseo y algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.

Un paso más y sus manos rozaron por accidente. El contacto fue eléctrico, como si todo el aire del edificio se hubiera concentrado en ese punto. Clara retrocedió de golpe, intentando recuperar el control.

—No deberías estar aquí —dijo con voz temblorosa.

—Lo sé. —Aedan dio un paso atrás, aunque su mirada permaneció fija en ella, clavándose como un ancla—. Pero tampoco puedo estar lejos.




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