Entre la gloria y tu

capítulo 12

La mañana amaneció con un cielo gris sobre la isla. Clara abrió los ojos con un sobresalto: llevaba dos noches sin dormir bien. En sueños, siempre había viento… y una voz que susurraba su nombre como si viniera de todas partes.

Valentina la observaba desde la litera de al lado, con el ceño fruncido.
—No puedes seguir así.
Clara le devolvió la mirada, con ojeras marcadas.
—Tú tampoco.
Ambas rieron con un cansancio que les dolió en la garganta.

Pero la risa murió pronto. Tres días. Ese era el tiempo que quedaba para que los Juegos del Umbral comenzaran.

La isla entera parecía contener el aliento.

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El día se desarrolló con normalidad aparente: entrenamientos menores, paseos vigilados, discursos repetidos de la voz mágica que recordaba a todos que pronto serían observados por miles.

Pero Clara no podía evitar sentir que las paredes del edificio donde se alojaban los magos de aire escondían algo. Cada corredor parecía tener pasadizos invisibles, y el viento cambiaba de dirección sin explicación.

Al anochecer, cuando los demás se habían quedado en la sala común charlando, Clara decidió explorar.

Subió una escalera estrecha que llevaba a un pasillo superior. Las ventanas se abrían al océano, y el viento entraba con tal fuerza que le erizaba la piel. Allí fue cuando la vio: una puerta que no recordaba haber visto nunca.

No tenía pomo, solo un grabado en espiral.

Al rozarlo con la yema de los dedos, la puerta se abrió sola.

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Lo que encontró detrás era imposible.
Una sala de aire cristalizado, con columnas translúcidas que giraban sobre sí mismas como torbellinos detenidos en el tiempo. El suelo era liso, casi líquido, y flotando en el centro había un altar suspendido en corrientes invisibles.

Sobre el altar, un libro.

Clara se acercó con pasos lentos, el corazón retumbándole en el pecho. Al tocar la superficie, el libro se abrió sin que ella lo ordenara.

No eran páginas de papel: eran láminas de humo sólido, brillando con una luz azulada. Las palabras parecían moverse, como si respiraran.

"Los juegos no buscan al más fuerte… sino al heredero."

El aire de la sala se volvió frío. Clara retrocedió un paso, con un nudo en la garganta.

¿Heredero de qué?

Intentó leer más, pero el viento empezó a soplar con violencia. Los remolinos de cristal vibraban, y una figura apareció reflejada en ellos: un hombre alto, de hombros rectos, cabello oscuro y ojos hundidos que parecían atravesarla.

No estaba allí físicamente. Era como un eco atrapado en la corriente.

—Clara… —su voz era grave, resonante, como si viniera desde el fondo del tiempo—. Nos veremos pronto.

El libro se cerró de golpe. Las columnas de aire estallaron en un rugido ensordecedor, y una ráfaga la empujó hacia afuera.

La puerta se cerró tras ella, dejándola arrodillada en el pasillo, jadeando, con las manos temblorosas.

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Clara se levantó tambaleante. Intentó abrir la puerta de nuevo, pero ya no estaba. Solo pared.
Se apretó el pecho, sintiendo que el aire se le negaba.

Esa voz… ese hombre.
No necesitaba que nadie se lo confirmara: era el fundador de la sociedad.

Y si sus palabras eran ciertas, los juegos no eran solo una competencia mortal. Eran un filtro, una cacería para encontrar a alguien.
A ella.

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Cuando volvió con el resto, todos estaban distraídos, hablando, riendo con nerviosismo. Nadie parecía haber notado su ausencia.

Aedan, desde un rincón, la observó con ojos inquisitivos. Clara intentó evitar su mirada, pero él frunció el ceño, como si pudiera leer en ella el secreto recién descubierto.

Valentina le sonrió desde su mesa, pero Clara no pudo devolvérsela.

Tenía la certeza de que algo mucho más grande que ella la estaba empujando hacia un destino que ni siquiera comprendía.

Y que esa sombra del fundador no la dejaría en paz hasta atraparla.




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