Entre la gloria y tu

capítulo 13

Clara seguía sintiéndose atrapada en el edificio de aire. Darian no se apartaba de ella, y aunque parecía un aliado, cada vez más notaba algo extraño en su manera de mirarla, como si esperara que ella fallara para ocupar su lugar.

—No dejes que te vean débil —le dijo él mientras practicaban controlar ráfagas de viento en el patio suspendido—. Aquí todos somos reemplazables.

Clara lo escuchó, pero por dentro hervía. Había pasado la tarde entera pensando en Aedan, en la intensidad de su entrenamiento, en cómo cada movimiento parecía grabado en su piel. Y ahora, obligada a sonreír frente a Darian, sentía que una parte de ella traicionaba lo que de verdad deseaba.

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En el edificio de fuego, Iker recibió un mensaje secreto, transmitido por un anciano guardián del clan.

—Tu madre observa. —susurró—. No confía en ti.

Iker apretó los puños. Siempre había sido así. Su madre, la matriarca, jamás lo había visto como suficiente, siempre comparándolo con otros.

Esa noche, frente a todos, se obligó a brillar más que nunca. Se lanzó a un duelo de fuego contra tres al mismo tiempo y ganó. La multitud lo vitoreó, y las llamas del edificio rugieron como bestias encendidas.

Pero en su interior, el vacío ardía.
¿De qué servía todo si ella nunca lo aceptaría?

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Valentina despertó sudando frío. Elior la había llevado a una de las cámaras sumergidas del edificio de agua para entrenar. Debía controlar su respiración y usar su magia para mantenerse a flote bajo presión.

El agua la rodeaba como un muro aplastante, y aunque Elior intentaba guiarla, Valentina sintió que se hundía en más de un sentido: no solo el mar, también las dudas, el miedo, la soledad de no tener a Clara cerca.

Cuando logró salir, jadeante, los seguidores la aplaudieron desde las sombras líquidas que rodeaban la cámara. Pero Valentina apenas podía sostener la sonrisa.

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Esa misma noche, Aedan fue convocado al Consejo de los Juegos.
Cinco figuras lo esperaban, los líderes que habían fundado la sociedad junto al hombre del lago.

—El vínculo con Clara es más fuerte de lo que pensábamos. —dijo la mujer de túnicas verdes, voz tan fría como piedra.

—No lo negaré. —respondió Aedan, bajando la mirada—. Pero eso no significa que perderé el control.

El fundador, ese hombre que parecía no envejecer, lo observó en silencio. Finalmente habló:

—El día de mañana, las máscaras caerán. Asegúrate de que ella juegue… o todos pagaremos el precio.

Un escalofrío recorrió la espalda de Aedan.

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Esa noche, Clara se asomó al balcón de su edificio y sintió el viento golpearle el rostro con fuerza. No estaba sola: podía sentirlo, la mirada de Aedan desde algún punto oscuro de la isla, invisible pero presente.

En su pecho había ansiedad, miedo y… algo más.
El presentimiento de que, al amanecer, todo cambiaría.

La voz mágica resonó por última vez:

—Mañana, al alba, comenzarán los Juegos del Umbral. No habrá retorno.

El silencio posterior pesó más que cualquier grito.




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