Entre la gloria y tu

capítulo 14

El amanecer no trajo calma. El edificio de los magos de aire se estremecía con un murmullo constante, como si las paredes mismas respiraran ansiedad. Clara despertó sobresaltada, con la sensación de que alguien la observaba. Se giró, pero lo único que encontró fue la luz pálida del sol filtrándose entre las cortinas transparentes.

Ese día, la segunda etapa de convivencia estaba por comenzar: un encuentro entre los cuatro grupos de elementos en el gran Salón de Espejos. Nadie les había dicho qué esperar, solo que sería “una prueba de unión y estrategia”.

Clara se vistió con el uniforme gris con bordes plateados que les habían dado a los del aire. El atuendo se sentía liviano, casi flotante, pero también le recordaba la fría distancia de un uniforme escolar. Al mirarse al espejo, apenas reconoció a la chica que veía: el cabello despeinado por el insomnio, las ojeras suaves bajo los ojos, y esa chispa de miedo mezclada con determinación.

Cuando salió al pasillo, encontró a Adriel, el chico aire con el que más había hablado, esperándola.

—¿Lista? —preguntó con una sonrisa que intentaba ocultar su propio nerviosismo.
—No sé si la palabra sea esa —murmuró Clara.

Caminaron juntos hacia el salón. A cada paso, Clara sentía el eco de un secreto quemándole la garganta: Iker. No podía apartar la sensación de que él estaba allí, escondido en alguna parte de esos muros.

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El Salón de Espejos era una maravilla arquitectónica: una cúpula gigantesca sostenida por columnas de cristal que reflejaban miles de destellos. El aire se sentía cargado de magia, vibrando como un trueno contenido. Allí ya aguardaban los magos de fuego, agua y tierra, cada grupo con sus uniformes que reflejaban la esencia de su elemento.

Los de agua lucían túnicas azul oscuro con detalles plateados que parecían brillar como olas. Los de fuego vestían rojo carmesí con símbolos dorados en el pecho. Los de tierra, verde profundo y marrón, con bordes de piedra incrustados en el tejido.

Valentina, entre los de agua, atrapó la mirada de Clara desde la distancia. Le sonrió apenas, pero esa chispa de complicidad fue suficiente para que Clara respirara hondo. Sin embargo, la alegría duró poco: dos guardianes encapuchados entraron y el silencio cayó como un muro.

Una voz grave, resonante, llenó el salón:

—Participantes de los Juegos del Umbral. Han sido elegidos no solo para luchar, sino para representar el espíritu de su elemento. La unión, la estrategia y la astucia serán sus armas. Desde hoy, cada acción será observada por los Consejeros Supremos… y por aquellos que ya apuestan por su destino.

El eco de esas palabras provocó escalofríos. Clara alzó la vista y vio, en los balcones superiores, figuras encapuchadas con insignias de plata: los miembros del Consejo de los Cuatro. Entre ellos, distinguió a una mujer de cabello plateado, cuya mirada atravesaba a todos como si pudiera leer sus pensamientos.

La voz continuó:

—Durante los próximos días, se enfrentarán en pruebas de lealtad y engaño. Hoy deberán formar alianzas fuera de su elemento. Nadie sobrevivirá solo.

Un murmullo de inquietud recorrió la sala. Clara sintió que la sangre se le helaba. ¿Alianzas? ¿Cómo confiar en desconocidos cuando todo parecía un juego de traiciones?

Fue entonces cuando lo vio.

Entre los magos de fuego, con el uniforme rojo y el porte arrogante de siempre, estaba Iker. Su mirada se cruzó con la de Clara como un relámpago: un destello de sorpresa, seguido de una sonrisa peligrosa. Ella contuvo el aliento.

“Él está aquí… y me lo ocultó”, pensó, con un nudo en el pecho.

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El ejercicio comenzó. Cada participante debía acercarse a alguien de otro elemento y estrecharle la mano, formando un vínculo visible ante el Consejo. Las manos brillaban al contacto, marcando la alianza temporal.

Clara dudó. Adriel la miró, esperando que lo eligiera, pero en ese instante Iker ya avanzaba hacia ella.

—Parece que el destino insiste en juntarnos —susurró él, tendiéndole la mano.

Clara sintió que el corazón le golpeaba con violencia. ¿Aceptar era caer en su juego? ¿Rechazarlo era poner en riesgo su posición? El murmullo del Consejo resonaba desde arriba, expectante.

—Clara… —Iker inclinó el rostro, su voz apenas audible—. No confíes en nadie más que en mí.

Ella lo miró fijamente, atrapada entre el odio y la atracción peligrosa que siempre había sentido por él. Finalmente, extendió la mano. Sus palmas se unieron y una luz plateada y roja explotó entre ellos, sellando el vínculo.

El salón estalló en comentarios. Los de aire miraron con desaprobación, y los de fuego con desconfianza. Valentina, desde la distancia, observaba con preocupación.

El Consejo habló de nuevo:

—Que el lazo de fuego y aire anuncie lo que está por venir. El Umbral no perdona la ingenuidad.

Clara retiró la mano de Iker, temblando. Sabía que algo más grande estaba a punto de desatarse, y que su elección no solo la marcaría a ella… sino a todos los que la rodeaban.

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Esa noche, cuando volvió al edificio de aire, encontró a Aedan esperándola en las sombras del pasillo. Sus ojos oscuros estaban cargados de una tensión que nunca había visto en él.

—Clara, ¿qué has hecho? —susurró con la voz baja, casi quebrada—. Esa alianza puede costarte más de lo que imaginas.

Ella lo miró confundida, atrapada entre la advertencia de Aedan y la sonrisa envenenada de Iker que aún le quemaba en la memoria.

Por primera vez, Clara comprendió que los Juegos del Umbral no eran solo una competencia. Eran un tablero de traiciones, y ella acababa de moverse en la dirección equivocada.




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