El salón permanecía en un silencio denso, tan pesado como el humo de una hoguera recién apagada. Clara aún tenía la marca plateada brillando en su muñeca, latiendo al ritmo de su pulso como si fuese parte de ella. Sentía cada mirada clavándose en su piel, algunas cargadas de admiración, otras de envidia y desprecio.
—Así que es ella… —susurró alguien entre la multitud.
Un murmullo serpenteó por el recinto, creciendo como una marea oscura. Clara apretó la mandíbula, obligándose a mantener la cabeza erguida. No quería mostrar debilidad, aunque por dentro todo su cuerpo temblaba.
Los clanes empezaron a reaccionar.
Los magos de fuego, vestidos con tonos carmesí y dorados, se cruzaban miradas tensas entre ellos. Su líder, Dorian Veyra, de cabellos como brasas y sonrisa cruel, se inclinó hacia adelante.
—El aire se alzó primero —dijo con desdén—. Pero recordemos que las llamas siempre consumen al viento.
Los magos de agua se mantuvieron en silencio, aunque la expresión fría de Lyria Tassar, la representante de su clan, bastaba para demostrar que no celebraba la victoria de Clara. Sus ojos se posaron en Valentina con un gesto de advertencia, como si le recordara que su tiempo también llegaría.
Los magos de tierra, liderados por un hombre de hombros anchos llamado Eryon Khaal, golpearon el suelo con fuerza, protestando en voz baja. Para ellos, Selene había sido la digna merecedora. El hecho de que Clara hubiese arrebatado el cristal encendía un resentimiento que no pasaría desapercibido.
El Consejo levantó la mano, exigiendo silencio. La voz profunda del anciano Orvel, uno de los miembros más antiguos, se alzó:
—El aire se ha mostrado. El Umbral no se equivoca. Aquellos que lo cuestionen, cuestionan al destino mismo.
Las protestas se apagaron, pero la tensión quedó suspendida en el aire, invisible y sofocante.
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Clara salió del salón con el corazón desbocado. Valentina la alcanzó en los pasillos, sus ojos llenos de emoción.
—¡Lo lograste! Clara, ¿entiendes lo que significa? ¡Eres la primera en ser marcada!
Clara intentó sonreír, pero la emoción se mezclaba con un peso extraño.
—No estoy segura de querer entenderlo.
Antes de que Valentina pudiera responder, una voz áspera cortó el aire.
—Disfruta la gloria mientras dure.
Era Selene. Su mirada era un puñal, sus labios curvados en una mueca amarga.
—El aire te escogió esta vez… pero recuerda, no siempre será el aire el que decida.
Valentina dio un paso al frente, dispuesta a replicar, pero Clara la sujetó del brazo. No valía la pena encender otra chispa en medio de tanta pólvora.
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Esa noche, los edificios vibraban con una energía distinta. Cada torre, diseñada para reflejar la esencia de un elemento, parecía observar a Clara con recelo.
En la torre del Aire, donde se hospedaba, los muros eran claros, translúcidos como cristal, y los corredores se extendían como si flotaran en el vacío. Clara se recostó en la cama, mirando la marca en su muñeca que brillaba suavemente en la oscuridad.
Recordó la intensidad del entrenamiento con Aedan, la cercanía de sus manos, la fuerza de su mirada, y cómo esa chispa la había dejado inquieta durante días. Y luego pensó en Iker… su sonrisa pícara, su forma de mirarla como si supiera un secreto que ella ignoraba.
Se llevó la mano a la frente.
“Estoy atrapada entre ellos… entre dos fuegos que podrían quemarme de maneras distintas.”
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Abrió, y ahí estaba Aedan, con su semblante serio y ojos oscuros como la noche.
—No debiste tocar ese cristal —dijo en voz baja, casi como un reproche.
—Tenía que hacerlo —replicó Clara, sosteniéndole la mirada—. Si no lo tomaba yo, lo tomaría alguien más, y… lo sentí. Era mío.
Aedan apretó los labios, conteniendo palabras que parecían desgarrarlo por dentro. Finalmente, se inclinó hacia ella, lo suficiente para que el calor de su aliento rozara su piel.
—No sabes lo que acabas de desatar.
Clara tragó saliva, sintiendo esa mezcla peligrosa de miedo y atracción.
—Entonces enséñame.
Aedan retrocedió de golpe, como si esas dos palabras lo hubiesen herido. Sin responder, desapareció por el pasillo, dejando a Clara con un nudo en la garganta y el corazón latiendo con violencia.
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Mientras tanto, en la torre de fuego, Iker se enfrentaba a su propio tormento. Su madre, Lysandra Veyra, matriarca del clan, lo miraba con la severidad de quien carga generaciones de orgullo y poder.
—No me falles, Iker. Si esa chica del aire brilla demasiado, deberás opacarla. ¿Me entiendes?
Él sonrió con esa ironía que tanto la enfurecía.
—¿Y si prefiero encenderla en vez de apagarla?
El golpe resonó en el salón, la palma de Lysandra estampándose contra su rostro.
—No juegues conmigo. En estos juegos no hay lugar para caprichos adolescentes.
Iker se tocó la mejilla enrojecida, pero en sus ojos brillaba una chispa desafiante. En silencio, pensó:
“Madre, no tienes idea de con quién estás jugando tú.”
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Al amanecer, el Consejo volvió a reunirlos. El anuncio de la segunda prueba resonó en la sala como un trueno:
—En tres días, enfrentarán el Desafío de las Bestias Antiguas. Prepárense. La sangre del pasado los pondrá a prueba.
Los clanes estallaron en murmullos. Algunos hablaban de dragones olvidados, otros de criaturas hechas de pura magia. El suspenso era insoportable, y eso era exactamente lo que el Consejo quería.
Clara sintió que sus piernas flaqueaban. Tres días. Solo tres días para fortalecerse, para entender el poder que acababa de reclamar… y para decidir en quién podía confiar.
En la sombra, sin ser visto, el fundador de la sociedad observaba todo con una sonrisa satisfecha.
El verdadero juego apenas comenzaba.
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Editado: 02.10.2025