Clara
Había algo en el aire que me resultaba distinto. No era solo el frío, ni el cansancio de los entrenamientos. Era como si el viento hablara con otro idioma, como si entre sus susurros se escondiera una advertencia.
Cada día los Juegos del Umbral se volvían más confusos. Las pruebas parecían diseñadas no para medir fuerza, sino para empujar nuestros límites… mentales, emocionales, incluso morales. Y cada vez que veía a los miembros del Consejo observándonos desde lo alto, con esas sonrisas contenidas, sentía que éramos piezas en un tablero que no comprendía.
Esa mañana, mientras los demás desayunaban, decidí explorar una sección cerrada del edificio de Aire. Encontré una escalera que descendía hacia una bóveda vieja, cubierta de símbolos. En el centro había un cofre tallado con el emblema del viento —una espiral perfecta.
Lo abrí con cuidado. Dentro, había hojas amarillentas, casi deshechas por el tiempo. Eran fragmentos de antiguos registros. Y entre ellos, una frase escrita con una caligrafía tan precisa que me heló la sangre:
> “Los herederos no se eligen. Se despiertan.”
El viento se agitó con violencia a mi alrededor, como si el lugar no quisiera que siguiera leyendo. Y entonces lo vi… un sello con la insignia de la Sociedad. Un símbolo idéntico al que llevaba grabado en mi muñeca desde que era niña.
Por un momento sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies.
Narrador: Aedan
Había estado buscándola durante horas. Clara tenía esa costumbre peligrosa de seguir su instinto, incluso si eso la llevaba directo al desastre. Cuando la encontré, estaba en el sótano, con los papeles aún entre las manos y una expresión que mezclaba asombro y miedo.
—No deberías estar aquí —dije, acercándome.
Ella alzó la vista, desafiante. —Tú tampoco deberías saber dónde encontrarme.
El viento se movió entre nosotros, cargado de electricidad. Tomé los documentos antes de que ella pudiera esconderlos. Reconocí el sello. El mismo que yo había visto en los registros prohibidos del Consejo.
—¿Qué es esto, Aedan? —su voz tembló, pero no de miedo, sino de rabia contenida—. ¿Qué significa “herederos”? ¿Por qué todo parece girar alrededor de nosotros?
No supe mentirle.
 Solo di un paso más y dejé que el silencio se encargara de responder.
—Porque no todos los que entraron a los Juegos saldrán de ellos —susurré.
Clara me miró como si intentara descubrir si yo hablaba de los demás… o de ella.
El viento se agitó más fuerte, levantando su cabello, rozándome la piel. Hubo un instante en que nuestras respiraciones se mezclaron. No era el momento ni el lugar, pero el deseo de acercarme fue tan fuerte que tuve que apartar la vista para no hacerlo.
Aedan tenía esa forma de mirarme que me desarmaba. Como si quisiera protegerme del mundo, pero a la vez no pudiera evitar ser parte de lo que me dañaba.
Durante el entrenamiento de esa tarde, la tensión se volvió insoportable. Nos enfrentaron en una prueba de sincronización mágica: él debía guiar el viento y yo controlarlo. Al principio, todo fluyó bien… hasta que me distraje, y una corriente me golpeó el pecho con fuerza. Caí hacia atrás, pero Aedan me atrapó antes de que tocara el suelo.
Su cuerpo cubrió el mío. El aire se detuvo.
 El silencio fue absoluto.
Pude sentir el calor de su respiración en mi cuello, el roce de sus manos firmes en mis brazos, la mirada que no se atrevía a apartarse de la mía.
 Y aunque el viento nos rodeaba, sentí fuego.
—Te tengo —murmuró, casi sin voz.
Tragué saliva. —Lo sé. Pero no puedes hacerlo siempre.
Su expresión cambió. Una sombra cruzó sus ojos.
 Me ayudó a incorporarme, pero sus dedos se quedaron un instante de más sobre mi piel.
Narrador: Iker
Desde la distancia, observé la escena.
 Aedan y Clara.
 Demasiado cerca. Demasiado… conectados.
No era la primera vez que los veía así, pero algo dentro de mí se rompió al hacerlo de nuevo. No podía culparla. Ni siquiera podía odiarlo. Lo que me dolía era ver cómo ella lo miraba con la misma intensidad con la que alguna vez me miró a mí.
Pero no podía distraerme. El clan de fuego tenía planes. Y mi madre… mi madre no aceptaría una derrota.
El fuego quema, incluso cuando intenta protegerte.
 Y yo ya estaba demasiado cerca del borde.
Aedan
Esa noche no pude dormir.
 El Consejo había prohibido el acceso a los registros antiguos, y los papeles que Clara encontró habían desaparecido misteriosamente.
Pero lo que más me inquietaba era lo que sentía cada vez que ella estaba cerca. No era solo atracción. Era algo más profundo. Como si mi destino estuviera atado al suyo desde antes de conocernos.
Y esa certeza me aterraba más que cualquier enemigo.
Narradora: Clara
Al amanecer, volví al sótano.
 El cofre ya no estaba. Pero en el suelo, el viento había dejado una sola palabra, escrita con polvo y aire:
> “Despierta.”
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
 Y en el silencio, supe que los verdaderos Juegos apenas estaban comenzando.
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Editado: 22.10.2025