Entre la gloria y tu

capitulo 19

Clara

El amanecer no trajo calma. Desde que comenzaron los Juegos del Umbral, el aire parecía cargado con algo más que magia. Había miedo, rumores que serpenteaban entre los pasillos de piedra del recinto. Algunos decían que ciertos competidores nunca regresaron de sus pruebas. Otros juraban haber escuchado gritos apagados en los túneles del subsuelo.

Yo solo sabía una cosa: algo se estaba pudriendo en el corazón de la Sociedad.

Valentina caminaba junto a mí, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos del uniforme. Había perdido su sonrisa habitual, y eso me dolía más de lo que quería admitir.

—No crees que exageran, ¿verdad? —le pregunté, intentando romper el silencio.
—Clara, tres del grupo de aire no aparecieron en la cena de anoche —respondió, sin mirarme—. No es coincidencia.

Sentí un escalofrío subirme por la espalda. No era la primera vez que Valentina decía algo así, pero esta vez su voz tembló.

Narrador: Aedan

Desde mi posición, observaba a Clara mientras hablaba con su amiga. El viento movía su cabello hacia un lado, y por un momento, desee no tener que mirar más allá del peligro que la rodeaba. Pero las órdenes eran claras: vigilarla. Protegerla… aunque a veces, me costara recordar que mi misión no era amarla.

El Consejo no decía todo. Lo sabía. Había escuchado a los miembros de fuego discutir en secreto. Querían ganar a toda costa, incluso si eso implicaba eliminar rivales fuera de las arenas oficiales.

Y lo peor… es que alguien del Consejo los estaba ayudando.

—Aedan —llamó Clara, rompiendo mis pensamientos—. ¿Tú también lo notas? Lo de los desaparecidos.

Asentí despacio. —Sí. Y temo que no serán los últimos.

Su respiración se volvió más agitada, los ojos reflejaban algo entre miedo y decisión. Me acerqué sin pensarlo, lo suficiente para que nuestros hombros casi se rozaran.

—No te apartes de mí —le dije.
Ella levantó la mirada, y por un segundo, el silencio se volvió una promesa no pronunciada.

Más tarde, en los pasillos que llevaban al área de entrenamiento, los escuchamos antes de verlos. Voces duras, agresivas. Eran tres del grupo de fuego, rodeando a Valentina.

—¿Así que la pequeña maga del agua cree que puede superarnos? —dijo uno, empujándola contra la pared.

El instinto me hizo reaccionar. Corrí hacia ellos, pero uno de los chicos me detuvo con un gesto. Una llamarada apareció entre sus dedos.

—No te metas, Clara —gruñó—. Esto no te concierne.

—Ella es mi amiga —respondí, desafiándolo con una calma que no sentía—. Y si vuelves a tocarla, te juro que...

—¿Qué harás? —interrumpió con una sonrisa burlona.

Entonces, una ráfaga de aire frío barrió el pasillo. La llama se extinguió de golpe. Aedan apareció detrás de mí, su mirada tan helada que incluso los de fuego retrocedieron.

—Prueben —dijo él con voz baja pero cargada de amenaza—. Y no quedará ni ceniza de ustedes.

Los agresores se marcharon, murmurando insultos. Corrí hacia Valentina, que apenas podía mantenerse en pie.

—Estoy bien —susurró ella, pero sus ojos decían lo contrario.

Aedan

Vi a Clara abrazarla con fuerza. Y aunque todo dentro de mí quería acercarme, sabía que debía mantener la distancia. Esa era mi condena. Pero cuando la vi temblar, con el cabello pegado al rostro y las manos aún crispadas, di un paso al frente.

—Tienes que cuidarte más —le dije, mirándola fijamente—. No todos los que compiten aquí tienen honor.

Ella se giró bruscamente, con los ojos ardiendo de rabia.

—¿Y tú sí lo tienes? —me lanzó—. Porque hasta ahora solo haces lo que te ordenan.

Su voz tembló, y no supe si por miedo o por dolor.

—No sabes lo que dices —susurré.

—Entonces explícame —replicó ella, avanzando hacia mí. Su respiración chocó contra la mía, cálida, temblorosa—. Explícame por qué cada vez que estoy contigo siento que hay algo que callas.

No pude responder. Solo la miré. Sus ojos eran una tormenta, y yo estaba perdiendo la batalla. Mi mano se alzó, rozando su mejilla.

—Porque si te lo dijera —murmuré—, tal vez dejarías de mirarme así.

Ella no se apartó. Por un momento, todo desapareció: los muros, los rumores, el mundo entero. Solo quedamos nosotros y el sonido entrecortado de nuestras respiraciones.

Pero antes de que dijera algo más, un rugido de campanas nos interrumpió. El anuncio del Consejo.

Narradora: Clara

El Consejo del Umbral convocó a todos los participantes al Gran Atrio. La tensión era tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Los líderes de los cuatro elementos se alinearon frente a nosotros.

—A partir de ahora —declaró Consejera Serah, del fuego—, cada prueba será supervisada directamente por el Consejo.

—Las desapariciones —intervino Lord Auren, del aire— son una mancha para todos. Pero que no se malinterprete: los débiles no tienen cabida en este torneo.

Un murmullo recorrió el salón. Yo apreté los puños. Al mirar a Aedan, entendí que él también lo sabía: esas palabras eran una advertencia.

Los miembros del Consejo restantes —Elandor, del agua, y Thyra, de la tierra— intercambiaron miradas discretas. Algo se tramaba entre ellos.

Cuando terminó la reunión, Aedan me tomó del brazo con más fuerza de la necesaria.

—Clara, prométeme que no saldrás sola.

—No soy una niña —repliqué.

—No —dijo él, acercándose tanto que sentí el roce de su aliento—. Pero eres lo único que no puedo perder.

El silencio que siguió fue insoportable. Lo miré a los ojos, y quise decir algo… pero una parte de mí sabía que, si lo hacía, todo cambiaría.

La noche cayó sobre los terrenos del Umbral. En lo alto, las antorchas proyectaban sombras alargadas sobre las paredes. Desde mi habitación, podía ver la figura de Clara en el patio, hablando con Valentina.




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