Entre la gloria y tu

capitulo 20

Clara

El amanecer llegó teñido de un rojo extraño, como si el cielo advirtiera que algo estaba a punto de romperse. En el patio de los entrenamientos, el viento olía a hierro y fuego. Desde los Juegos del Umbral, nada había vuelto a sentirse seguro. Ni siquiera Aedan, con su mirada serena y su forma de decir mi nombre como si me estuviera salvando, podía detener la sensación de que todo se desmoronaba.

Entonces, apareció Iker.

Lo vi al otro lado del campo, apoyado en una columna, observándome como si nada hubiera pasado. Su cabello alborotado, su sonrisa ensayada… y esos ojos que alguna vez creí conocer.

—Clara —dijo, caminando hacia mí con una calma peligrosa—. Necesitaba verte.

Mi cuerpo se tensó.
—Pensé que habías desaparecido con los demás.

—No. Solo me aparté un tiempo… necesitaba pensar. —Su voz bajó, suave, casi culpable—. Todo lo que hice antes… fue un error.

Quise creerle, pero las palabras se sentían vacías. Había algo en su forma de mirarme que no encajaba. Sin embargo, la parte de mí que aún recordaba cómo solía reírse conmigo, cómo me tomaba de la mano sin pedir permiso, quiso aferrarse a esa versión antigua.

—¿Por qué regresaste? —pregunté.

—Porque no quiero perderte otra vez.

Sus ojos se humedecieron. No sabía si era verdad, pero dolía igual.

Aedan

Lo observaba desde lejos, con cada músculo en tensión. El aire a mi alrededor se movía con violencia contenida. Iker no era solo un competidor… era una amenaza. Había escuchado cosas sobre él, sus tratos con el clan de fuego, su acercamiento a uno de los miembros del Consejo.

Pero Clara no lo sabía.

Cuando vi cómo él la rozaba al pasar, cómo su mano casi se posaba sobre la de ella, sentí una punzada en el pecho que no tenía nada que ver con el deber.

Me acerqué.
—¿Todo bien aquí? —pregunté, sin apartar la mirada de Iker.

Él sonrió, esa sonrisa arrogante que usaba cuando quería provocar.
—Perfectamente. Solo hablaba con una vieja amiga.

Clara bajó la vista.
Yo di un paso más. —Ella no necesita viejos amigos. Tiene nuevos aliados ahora.

La tensión entre nosotros era tan densa que el aire parecía crujir. Iker se inclinó apenas, cerca de mi oído.
—No siempre podrás protegerla, guardián.

Quise romperle la mandíbula. Pero no lo hice. No aún.

Narradora: Clara

Esa noche, el Consejo envió un mensaje urgente. Una misión especial: recuperar un fragmento de energía del Umbral oculto en las ruinas del Valle Rojo. Iker insistió en venir con nosotros. Dijo que tenía información precisa sobre el lugar.

Aedan desconfió desde el principio, pero no tenía pruebas para detenerlo.

El viaje fue tenso. Las sombras del bosque se movían como si respiraran. Cada paso resonaba con un eco antiguo, y el aire se volvía más espeso a medida que avanzábamos.

—Es por aquí —indicó Iker, señalando una grieta entre dos rocas enormes.

—No parece seguro —dijo Aedan.

—¿Tienes una mejor idea? —replicó él con una sonrisa.

Yo me adelanté, sin esperar respuesta. La grieta daba a una cueva iluminada por destellos rojos que parecían latir. En el centro, un pedestal sostenía un cristal resplandeciente. El fragmento del Umbral.

—Lo encontré… —susurré, maravillada.

Pero entonces, algo cambió. El suelo tembló. Un rugido ensordecedor llenó la cueva. Desde las paredes comenzaron a brotar llamas vivas, y comprendí demasiado tarde que habíamos caído en una trampa.

Aedan me empujó al suelo justo cuando una lengua de fuego pasó sobre nosotros.
—¡Era una emboscada! —gritó.

Iker retrocedió, con una sonrisa torcida.
—Lo siento, Clara… pero algunos pactos pesan más que los sentimientos.

Mi mente se quedó en blanco.
—¿Qué… qué hiciste?

—El Consejo quiere eliminar a los que no son dignos. Y tú… eres un peligro para todos nosotros.

Narrador: Aedan

La furia me atravesó como un rayo. Me lancé hacia él, pero una barrera de fuego surgió entre nosotros. Iker escapó hacia la salida, dejándonos atrapados.

—¡Clara, atrás! —grité, mientras el techo comenzaba a derrumbarse.

Ella no se movió. Estaba mirando el punto por donde él había desaparecido, con lágrimas cayendo silenciosas.

La tomé por los hombros.
—¡Mírame! ¡Ahora!

Sus ojos, tan llenos de dolor, se clavaron en los míos.
—Te prometo que saldremos de aquí —susurré.

Usé toda mi energía para abrir una grieta en la barrera. El aire me cortaba los pulmones, pero no podía detenerme. Clara me ayudó, concentrando su magia. Entre ambos logramos abrir un paso, y salimos justo antes de que la cueva colapsara.

Caímos en el suelo, jadeando, cubiertos de polvo y hollín.

Narradora: Clara

—Él sabía todo —murmuré, con la voz quebrada—. Sabía que nos iban a atacar.

Aedan me miró, con una mezcla de tristeza y rabia.
—Y aún así lo seguiste.

—Porque quise creer en él. —Mi garganta ardía—. Siempre quise pensar que aún quedaba algo bueno en él.

—Algunos solo saben destruir lo que aman —dijo, con una calma amarga.

El silencio cayó entre nosotros. Lo miré, con los ojos húmedos.
—Tú no lo harías, ¿verdad?

Aedan tardó en responder. Su mano rozó mi mejilla, con una ternura que me rompió el alma.
—Yo destruiría al mundo antes de dejar que te hicieran daño.

Entonces, el fuego que nos rodeaba pareció desvanecerse. El aire se volvió más claro, más frío. Y en ese instante supe que lo había perdido todo… menos a él.

Pero el precio de esa confianza apenas comenzaba a cobrarse.

Mientras ella dormía esa noche, con el rostro iluminado por la tenue luz del fuego, juré que Iker no viviría para traicionarla una segunda vez.
Y que, aunque el Umbral ardiera, protegería a Clara con mi última gota de aliento.

Porque la traición puede quebrar el cuerpo… pero el amor verdadero, el que uno niega en silencio, siempre sobrevive.




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