Entre la gloria y tu

capitulo 22

La lluvia caía como un murmullo sobre los tejados del recinto. Afuera, las torres de entrenamiento quedaban envueltas por una neblina azulada que parecía respirar al compás del viento. Clara observaba desde la ventana, sin moverse. Llevaba horas allí, con los ojos fijos en el horizonte y el alma suspendida entre el ayer y el mañana.

Desde la traición de Iker, nada había vuelto a ser igual. Las palabras que él pronunció antes de marcharse —“solo seguí órdenes”— seguían repitiéndose en su cabeza, como un eco que la desgarraba. Había confiado en él, y ahora no podía confiar en nadie.

Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—Clara… —la voz de Aedan sonó contenida, casi temerosa.
Ella no respondió. El silencio entre ellos era denso, y aun así, él entró. Caminó despacio hasta quedar a unos pasos, sin atreverse a tocarla.

—Han llegado informes del Consejo —murmuró él—. Quieren vernos a ambos.
Clara giró apenas la cabeza. Su mirada, perdida y cansada, se encontró con la suya.
—¿Por qué a mí?
—Porque todo apunta a que… los Juegos no son solo una competencia —respondió él con cautela—. Están buscando algo. O a alguien.

Clara se volvió por completo. Sus manos temblaron al apoyarse en el alféizar.
—¿A alguien?
Aedan asintió.
—Hay registros antiguos. Hablan de un poder que surgió con el fundador de la Sociedad. Dicen que solo su heredero podría despertar el Umbral completo… y el Consejo cree que ese heredero eres tú.

El aire pareció desaparecer del cuarto.
Clara dio un paso atrás. Sintió el suelo desvanecerse bajo sus pies.
—Eso no tiene sentido… —susurró—. Yo solo… aprendí a controlar el aire. No soy nada más.
—Tú no lo elegiste —dijo Aedan, acercándose un poco más—. Pero naciste con algo que ellos no pueden ignorar. Tu marca… tu poder… y la forma en que el viento te obedece. Todo encaja, Clara.

Ella negó con la cabeza.
—¿Y el Consejo qué quiere de mí?
Aedan bajó la mirada.
—Usarte. O asegurarse de que nadie más pueda hacerlo.

El silencio volvió, espeso, casi insoportable. Clara dio unos pasos hacia él, con los ojos brillando por la mezcla de miedo y rabia.
—¿Lo sabías? ¿Desde el principio?
Aedan cerró los puños.
—No del todo. Solo… sospechaba.

Clara se apartó, con una risa amarga.
—Entonces también me mentiste.
—No, Clara —su voz se quebró apenas—. Te protegí. Aunque eso no era parte de mi deber.

Sus miradas chocaron. Por un instante, algo invisible pareció unirse entre ellos: la comprensión de que ambos estaban atrapados en una red mucho más grande.
Clara dio un paso más, tan cerca que el aire vibró.
—¿Qué somos ahora, Aedan? ¿Aliados? ¿Enemigos? ¿O solo dos peones del Consejo?

Él la miró, y su voz fue apenas un suspiro.
—No lo sé. Pero si debo elegir, prefiero ser el peón que se interpone entre tú y su juego.

Clara bajó la vista. Las palabras la hirieron y la sanaron al mismo tiempo. No sabía si odiarlo por su lealtad o amarlo por su ternura silenciosa.

La reunión con el Consejo tuvo lugar esa misma noche. Los altos miembros, ocultos tras sus máscaras plateadas, los recibieron en una sala circular iluminada por brasas flotantes.
—Clara del Aire —dijo una voz grave—. Has demostrado una afinidad inusual con el Umbral. Los Juegos te pondrán a prueba. Si sobrevives, el legado será tuyo.

—¿Y si me niego? —preguntó ella, alzando el rostro.
La sala entera se estremeció.
—Negarte es negarte a tu destino —respondió la voz—. Y el destino no se negocia.

Aedan quiso intervenir, pero una barrera mágica lo contuvo. Clara sintió el impulso de correr hacia él, pero el fuego azul del círculo la mantuvo en su sitio. Cuando todo terminó, los separaron con la excusa de “evaluaciones individuales”.

Horas después, Aedan la encontró en los jardines. El viento agitaba su cabello como una tormenta a punto de romper.
—Van a apartarme de ti —dijo él, sin rodeos—. El Consejo dice que necesito ser “reentrenado”.
Clara tragó saliva.
—Reentrenado… o controlado.
Él asintió.

Durante unos segundos, ninguno habló. Solo se oía el murmullo del viento y el repiqueteo de una fuente lejana.
—No puedo prometerte que regresaré pronto —dijo él con voz baja—, pero te juro que lo haré.
Clara lo miró. Por primera vez, sin miedo.
—¿Y si para cuando vuelvas, ya no soy la misma? —susurró.
—Entonces aprenderé a encontrarte de nuevo —contestó.

El silencio siguiente fue tan denso que pareció tener forma. Aedan dio un paso hacia ella, y sin pensarlo, le tomó la mano. No la besó ni la abrazó; solo entrelazó sus dedos con los de ella, como si ese gesto fuera suficiente para prometerle el mundo.

El viento giró alrededor de ambos, levantando hojas y polvo dorado.
Clara cerró los ojos. Por un instante, sintió su energía mezclarse con la de él. El aire danzaba entre ellos como un lazo invisible, un juramento sin palabras.

—Prométeme algo, Aedan —murmuró ella.
—Lo que quieras.
—Que no dejarás que el Consejo te cambie.
Él sonrió, apenas.
—Solo si tú prometes no dejar que el miedo te venza.

La noche los envolvió. Ninguno se movió.
El viento sopló una última vez, suave, casi protector. Y cuando Aedan finalmente se alejó, Clara sintió que algo en su interior se rompía y renacía al mismo tiempo.

Porque aunque el Consejo controlaba los destinos, había algo que ni siquiera ellos podían gobernar: el lazo que unía dos almas destinadas a encontrarse… incluso si el mundo entero se lo prohibía.




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