Entre la gloria y tu

epilogo

El amanecer se derramaba sobre las ruinas del Consejo, dorando las piedras fracturadas, acariciando los restos de lo que alguna vez fue la cumbre del poder. El aire olía a tierra húmeda y magia dormida. Los ecos de la batalla se habían apagado, pero el silencio que quedó no era vacío: era sagrado.

Clara se mantenía de pie sobre el borde del atrio destruido, el viento jugando con su cabello. A sus pies, el emblema del Umbral —antes símbolo de dominio— se deshacía lentamente en polvo de luz. Había vencido. Había perdido. Había sobrevivido.

Aedan la observaba desde unos pasos atrás. Sus ojos, tan llenos de ese amor que jamás se atrevió a nombrar, se encontraron con los de ella. Entre ambos había un puente invisible: tejido de todo lo que no dijeron, de cada batalla compartida, de cada herida curada en silencio.

—¿Y ahora qué? —susurró él, con la voz casi rota.

Clara miró el horizonte, donde el cielo se fundía con el mar.
—Ahora... el mundo respira —respondió—. Pero no sé si nosotros podremos hacerlo igual.

Él se acercó, despacio, como quien teme quebrar un sueño.
—Tú eres el respiro del mundo, Clara. Lo fuiste siempre.

Ella sonrió, cansada, con lágrimas que ya no dolían.
—Y tú... tú fuiste mi refugio cuando todo ardía.

El viento los envolvió en un remolino suave, arrastrando pétalos de fuego y hojas de tierra. El cielo, antes gris, empezó a teñirse de tonos rosados, como si la magia misma quisiera agradecerles.

Clara levantó la vista. Por un instante, creyó ver los rostros de quienes cayeron: Valentina, los magos del Umbral, incluso Iker, que en su último gesto eligió salvarlos. Todos parecían fundirse en esa luz final.
Y comprendió que la gloria nunca estuvo en vencer, ni en el poder, ni en los títulos que los antiguos tanto veneraban.
La gloria estaba en seguir de pie.
En amar incluso cuando dolía.
En perdonar lo imperdonable.

Aedan se acercó un poco más, rozando con su mano la de ella. No hubo beso, ni promesa. Solo un silencio compartido, más profundo que cualquier juramento.

El sol se alzó por completo, rompiendo las sombras.
Y así, entre el resplandor y la herida, entre la historia y la eternidad, quedó escrito el final.

No en los libros del Consejo.
No en los himnos de los magos.

Sino en el latido de dos almas que eligieron —a pesar de todo— encontrarse.

Entre la gloria y tú.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.