Entre la marea de sus mundos.

Mortem amici.

En el desconocido.

Elena.

El ruido en las calles es lo que me despierta esta mañana; parece que todos tienen algo por decir ya que sus voces se oyen en tonos elevados, una encima de la otra creando un barullo de voces ilegibles.

Me levanto con pereza de la cama y salgo de mi habitación, emprendiendo camino a la puerta principal con aire soñoliento y refregandome un ojo con cansancio.

Mi hermano y Kirk estas ahí, observando el caos de las calles.

-¿Qué está pasando? - Ellos que aún no se habían percatado de mi presencia, pegan un pequeño salto del susto - ¿Por qué hay tantos gritos?

Gaston me mira y se que algo ocurrió, es la mirada que me daba de pequeños cuando rompía mis muñecas y no quería que yo enloqueciera cuando me enteraba. Pero también fue la primera mirada que le dirija en mucho tiempo sin juzgarla, incluso anoche cuando le aviso que Kirk vendría más tarde apenas y la había mirado.

-Ehh...Bueno… - El titubeo, algo malo estaba pasando, eso era seguro.

-Es...Es Miguel -Dejó que las palabras se las llevara el viento, porque no continuó con la frase.

-¿Qué ocurre con él? - La preocupación fue notable en mi voz, el día anterior había hecho una conexión con aquel hombre. Lo consideraba un amigo, un compañero, un confidente.

-Murió, Elena - Gastón dijo aquello tan bajo, que creí  haber oído mal, pero al observar las expresiones de ellos comprendo que no era así. Miguel estaba muerto, el hombre con el que había estado hablando hacía menos de doce horas.

- Fue por la maldición… Así que, no debemos sentirnos mal por ello - Las palabras de Kirk me dejaron impactada. Lo dijo con tanta naturalidad, con una voz libre de dolor o pesar. Lo que provocó que el corazón me retumbara con furia contenida.

 ¿Así eran las cosas allí? ¿Los sentimientos a la otra persona se esfumaban si moría?

Me encuentro en un limbo en donde mi mente vaga en miles de pensamientos, pedida en los sentimientos que me carcomen desde las entrañas. Todo esto parece algo tan irreal que es difícil de creer, pero la muerte es así. En un momento estas y en el otro ya no.

¿La maldición? ¿La de Aedles? No podía creerlo, ¿cómo aquel hombre con el que había hablado el día anterior, y al cual se le veía tanto cariño y paz en los ojos podría haber muerto por aquello?

Me niego a creer que el alma de Miguel, aquel hombre que me abrió las puertas de su hogar y me brindó su oído, fue corrompida por la maldad.

Fue así, como recordé  lo que él le había dicho, creía que algo más se ocultaba detrás de esa maldición. Motivos para creer en sus palabra ya no me faltan, así que es mejor que a partir de ahora vaya con cuidado por las dudas.

Quizas, quien sabe, solo me estoy volviendo paranoica, pero prefiero - como siempre decía mamá- prevenir que lamentar.

Decido regresar a mi habitación, sin tener ánimos suficientes para estar con nadie mas.

Confunda, triste y asustada.

Me tiro en mi cama, ocultando el rostro en la almohada, lamentándome por aquel hombre y también, por más egoísta que sonara, por la vida que perdí, por la que pude haber tenido y por la que tendré que vivir ahora.

Adler entró a la habitacion despues de un rato, no dijo nada; simplemente se acostó junto a mi y me dejo resguardarme en sus brazos. En un silencio en donde mi alma lloraba.

Adler.

El tener a Elena en su pecho llorando como una niña pequeña, dejando que todo su dolor sea absorbido por mí, sosteniéndola en mis brazos no es el primer acercamiento que me gustaría haber tenido con ella, pero me fue inevitable el venir y darle mi cariño.

Estoy preocupado por ella, esta mañana cuando todo sucedió, Gastón me contó que ella había estado el día anterior con aquel hombre. Tengo miedo, miedo de que el alma de Elena también fuera tomada por la maldad y que luego, ella abandonara este mundo para perderse en el olvido.

Nos mantuvimos en silencio hasta que ella, luego de un rato, se incorporó y me miró a los ojos. 

Adler no podía creer que siguiera viéndose hermosa luego de haber llorado tanto. Pero lo hacía. Sus ojos brillosos resaltaban el color de estos, sus labios rojizos estaban inflamados y en sus mejillas aún quedaban rastros de las lágrimas que habían recorrido ese camino. A pesar de todo, se veía como una deidad que él pretendía  alabar.

Veo como ella dirige sus ojos a mis labios y luego como vuelve a mirarme avergonzada. Hago lo mismo, y un gran impulso de besarla me encarcela, pero me contengo. 

No quiero que las cosas sucedan así, ella está sensible e ida por la reciente muerte de Miguel. No quiero que confunda sus sentimientos por lo que me impulso para marcharme a mi habitación cuando algo me detiene.

Sus labios chocando con los míos, suaves, dulces. Como un manjar.

Al principio fue tímido, solo un roce.

Todas sus fuerzas de voluntad lo abandonaron cuando sintió una dulce caricia en su mejilla izquierda. Poco a poco, el beso tomó más intensidad, y su corazón enloqueció. Creyó morir allí mismo, en los brazos de aquella mujer mientras sus tiernos labios lo devoraban.




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