Entre la Tempestad del Cáncer.

1.

Violeta.

Debí haber escuchado a mi madre aquella tarde, quizás ahora no estaría en la situación en la que me encuentro ahora. Era joven e ingenua, alguien que amaba la idea de estar enamorada de verdad, vivir de aquella ilusión romántica y poder compartir mi experiencia con mis amigas, quienes eran expertas en la rama mientras que yo no. Sin embargo, lo conocí a él cuando me sentía más sola y necesitada de afecto, quizás tomó esa oportunidad para enseñarme que no todos los hombres son buenos.

—¿Ya llegó?

Mi hermana se quita del ventanal para venir a mi lado en la cama donde permanecía acostada.

—Seguro y hay mucho tráfico.

Internamente me reí de mi misma al seguir creyendo esas excusas baratas que Arturo quería imponerme.

—Se que no es así y que está con ella.

De la peor manera me enteré que mi esposo me engañaba con su secretaria desde el tercer mes de estar casado conmigo, según rumores sentía que yo no era mucha mujer para alguien como él. Y luego ocurrió lo de mi enfermedad, caí debido al cáncer y me terminó de hacer a un lado para ir creando una vida al lado de ella al segundo de morirme.

Sonya no sabe que responder y es así como confirmo que mi amado y respetado esposo se encuentra en el lecho de su amante.

—Déjame sola. —. Le pedí en medio de mi dolor, no lloraría pero necesito mi espacio para sufrir sin que nadie lo sepa.

Sonya no toma resistencia y abandona mi habitación, ya anteriormente se lo había pedido y no me habría hecho caso, tuve que recurrir a los gritos y fue así que me dio mi espacio. Me levanté de la cama con cuidado y me mire en el espejo que mantenía cubierto con una sábana, al quitarla ante mi apareció una mujer pálida casi moribunda, cabeza sin un solo cabello, sin cejas ni pestañas, labios grisáceos y agrietados.

Me odié al segundo que me miré.

Y entonces comprendí lo que aquella mujer le daba a mi esposo, belleza, presencia, noches infinitas de sexo sin control.

Eran cosas que debido a mi enfermedad no podría darle nunca, no porque no quisiera, sino porque mi cuerpo no daba para tanta emoción.

—¿Por qué eres así, Violeta? —. Le pregunté a la muerta del espejo.— Teníamos una belleza envidiable y ahora lo único que nos queda es nada.

Enfermarme nunca estuvo en mis planes mucho menos arrojar a aquel imbécil a la vida libertina. Era alguien sana, alguien con ganas de seguir viviendo, de vivir experiencias que a mí corta edad de veinticinco años debía experimentar. La vida me lo arrebató, quien sea que distribuya las enfermedades al mundo me arrebató mi esperanza.

Terminé cubriendo nuevamente aquel espejo y me fui al ventanal a observar por lo menos las calles del vecindario donde vivía desde hace años. Afuera habían niños del mismo urbanismo jugando en la calle con pelotas de goma, unos más pequeños en sus triciclos viviendo ese lado tan inocente de la infancia.

Recuerdo que mi mayor sueño en la vida era convertirme en madre y que Arturo fuese el padre del bebé, de hecho tras terminar nuestra luna de miel había quedado embarazada pero lastimosamente lo perdí, según los médicos fue un aborto espontáneo. No lo había superado solo lo guardé en el cajón del dolor, tras esa pérdida comencé a sentir la lejanía de Arturo pero yo bien de aferrada le propuse volver a intentarlo. Y lo logramos, cumplimos el mes y sentíamos que este si se nos daría pero ocurre lo del diagnóstico y el consumo de los medicamentos oncológicos.

Tuve que interrumpir el embarazo y me moriría.

Tras esa decisión Arturo me culpó a mi cuerpo y a mi por ser tan débiles que ni un solo hijo pude darle en esos primeros meses de lecho matrimonial. La segunda pérdida me había afectado tan grande y sumándole a ello el diagnóstico de mi enfermedad, Arturo se había alejado de mi sin importarle mi dolor o cuánto yo estuviera sufriendo.

Luego me enteré de ella y de las veces que recibía a mi esposo en su casa para atenderlos cuando yo parecía ser insuficiente e insignificante. Igual supe que hace poco Arturo tuvo un bebé con ella y que lo reconoció, todos en nuestro círculo social lo sabían, sus familiares igual y me señalaban por no haber sabido llevar mi matrimonio y a mi esposo, todos me culpan por no haber sido una esposa presente. E incluso rumoran que mi enfermedad se debió a mi abandono tras la perdida de ambos fetos, como le dicen algunos conocidos a mis hijos.

—¿Qué demonios haces en la ventana, Violeta?

Me sobresalté al ver a aquel hombre de piel lechosa, cabello tan negro como la misma noche y ojos grisáceos viéndome furioso tras el vidrio de aquellos anteojos.

—Veo a las personas. —. Respondí como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿No me digas? Sabes que debes descansar. —. A regañadientes me regresé a mi cama, él seguía viéndome como si estuviera furioso.— ¿Para que me querías acá? Sonya me llamó tuve que dejar sola a Gracie con Lincoln.

Lincoln es su bebé y el que tuvo al lado de la amante, ese bebé parecía ser el retrato de su padre e incluso esperaba que fuera diferente a él.

—Solo quería verte antes de irme a mi quimioterapia.

Él bufó como si mi sola presencia le molestara.

—Pues, ya me estás viendo, ¿no?

Se que le molesta tenerme en la casa pero también es mía y tengo derecho de estar acá.

—Si es en ese tono entonces no me agrada.

—¿Y de que modo quieres verme? —. Su arrogancia y rabia me hacen sentir miserable, me odio por no haber sido suficiente, por haberme enfermado…— Ya mejor vete, haces esperar a Sonya y no creo que tenga toda la tarde para ti. Tiene vida, todos tenemos una vida por delante.

Me echa en cara algo de lo que carezco y aunque me duela hasta no dar más me contengo en llorar, en lugar de eso le regalo mi mejor sonrisa.

—Dile que voy en breve.

Él abandona mi habitación tras sonar la puerta fuerte, me derrumbo en un mar de lágrimas sobre mi cama.




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