Entre la Tierra y el Cielo Libro 1

Capítulo 2. Papá

Papá, la primera palabra que aprendí a decir y que provoco que mamá se enojara muchísimo.

Mi papá es el hombre que por las mañanas me llevaba a preescolar tomando mi mano, el que por la noche espantaba a los monstruos de mi habitación, el que siempre me levanto cuando me caía y el que me prometió un castillo de chocolate para comerlo yo sola. Mi papá fue mi héroe por muchos años, hasta que su capa desapareció y el arcoíris que aparecía cada mañana se volvió color gris.   

Enfrente de mi tengo a este señor con algunas canas a los extremos de su cabello, su traje de vestir negro en perfecto estado, con una corbata que combina con su camiseta y por supuesto, sus zapatos súper limpios. Le llegas a pisar los zapatos y te pone a limpiárselos casi, casi con la lengua.

Y si, este hombre es nada más y nada menos que mi señor padre.

─Papá… ¿Qué… que… ─Ni siquiera puedo hablar─. ¿Qué haces aquí? La última vez que te vimos fue hace… ¿Tres años?

Lo recuerdo muy bien, fue en mi fiesta de quince años. Solo se quedó cuatro horas y se fue. Al menos lo vi por unas pocas horas, llevaba seis meses sin verlo.

─Lo sé, hija. Necesitaba verlas ─saca de la bolsa izquierda de su traje una pequeña caja forrada de color azul turquesa con un mini moño negro─. Espero que te guste. Lo vi y me gusto para ti.

Me entrega la cajita y sin evitarlo le doy un abrazo. El aroma de su colonia me invade la nariz. Es mi papá, estoy abrazando a mi papá. Había soñado con algún día volver a verlo. A comparación de mamá yo nunca perdí mis esperanzas, mi corazón sabía que iba a regresar.

─Te he extrañado mucho, papá ─digo en su oído.

 Aún sigo abrazándolo, no me quiero separar de él. No sé cuándo será la última vez que veré a este hombre, tal vez y en unas horas va a desaparecer, como siempre lo hace.

─Yo también mi Ana ─me separo de él y lo miro a los ojos.

Tiene el mismo color de ojos que mi abuela, ojos grises azulados; para mí son muy extraños. Ellos son los únicos que los tienen así, ninguna otra persona de la familia los saco y por ello decíamos que los dos eran personas muy especiales. Los considerábamos como nuestro amuleto de la buena suerte. Con mi abuela todo era felicidad y éramos muy unidos, hasta que falleció. Mi papá perdió su magia, no es la misma persona de hace diez años. Perdimos esos dos amuletos.

─¿Qué te parece si vamos a casa y hablamos todos juntos? ─asiento─. Raúl nos está esperando en la camioneta.

Raúl es el chofer de papá desde hace unos doce años. Es un hombre sencillo, humilde y sin familia. Papá lo encontró en la calle como un indigente, le dio una segunda oportunidad de vida y desde ese momento Raúl se volvió parte de nuestra familia. El único dato que sabemos de él es que tal vez es de Colombia, habla con un excelente acento colombiano. ¿Cómo llego a esta ciudad? Sigue siendo un misterio.

─Hola Raúl ─le doy un abrazo, él lo recibe con mucho gusto.

Recuerdo cuando se vistió de Santa Claus en una navidad y también se vistió de Woody en mi fiesta de cumpleaños número ocho.

─Ana, la veo más grande. Tenía mucho tiempo sin verla.

─Digo lo mismo.

─¿Aun tiene problemas con los tediosos números?

Muchas veces me cuido en la oficina de mi papá, siempre me ayudo con mi tarea de matemáticas.

─Y este año aún más.

Abre la puerta de la camioneta, permitiéndome entrar. Enseguida de que papá subió tomo su portafolio y saco unas cuantas hojas.

─¿Cuánto tiempo te quedaras? ─le pregunto a mi padre. Recibir una respuesta me asusta, no espero una fecha muy larga.

─Aún no sé, a lo mejor un par de semanas o meses. Depende un poco de como vayan las cosas por aquí ─responde, sin quitar la vista a las hojas que trae en las manos.

─Eso dijiste la vez pasada y solo te quedaste tres días ─le recuerdo. Me quedo mirando la ventana, esperando una respuesta.

No contesta.

El camino es tranquilo con la música de fondo que Raúl tiene. Papá no dice nada y mucho menos yo. Siento un gran alivio al ver que llegamos a casa. Raúl me abre la puerta y me ayuda a bajar. Tengo la idea de que estoy soñando, aun no me creo que mi padre este aquí.

Entro a la casa y aviento la mochila. Papá se queda en la puerta, veo cómo duda en sí debería entrar o no. En su lugar yo no lo haría, cuando mamá lo vea le va a ir muy mal.

─¡Papi! ─grita la pequeña Luz en cuanto lo ve.

Corre hacia él con una velocidad impresionante. Sin darse cuenta me pisa con sus brillosos zapatos blancos de “Princesa”.

─Miren a la pequeña Lucecita. O debería decir, ¿la grande Lucecita? Estas más grande de lo que recordaba ─la toma con sus brazos, cargándola con fuerza.

A pesar de sus ocho años de edad mucha gente la sigue cargando con mucha facilidad y como si tuviera tres años. La niña a veces se chifla.

─¿Fernando? ─sale mamá de la cocina con un trapo en las manos─. ¿Qué haces aquí? ─pregunta con el tono que le sale cuando la sorprenden o la hacen enojar. En este caso son las dos emociones.




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