El día de hoy es de los pocos días en los que suelo despertar diez minutos antes. Decidí vestir diferente, me he puesto un vestido sencillo y delinee mis ojos con lápiz negro. Suelo vestir así de vez en cuando o en ocasiones especiales como una presentación. No es que me esté arreglando para Juan Pablo, o puede que tal vez sí. Sigo sin entender porque le ofrecí mi ayuda, me da mucha pena hablar con él. Nunca he hablado con algún chico, por lo que no tengo idea de cómo hacerlo. Si le pido consejos a mamá me hará muchas preguntas y se emocionara de más.
─¿Ana? ─escucho la voz de papá detrás de la puerta de mi habitación─. ¿Estas lista?
─Si papá, ya voy.
Me miro una última vez en el espejo, tomo del armario mi chamarra de mezclilla y me la pongo. La puerta se abre de golpe, la pequeña Luz entra corriendo como burro sin mecate. Siempre que viene a mi habitación lo primero que hace es subirse a la cama y brincar sin parar hasta que logro bajarla. Estoy sorprendida, en esta ocasión no lo hizo. ¿Estará enferma?
─¡Ana! ¡Papá nos llevara a la escuela! ─grita con mucha emoción. Me abraza con fuerza, es donde me doy cuenta que trae los ojos llorosos.
No la había visto tan feliz desde la vez que le regalaron el castillo de juguete de la Cenicienta. Dure enojada una semana, desde pequeña siempre quise el castillo de Ariel y hasta la fecha lo sigo esperando. Suena infantil, pero soy súper fan de Ariel.
─Lo sé, Luz. Vámonos antes de que se haga tarde ─tomo mi mochila del escritorio. Las dos juntas salimos de la habitación y bajamos las escaleras.
Papá ya está adentro de la camioneta, por lo que nos despedimos de mamá y salimos de la casa.
Solo quiero abrazar a mi mamá y decirle lo mucho que la quiero. Tiene los ojos hinchados y unas terribles ojeras, sé que no pudo dormir y que se la paso llorando toda la noche.
La primera parada es en la escuela de Luz. La pequeña no dejo de abrazar a papá durante todo el camino y no quiere separarse de él, parece un chicle. Fue difícil lograr que bajara de la camioneta, obligo a papá a que la acompañe hasta su salón. Puedo imaginar lo feliz que se debe de estar sintiendo con papá a su lado. Yo no lo estoy.
Después de que Luz entro a su salón y papá pudo regresar a la camioneta, Raúl se dirige al bachillerato. El camino es silencioso. Papá no dice nada, tiene los ojos en unos documentos y saca cuentas en una calculadora de plástico. Es aquí donde extraño irme en el transporte público y escribir en el transcurso. Puedo escribir aquí, pero no sentiré la misma inspiración, agregando que no me siento a gusto con mi papá a un lado.
Siento un gran alivio cuando la camioneta se detiene en la entrada de la escuela.
─Que tengas un buen día, hija ─dice papá.
Sigo sin créelo. Desperté pensando que todo era un sueño, hasta que me tope a papá saliendo del baño.
─Gracias papá, tú igual.
Ni siquiera lo mire, solo abrí la puerta y baje del vehículo.
Fui directo al salón de matemáticas. Aun no llega casi nadie, solo está Mónica Malek, tatuando sus brazos con un marcador permanente y Dustin Bell, quien juega como un maniático en su consola de videojuegos portátil.
No tardo mucho para que el salón comenzara a llenarse con todos mis fastidiosos compañeros de clase.
La clase continuo, al igual que la siguiente. No me había dado cuenta de lo rápido que se pasó el tiempo. Ya es la hora del descanso, lo que significa que en tan solo unos minutos tendré que ir con Juan Pablo. Debería de estar emocionada, pero lo único que siento son nervios. Solo de pensar en eso el estómago me gorgorea y no, no es porque tengo hambre, es por la reacción que provoca mi cuerpo cuando pienso en Juan Pablo.
─¿Y a ti que bicho te pico? Desde la mañana que andas muy seria. Siento que algo te molesta y te preocupa ─dice Salma al salir del apestoso salón de filosofía. Digo apestoso porque normalmente ese salón apesta a adolescentes que no se han bañado por una semana.
Es raro cuando no salgo asqueada de ese salón.
─Papá regreso.
─¿De verdad? ─pregunta, chasquea los dedos─. Ahora entiendo mis sueños. Toda la semana pasada estuve soñando contigo y con tú papá. No pensé que esa sería una señal de su regreso.
─¿Soñaste con mi papá y conmigo? No me habías hablado de eso.
Salma siempre me trauma y me asusta con sus sueños raros, locos y escalofriantes. Algunos sueños son señales del futuro. Lo más aterrador es cuando hace predicciones con las cartas y su bola de cristal.
─No suelo contar mis sueños hasta que logro descifrarlos ─se encoge de hombros─. Cuéntamelo todo.
─Papá dice que se quedara, pero donde ha dicho eso muchas veces y se termina yendo, no sabemos que esperar de él. Estoy dudosa en sí debería creerle.
─Esta vez sí se quedara, puedo sentirlo ─toca su panza─. Mis sueños lo acaban de confirmar, todo tiene sentido. Me encanta esa satisfacción que siento al entender mis sueños.
─No lo sé, Salma ─niego con la cabeza─. Ya he perdido mis esperanzas desde hace mucho tiempo, me siento muy rara y muy molesta. Hubieras visto la cara de Luz cuando lo vio, en la mañana no dejaba de abrazarlo y lo obligo a llevarla hasta su salón.