Entre la Tierra y el Cielo Libro 1

Capítulo 7. Desmayo

─Solo son ocho vueltas, solo son ocho vueltas, solo son ocho vueltas ─me repito en voz baja─. Puedes hacerlo.

Hace un año que no usaba ropa deportiva. Odio los tenis, nunca los uso y ni siquiera tengo, los que estoy utilizando son de mi mamá y me quedan grandes. No puedo quejarme, solo tenía dos opciones: usar los tenis gigantes de mamá o correr con botines, tuve que elegir la primera opción.

¿Por qué Barth hace esto? Estoy segura que después de la primera vuelta me voy a morir, mis piernas no van a resistir. Otro problema es el sol, justamente hoy está más fuerte que nunca.

Estoy segura que si mis piernas no me defraudan será el sol el culpable de mi derrota.

─Pensé que mamá ya había hablado con el maldito viejo ─espeta Juan Pablo. Se cruza de brazos y fulmina con la mirada a Barth. Él a comparación mía si viene muy deportivo, con sudadera, pans y tenis marca Adidas─. Creí que ya le tenían prohibido hacer esta clase de castigos.

─¡Pónganse en fila! ─grita Barth desde su silla de plástico, a su lado derecho tiene un chico que sostiene una enorme sombrilla. Él bien a gusto cubriéndose del sol y nosotros sudando como cerdos─. Ya saben las reglas, el que se detenga le agregare una vuelta más.

Viéndolo así terminare corriendo veinte vueltas y es seguro que acabare en el hospital.

─¡Corran! ─sopla el silbato, dando señal para que iniciemos a correr.

Comienzo a correr con un paso normal, a los tres segundos todos me rebasan dejándome hasta atrás. No voy a la mitad y ya se me hizo eterno. Barth nos odia, al menos nos hubiera puesto a correr en la cancha básquet en vez de la de fútbol.

El sol empieza a calentar todo mi cuerpo, mis piernas arden y mi respiración ya no tiene un ritmo normal. He cometido el error de respirar por la boca. Algunos ya se encuentran dando la tercera vuelta, mientras que yo apenas estoy terminando la primera.

Me detengo para respirar.

«Maldita sea, no voy a poder lograrlo».

─¡Señorita Evans, dará una vuelta extra!

Me llevo una mano al pecho, siento mi corazón muy acelerado. Está latiendo tan rápido que me da miedo que me pueda explotar.

─¿Estas bien? ─pregunta Juan Pablo, con la manga de su sudadera limpia el sudor que recorre por su frente.

─¡Woods, usted también correrá una extra!

─Estoy bien ─le aseguro, palmeo su espalda para siga corriendo.

Muy apenas pude pronunciar esas dos palabras. Siento como si en la garganta me hubieran encendido un cerillo.

¡Me arde mucho la garganta! ¡No puedo respirar bien! ¡Ayúdame Diosito!

Tengo que seguir corriendo, pero ya no puedo más. Las piernas me duelen demasiado, el corazón lo siento en la garganta, tengo la vista nublando, la cabeza me va a explotar y me siento mareada.

Me llevo una mano a la frente y miro a Barth, de un segundo a otro mis rodillas se doblan y caigo al suelo.

El sol me da directamente a los ojos, los oídos se me taparon y solo escucho un chillido. Aparece una sombra blanca tapando el sol, nuevamente esos ojos se vuelven a conectar con los míos como sucedió en mi sueño. Trato de levantarme, pero no puedo hacerlo. Alzo la cabeza, vuelvo a ponerla en el suelo al sentir un intenso dolor. No puedo mover los brazos ni las piernas.

Estarás bien ─escucho en mi cabeza. El chico se arrodilla quedando a mi lado. En su espalda veo sus alas blancas.

El ángel de mi sueño está aquí, frente a mí. Debo de estar soñando.

─¿Estoy en el cielo? ─levanto la cabeza para verlo mejor, el ángel se ríe por mi tonta pregunta.

No logro que los ojos se me queden abiertos, al cerrarlos se me borra la imagen del ángel.

 

Mierda… mi cabeza, mis piernas. Es como si algo muy pasado estuviera encima de mí aplastando todo mi cuerpo, peor aún, siento como si un camión me hubiera atropellado.

Una fuerte luz me lastima los ojos, eso hace que no pueda ver con claridad.

¿Acaso estoy en el cielo?

─Ana.

─¿Abuelita?

─Ana, soy yo, papá.

Me froto los ojos, al lograr mejorar mi vista lo primero que veo es a papá. Su corbata tiene una terrible mancha de café y por lo que veo estoy en la enfermería. Hace tres semanas estuve aquí por un dolor estomacal, es por eso que reconozco el lugar.

─Ay hija, me asusté mucho. Vine lo más rápido posible cuando me llamarón para avisar que te había pasado algo. Por poco y Raúl se pasaba un semáforo en rojo.

Lo miro confundida, sigo analizando lo sucedido. Me desmaye por correr, tal y como lo predijo Salma.

─Me informaron que estabas corriendo y te desmayaste. Un jovencito te trajo hasta acá ─me quedo atónita, es imposible que el ángel me haya traído a la enfermería─. Fue el mismo chico del supermercado, tu amigo. No sé su nombre.

Fue Juan Pablo. Que tonta, yo pensando que fue el ángel.




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