Entre la Tierra y el Cielo Libro 1

Capítulo 12. De nuevo aquí

Me levanto de la dura y muy fría camilla de metal.

Este lugar huele a muerto y hace mucho frio, fácilmente la temperatura es de unos cuatro grados o menos. Me voy a congelar aquí adentro, la delgada bata blanca no es de mucha ayuda. El suelo es lo peor, está sumamente helado; no tengo zapatos, calcetines y ropa interior. Un momento… Estoy junto a los cadáveres.

¡Estoy en la morgue!

─Respira, no vomites, no vomites, no… ─expulso una cosa amarilla y muy brillosa.

Oh Dios, necesito salir de aquí. Tengo mucho miedo y demasiadas nauseas, en cualquier momento voy a volver a vomitar. Intento abrir la puerta, pero no puedo hacerlo, no tiene manija.

─¡Mamá! ¡Papá! ─grito a todo pulmón, golpeo la puerta con desesperación─. ¡Sáquenme de aquí!

Sigo golpeando y gritando con más fuerza. Finalmente alguien se acerca y abre la puerta, el frio de la habitación se sale por un lado.

─Tú… tú… ─El anciano se queda sin palabras─. ¡Es un milagro!

Lo esquivo y salgo corriendo por el enorme pasillo blanco. Me sujeto de la pared para no caer, el suelo es algo resbaloso. No me detengo hasta llego a la puerta principal, empujo con mucha fuerza el pesado metal, varias personas me miran con terror.

Se me nubla la vista al instante de que la luz solar me da en los ojos, mis piernas se doblan haciéndome caer.

 

­Ana, tienes que despertar susurra Alonso en mi oído─. Lo lograste, estas en la Tierra.

Trato de abrir los ojos, estos se me cierran en cada intento. Me siento muy cansada y algo adolorida, tengo la sensación de que un camión me paso por encima varias veces. De nuevo abro los ojos, esta vez logro que permanezcan así. Por lo que veo estoy en un cuarto de hospital. El abuelo está a mi lado hablando por teléfono.

─¿Qué clase de hospital es este? No me dejaron entrar con mi nueva guitarra. Los de seguridad piensan que los picos pueden ser peligrosos, ¿puedes creerlo?... ─bufa─. Puras estupideces, los picos son los que le dan poder a la guitarra.

─¿Abuelo?

Voltea a verme, casi se le cae el teléfono de las manos.

─Te hablo luego, acaba de despertar mi nieta ─cuelga la llamada.

─Abuelo.

─¡Ana querida! Te veo y no lo creo ─deposita un beso en mi frente─. Que buen susto nos diste a todos, nadie puede asimilarlo. Ya hasta saliste en las noticias, abajo hay como unos cinco periodistas. Te harás famosa después de esto.

No digo nada.

¿Dónde está Alonso? Se supone que debe de estar aquí y no lo veo en ninguna parte. O, ¿todo fue un sueño? ¿Soñé todo esto? No, no fue un sueño, fue real, el Cielo existe. No puedo contarle a nadie sobre lo que viví. Sé que nadie me va a creer, tal vez solo Salma y porque ella ama todas esas cosas relacionadas con el más allá.

Estoy aquí nuevamente susurra en mi oído.

─¿Alonso? ─me incorporo.

─¿Alonso? ¿De qué hablas, nena? ─pregunta el abuelo, peina su bigote con un peine diminuto.

Solo tú puedes oírme y verme.

Tiene razón, acabo de ver como se sienta en la orilla de la camilla. Su silueta se ve con menos brillo y sus preciosas alas han desaparecido.

─Creo que deberías recostarte. Llamare al doctor y a tus padres ─guarda el mini peine en su chamarra de cuero verde.

El abuelo se va de la habitación, escucho como con la boca hace ruidos de guitarra y de batería. Sin duda cada vez se pone más loco. Ahora entiendo cuando dicen que empeoran con la edad.

─Siempre me ha parecido muy divertido tu abuelo ─menciona Alonso, se levanta de la camilla para recorrer cada rincón de la habitación─. Recuerdo que cuando naciste fue a verte a los cuneros e hizo llorar a todos los bebés de la habitación cuando toco el primer acordé en su guitarra eléctrica. Fue una locura intentar calmar a todos los bebés.

Pasó lo mismo en el nacimiento de Luz, no fue con una guitarra eléctrica, sino con una batería. Seguimos sin saber cómo fue que logro ingresar los tambores a la habitación. Casi le prohíben la entrada a ese hospital.

─Tú abuela me pidió que te entregara esto.

Tomo el pergamino que apareció en sus manos. El texto se va escribiendo conforme lo voy abriendo.

“Mi querida Ana,

Me encanto pasar estos días contigo, me regresaste esa felicidad que me hacía falta… me hiciste reír como hace mucho tiempo que no lo hacía. Espero que logres aprovechar esa segunda oportunidad, quiero verte aquí en unos cincuenta o sesenta años más, no antes, por lo que no olvides mirar a todos los lados posibles antes de cruzar las calles. Recuerda que desde acá siempre estaré pensando en ti, nunca olvides lo mucho que te amo.

Desde el Cielo te mando un enorme abrazo.

Con cariño, tu abuela.

Pdta. Cuando vayas a la casa de tu abuelo, por favor esconde esa fea guitarra verde con picos que se compró. Escóndela detrás del armario, ahí las escondía yo”.




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