Entre la Tierra y el Cielo Libro 1

Capítulo 13. El plan

Ha pasado una semana desde que regrese a la Tierra. Deseaba mucho volver a la escuela, tengo suerte de que la directora me haya dado una oportunidad para continuar. Puso como condiciones sacar buenas notas, quedarme tiempo extra después de clases y asistir los sábados. Me perdí dos semanas, será un mes difícil.

Al momento de poner los pies en la acera todas las miradas van dirigidas hacia mí.

Papá carga mi mochila y me acompaña al salón de la segunda clase, no pude llegar a la primera debido a que mis padres discutían sobre si debería estar en la misma escuela o deberían cambiarme. Fue una hora donde Alonso y yo escuchamos esa discusión innecesaria, hubo un momento donde no podíamos aguantarnos las ganas de reír, algunos argumentos que decían eran muy chistosos.

─Papá, me gustaría pasar al baño antes de entrar a la clase. Puedes dejarme aquí.

No quiero ir al baño, solo que no quiero que mi padre me lleve hasta mi banca y sentir aún más las miradas.

─Está bien. Si te avergüenza que tú padre te acompañe hasta tu salón, solo tienes que decirlo ─indignado me ayuda a ponerme la mochila sobre los hombros.

─No me avergüenzas, papá. Solo que siento que tú y mamá se están preocupando de más, voy a estar bien. Quisiera ya no molestarlos tanto, ya vas al trabajo dos horas tarde.

─No nos molestas y no te preocupes si llego tarde, yo soy el jefe ─deposita un beso en mi cabeza─.  Si necesitas algo me llamas y vendré lo más rápido posible. Te quiero mucho, hija. Nos vemos al rato.

─Adiós, te quiero.

Espero unos segundos para que se aleje y continúo con mi camino. Esta semana me han tratado como un bebé recién nacido.

─Puedo cargar tu mochila ─indica Alonso a mi lado.

El día de hoy no viste con ropa blanca, su atuendo lo hace ver como un adolescente normal. Se ve como todo un imán de chicas.

─No gracias, será algo raro y tenebroso ver una mochila flotando en el aire ─suelta una carcajada.

─También puedo convertirme en una persona de carne y hueso, por si lo habías olvidado.

─¿Quieres que todos en la escuela te vean?

─¿Por qué no?

Porque media escuela se volverá loca al verlo, en especial las chicas y quizás uno que otro chico. Alonso es muy apuesto, si no fuera un ángel me enamoraría de él, sería mi amor imposible.

─¡Ana!

No, por favor. Janeth, no.

─Hola, Ana. ¿Cómo estás?

─Bien, ¿gracias? ─Dudo de mis palabras, ni siquiera yo sé cómo me siento.

Janeth nunca me había preguntado cómo estoy y nunca me había hablado con tanta amabilidad. Esto me asusta, debe de estar tramando algo.

─La imaginaba más alta ─menciona Alonso.

─Mira, sé que no nos hemos llevado muy bien, pero quiero que sepas que cuentas conmigo si necesitas a alguien para poder hablar. Nos asustaste a todos, eres la primera persona en la escuela que ha intentado quitarse la vida.

¿Intentar quitarse la vida? Creo que no escuche bien.

─¿De dónde sacas que intente quitarme la vida?

─Pues… algunos de tus poemas salieron a la luz. El que escribiste sobre la muerte es algo suicida.

Por poco y mi mandíbula toca el suelo. ¿Qué tontería está diciendo? En cierto punto me da un poco de risa, pero habla tan enserio que no me puedo reír. «Quitarme la vida», yo nunca haría eso, me dan miedo los cuchillos, las navajas y los edificios altos. No me atrevería a hacer algo así. Ese poema lo escribí con otro significado.

La campana suena.

─Janeth, te agradezco mucho el apoyo. Es un gusto verte, me tengo que ir a clases.

Le sonrió y salgo corriendo hacia el salón. No tuvo sentido haber huido, está conmigo en la clase. Al sentarme en mi lugar ella entro mirándome con diversión.

Poco a poco se va llenando el salón y por supuesto, todos se me quedan viendo. Salma y Abraham entran comiéndose a besos, no se dieron cuenta de mi existencia.

Me pone nerviosa ver que solo queda un lugar vació y es el de mi lado. No despego la mirada de la puerta, quiero ver entrar a esa persona.

Paso un minuto, dos, tres y aun no llega. Con mi bolígrafo golpeo la mesa para intentar calmar mi desesperación.

De un momento a otro Juan Pablo entra detrás de la profesora, mi cara se ilumina como un árbol de navidad. No es el Juan Pablo que recuerdo. Su ropa es toda una caja fuerte, necesito saber dónde dejo su estilo rockero. Tampoco usa sombrero. No me gusta ver esas feas bolsas debajo de sus ojos.

Todos los días le dejaba un mensaje de texto e intentaba llamarlo, no contesto en ninguna ocasión. Solo leyó los mensajes y las llamadas me llevaban directo a la maldita contestadora, gracias a esa cosa podía escuchar su voz por lo menos unos diez segundos.

Se deja caer en la silla, ni siquiera ha sido capaz de mirarme. Solo se sentó y llevo su mirada a sus manos. Se ve molesto, su cara es seria y su frente permanece arrugada. No es como imagine que sería nuestro reencuentro.




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