Entre la Tierra y el Cielo Libro 1

Capítulo 14. La fiesta de Luz

Rosa, rosa y más rosa.

¿Cuál es ese color que se ve al fondo? Qué raro, también es rosa. Al final del día voy a terminar odiando ese color y a los vaqueros. Lo único que me anima es papá, se ve demasiado gracioso con ese disfraz de “Vaquehada”, aunque años atrás se veía mucho más chistoso con el de Burrex.

 Burrex es mejor que Vaquehada.

La cita en el lugar era a las siete de la noche, a los compañeros de Luz no les importo eso y llegaron a las seis y media. Enseguida de que los dejaron entrar se fueron volando a los juegos y se hicieron presentes los gritos, las risas y el olor a pies. Mi poca paciencia no podrá soportar todo esto.

Mamá se puso en la puerta a recibir a los invitados, cada que veo llegar a un familiar me dan ganas de salir huyendo. Me gustaría esconderme, lo malo es que este lugar no tiene escondites, a menos de que me suba al enorme inflable del castillo de las princesas.

A las siete en punto aparece la única persona que ansiaba ver: mi tía Susana. Si hablara de lo maravillosa que es ella me llevaría toda la noche o todo un día. Es de las pocas personas de la familia —o más bien, la única— a la que le hablo y quiero demasiado. La mayoría de las personas dicen que le falta un tornillo y puede que tengan razón, aun así la quiero muchísimo. Lo único malo es que no vive en la ciudad y se la pasa de viaje, por lo que solo la vemos cada tres meses.

—¡Ana!

—¡Susy!

Voy corriendo hacia ella y le doy un fuerte abrazo.

—Te extrañe tanto. Tenemos muchas cosas por hablar —toma mi mano y me lleva a una mesa desocupada—. No vamos a hablar de tu accidente y de todo lo que te paso, debes de estar cansada de eso.

—Ni te lo imaginas. Al menos las cosas ya se calmaron un poco.

Todo fue gracias a que papá amenazó a medio mundo, a toda persona que se atravesaba en mi camino le decía que lo demandaría si seguía diciendo cosas sobre mí o si me mira. Casi todos los estudiantes de mi escuela se asustaron y me evitan a toda costa, no sé si eso debería alegrarme.

─Olvidémonos de eso ─deja caer su bolsa sobre la mesa─. Te tengo muchos chismes.

Miro el reloj de la pared, son las siete con cinco minutos. En quince minutos tengo que irme.

Desde que nos sentamos Susana no deja de hablar, es una maquina imparable. Lo peor de todo es que no logro entender lo que dice, solo asiento con la cabeza y le sonrió.

De repente cierra la boca y se me queda viendo, está esperando a que le diga algo. ¿Me hizo alguna pregunta? Me siento mal por no prestarle atención, normalmente soy yo la que le habla sin parar.

Oh no, ya son las siete y veinte.

─Tengo que ir al baño ─me disculpo y me levanto de la mesa.

─Que te diviertas en el concierto.

Mi corazón se detiene por un momento. Ella no dijo eso… ¿o sí?

─¿Cómo? ─la miro con terror.

─Que iré por una cerveza.

Vuelvo a respirar, me asusté mucho. Creo que ya estoy delirando.

Entro a los baños y me agacho para checar por debajo de las puertas, no hay nadie. Me subo al lavamanos y me pongo de puntitas para abrir la ventana, trato de subir una de mis piernas, pero está demasiado alto. Este plan no funcionara, no sé cómo Salma le hizo para escapar de aquí.

Alonso me sujeta de la cintura y me baja antes de que me caiga de espaldas.

─Salir por la ventana es de las peores ideas ─se frota las sienes─. ¿Tienes que ir? No me parece que sea seguro.

Desde lo sucedido con Salma las cosas entre él y yo aún sido diferentes. Lo demuestra su fría manera de hablar, en ocasiones ni me ve a los ojos y se mantiene apartado. Me molesta que sea así, ya estábamos logrando una buena comunicación. Días atrás compartimos buenos momentos y ahora parece que retrocedimos al día que nos conocimos.

─Tengo que ir, se lo prometí a Juan Pablo. Él es especial para mí…

Se pasa las manos por el cabello y luego por el cuello. Es difícil adivinar lo que piensa.

─Ten mucho cuidado, estaré a tu lado.

Toma mis manos haciéndonos aparecer afuera del salón. El auto de Salma está estacionado en la esquina, corro hacía allá, pero me detengo al ver que de una monstruosa camioneta negra salen los Triple L. Doy pasos hacia atrás y me aviento a los arbustos. El vestido se me alza hasta el estómago y una rama se me encajo en la espalda haciendo que me retuerza del dolor. Solo a mí se me ocurren hacen estas cosas.

Alonso me ayuda a ponerme de pie, al igual que yo se está aguantando la risa.

Esperamos a que entren al salón y salimos corriendo al auto. Ya adentro, Salma aplasta el acelerador hasta el fondo.

─Oye, tranquila. Aún tenemos tiempo y no creo que te guste agregar otra multa a tu historial.

─La costumbre ─se encoje de hombros. Me hace caso y poco a poco va disminuyendo la velocidad.

─La costumbre ─la arremedo y pongo los ojos en blanco.

Salma al volante es un peligro y más porque no sabe manejar muy bien.




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