Siento que la cabeza me va a explotar, quiero vomitar, la boca la tengo súper reseca y muero de sed. No quiero levantarme de la cama, la luz que entra por la ventana me está lastimando los ojos y los sonidos del exterior me martillan la cabeza y hacen que me duelan los tímpanos.
¿Por qué la gente tiene que ser tan ruidosa?
Nunca más en mi vida volveré a beber alcohol. No recuerdo casi nada de anoche, solo que subí a la camioneta de ese chico y fuimos a un bar, de ahí en más todo desapareció.
Un momento… ¿En dónde estoy? Está no es mi habitación, no es ninguna habitación de la casa. ¡No puede ser! ¡Es la habitación de mi padre! ¡Estoy en la casa de mis abuelos! Pero… ¿cómo fue qué…? ¿Él abuelo me trajo hasta acá? ¿Fue a buscarme al bar? ¡No entiendo nada!
Giro en la cama, me llevo un buen susto al ver a Alonso. Se encuentra a mi lado, esta recargado en la cabecera leyendo un libro. Hoy viste de blanco, yo aún traigo puesto el vestido rosado.
─¿Qué hora es? ─la pregunta me sale acompañada de una flema en la garganta.
Cierra el libro y lo deja en la mesita de noche.
─Las dos de la tarde.
─¿Las dos? Es súper tarde, no puedo creer que haya dormido tanto.
Apoyo las manos en el colchón y poco a poco me voy incorporando. Cada movimiento que doy la cabeza me punza y el dolor se vuelve más intenso.
A lado del ropero hay dos maletas, son las que solemos utilizar cuando vamos de viaje.
─¿Qué hacen esas maletas aquí?
Me llevo una mano a la frente, no aguanto la cabeza. Dios, estoy desecha.
─Tu abuelo te lo explicara.
─¿Cómo llegue aquí? En primer lugar, ¿por qué estoy aquí?
De la mesa de noche toma un vaso con agua y me lo entrega. En menos de veinte segundos me bebo hasta la última gota. Sigo teniendo mucha sed.
─Tu abuelo me pidió que te trajera aquí.
Si recuerdo que ayer me dijo que quería hablar conmigo, seguramente tiene que ver con el tema de mis padres.
─Creo que deberías tomar un baño, ya prepare la tina para ti. Iré a buscarte una aspirina y traeré más agua. Te deje ropa arriba del escritorio.
─Gracias.
Toca mi mejilla y desaparece de la habitación.
Al levantarme de la cama un mareo hace que me caiga en el colchón. Con más cuidado trato de ponerme de pie y con pasos lentos consigo llegar al escritorio. Tomo la ropa y voy directo al baño.
Me desvisto y sin quitarme el maquillaje, entro a la bañera. El agua caliente y las burbujas son una combinación perfecta para un momento de relajación, si pudiera me quedaría aquí todo el día. Papá debería de poner una bañera en la casa.
Cierro los ojos y me deslizo adentro de la bañera. Empiezo a tararear una canción que me suena, pero no logro recordar de donde es. Escucho que alguien entra a la bañera y se coloca a mi lado, antes de poder abrir los ojos, con una mano me los tapan. El corazón se me acelera y me pongo tensa.
─No te muevas.
Es la voz de ¿Alonso?
Desliza su mano libre por mi pierna derecha hasta que llega a mi vientre. La piel se me eriza, las mejillas se me acaloran y el estómago se me contrae. Con las yemas de los dedos recorre un camino por mi vientre hasta mis pechos y mi cuello. Trato de quitarle la mano de mis ojos, pero él no me lo permite. Quiero verlo, necesito verlo. Sus labios se encuentran con los míos en un beso desesperado, nada ha cambiado, siguen siendo los mismos de la primera, la segunda y la tercera vez que los probé.
─Eres tan hermosa. Eres mía.
Abro los ojos saltando dentro de la bañera, gran parte del agua sale disparada a los lados, mojando la alfombra y la ropa que me quite y deje tirada.
¡Estaba soñando! ¡Estaba soñando! ¡Estaba soñando! ¡Estaba soñando! ¡Estaba soñando!
¿Qué sucede conmigo? ¿Tuve una fantasía con Alonso? ¿Qué me pasa? Yo no debería de tener esa clase de sueños, no puedo creer que haya soñado algo así, yo lo soñé… Alonso no ha creado sueños para mí en un largo tiempo y no creo que él haya sido capaz de crear algo así. Por suerte no puede leer mis pensamientos, moriría de la pena si descubriera lo que acaba de pasar.
Lavo mi cabello y me apresuro a salir de la bañera. Me pongo la ropa que preparo Alonso y me atrevo a mirarme al espejo, estoy hecha un asco. Tengo residuos de delineador negro, se me marcaron unas ojeras horribles y los golpes se me ven más morados. Lo bueno es que estoy en casa del abuelo, no quiero que la pequeña Luz me vea así.
Al regresar a la habitación es imposible no sentir pena y tener ganas de morirme. Alonso nuevamente está en la cama leyendo uno de los viejos libros del librero del abuelo. Tierra, trágame.
─Te deje en el escritorio la aspirina junto al vaso de agua ─me dice sin quitar la mirada al libro y se lo agradezco, no debería de verlo a los ojos en al menos un par de horas.
Me paso la aspirina con un largo trago de agua y escapo de la habitación ocultando mi gran vergüenza. Entro a la cocina encontrándome al abuelo, está sentado en un extremo de la mesa, tiene los brazos cruzados y una cara de pocos amigos. Bebe de su taza y me sonríe.