Entre ladridos y prejuicios

1. Martina.

Me detengo frente al edificio que promete ser parte de mi nuevo comienzo y sonrío, un poco orgullosa de mí misma. Estoy cumpliendo uno de mis más grandes sueños desde que descubrí a One Direction cuando tenía catorce años: ¡vivir en Londres!

Lo que me llevó a cumplir esta meta no fue una buena razón, pero mi madre siempre me ha dicho que las malas circunstancias nos impulsan a salir de la zona de confort y buscar mejores condiciones. Y eso hice.

Aquí estoy, lejos de la mirada decepcionada de mi padre, de su insistencia por querer controlar cada aspecto de mi vida y de esa sensación de insuficiencia que nuestras diferencias causan en mí.

Con dificultad, arrastro mis maletas hacia el edificio y me detengo frente al ascensor. Mi perrhijo está tranquilo bajo mi brazo, en mi cartera y yo le sonrío. Una vez llega el elevador, me adentro en este y marco el piso 5. Cuando llego, me encuentro con el pasillo vacío y camino hasta mi apartamento.

—Número veinte —murmuro una vez lo encuentro, casi al final del pasillo.

Me recorre un escalofrío cuando abro la puerta con mi llave y suspiro al ver el interior de mi nuevo hogar. El apartamento tiene apenas ochenta metros cuadrados, pero cada rincón está bien pensado: una habitación, un baño, una cocina de concepto abierto que se funde con la sala, y una pequeña terraza que deja entrar la luz del sol como si quisiera quedarse a vivir ahí, llenando el lugar de vida y calidez.

Las paredes blancas y el suelo de madera le dan un aire sereno, salpicado por detalles en tonos neutros y unas cuantas plantas —que probablemente no sobrevivan mucho tiempo; soy terrible cuidándolas, lo admito—. El apartamento viene amueblado con lo esencial, lo justo para empezar. La decoración, en cambio, es tarea mía. Poco a poco, lo iré llenando de cosas que lo hagan sentir como un hogar.

De hacerlo mío.

Salgo al balcón y observo el maravilloso paisaje que me brinda, directo hacia el parque. Hace un poco de brisa y mi cabello danza con ella, mientras me doy algo de calor friccionando mis manos en mis brazos.

Un ladrido me saca de mi ensoñación y miro hacia el suelo, donde mi pequeña bola de pelos color miel me exige que lo levante. Armani es un pomerania bastante coqueto y exigente, pero también muy leal y cariñoso.

Tiene 3 años, tiempo que ha pasado conmigo, y se ha transformado en el único mejor amigo que jamás me ha dejado.

—No hay nadie más leal que tú, mi príncipe —le digo con voz melosa y le doy un beso en la cabeza. Él me lo devuelve con un lametazo en la mejilla que me hace reír—. Sí, yo también te amo, te amo.

Mi celular vibra en mi bolsillo trasero del pantalón y lo tomo, sonriendo al ver que es una video llamada de mi mejor amiga, y parte del motivo por el cual dejé México atrás y me vine a Europa.

Le contesto de inmediato.

¡Por Dios! ¡No puedo creer que ya estés aquí! ¡Y que nos vamos a conocer en persona al fin! —chilla Luciana en español, haciéndome reír.

Después de trabajar dos años juntas, ¿eh? Por remoto, pero igual —concuerdo y Armani se atraviesa en la cámara con emoción—. Uy, alguien más te quiere conocer.

Pero si es mi sobrino favorito, ¡claro que sí! —le dice y yo me limpio la boca cuando los pelos de la colita de mi perro me la rozan—. Estoy más emocionada por verte a ti que a tu mamá.

—¡Ey! —me quejo y luego lo miro—. ¿A quién engaño? Tiene todo el sentido del mundo.

Lo dejo estar en el suelo y me enderezo para apoyarme de la baranda y seguir conversando con ella. El perro se pavonea con mucha coquetería por el piso y me hace reír.

No puedo creer que estoy viendo en persona uno de los paisajes que tanto me mostraste miles de veces por teléfono —admito, apoyando mi mejilla en la mano y sonriendo—. ¿Nos vemos mañana? Tengo que comprar algunas cosas para el apartamento y hacer mercado.

—¡Por supuesto, Marti! Sabes que iría ya mismo si no fuera porque seguro tienes que ajustarte al horario y debes estar cansada —me responde y yo bostezo sin querer a modo de respuesta—. ¡Ahí está! Ve a descansar, corazón. Nos vemos mañana.

¡Seguro! ¡Que descanses, Lu!

Nos despedimos con la mano y cuelgo. Sigo admirando el paisaje frente a mí y decido capturar el momento con mi celular. No necesita edición, así que subo la foto a mis historias de Instagram con la locación y una frase:

El inicio de un nuevo capítulo de mi vida”. Le agrego un par de emoticones y una canción de mi banda favorita, aunque ya no exista: One Direction.

Me adentro en la sala y noto que Armani está olisqueando todo a su alrededor. Así se acostumbra a que esta es su nueva casa, aunque seguro también querrá marcar territorio y me apresuro en alzarlo para bajarlo a que haga sus cosas antes de acostarnos a dormir.

Ajusto la correa a su arnés, tomo mi llavero en forma de huesito, que contiene bolsas desechables para recoger sus necesidades, y mis llaves. Salgo hacia el ascensor y bajo cuando este llega a mi piso, encaminándome a la salida que da hacia el jardín privado de la residencia. Tiene bastante césped y unas flores protegidas con cercas pequeñas donde dice con claridad que se prohíbe que los perros hagan sus necesidades. Hay unos cestos puestos estratégicamente para botar la basura también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.