Entre ladridos y prejuicios

3. Martina.

Así que… ¿no me dirás quién es ese chico guapo en tu edificio y por qué había tanta tensión en el aire? —pregunta Luciana, mientras paseamos por el pasillo de refrigeración del supermercado.

Ah, ese —digo, abriendo la nevera para tomar un litro de leche de coco, restándole importancia—. Es mi vecino. Bastante amargado, pero tiene una perrita hermosa. Además, ew. No es guapo para nada.

Luciana me mira como si tuviera un problema, porque sabe que estoy mintiendo. En mi defensa, ¿de qué le sirve ser guapo si es un pendejo?

A ver, ¿qué pasó? ¿Por qué se caen tan mal si apenas tienes un día en Londres?

Pues le dijo cartera con patas a Armani —me quejo, frunciendo el ceño y acariciando el pelaje de mi perro. Está relajado en el carrito de compras, en un área verde que agregaron para hacer del lugar pet friendly—. Su perra me tumbó de culo cuando nos conocimos y todo porque la llevaba sin correa.

Bueno, pero no entiendo por qué tanta hostilidad todavía.

Pregúntale a él, porque yo le pedí que nos lleváramos bien y no funcionó. La verdad ni me interesa, pero parece que Feline y Armani se adoran —comento, agregando cosas importantes al carrito.

Como helado, por ejemplo. Muy importante y nutritivo.

—Bueno, creo que eso es todo —aviso y nos encaminamos a la caja para pagar. Una vez todo está listo, salimos de allí atiborradas de bolsas—. Vaya, no lo pensé muy bien. Tendremos que pedir un taxi.

Cargar bolsas de supermercado y llevar a un perro del tamaño de una caja de zapatos no es tan fácil como parece. Luciana y yo nos detenemos en la acera del supermercado, pero el claxon de un carro captura mi atención.

—¡Hola, tú! ¡Sí, tú! ¡La del perrito!

Una señora me hace señas para que me acerque a su furgoneta y yo miro con cierta duda a Lu, quien se encoge de hombros. Entrecierro los ojos para enfocar y logro reconocer apenas el rostro de la mujer, ¡es la presidenta de condominio! Lo sé porque se acercó en la mañana a pedirme mi número para agregarme al chat grupal del edificio.

Dejo las bolsas junto a Lu y alzo a Armani en brazos, apresurándome hacia la furgoneta con una sonrisa.

—¡Cariño! ¿Cómo estás? Disculpa que no te llame por tu nombre, pero todavía no me lo aprendo. Soy Geraldine, ¿me recuerdas?

—Sí, sí. Y no se preocupe, me llamo Martina —respondo, quitándome un mechón de cabello del rostro—. ¿Cómo está? ¿Qué sucede?

—Te veo luchando con las compras y justo ahora voy a casa, así que puedo darles el aventón. Parece que compraste comida para un año, muchacha.

—Oh, no. Lo que pasa es que le preparo la comida a mi perrito y pues la mayoría del mercado es para él —admito, haciéndola reír—. ¿No le molesta que vaya con él en su carro? ¿O con mi amiga?

—¡Para nada! Anda, déjame a este muñeco lindo y ve por las bolsas. Si no es problema, claro.

—No, para nada. Armani es un regalado —respondo, tendiéndole mi perro.

Le explico rápidamente el asunto a Luciana y nos subimos a la furgoneta, con las bolsas sobre nuestro regazo y Armani sentada entre nosotras. Geraldine acelera en dirección al apartamento y empieza a contarme sobre su mascota: un periquito llamado Remi.

—Ah, te comento que en el edificio hacemos anualmente una caminata de mascotas por toda la cuadra y luego hacemos algunos juegos en el jardín o salón de fiesta. Es para mantener unido a los vecinos, ¿sabes? Sería increíble que fueras con Armani —me comenta, mirándome de vez en cuando por el retrovisor.

—Suena divertido. Claro que nos animamos —acepto, pues me conviene conocer a mis vecinos.

Tal vez alguno sí sea buena gente y no como el chico del diecinueve. Espero que haya más inquilinos de mi edad.

—Voy a presentarte a Luca y a Kaitlyn, son chicos de tu edad y seguramente se lleven bien. También tienen perros —agrega y luego hace una mueca—. Estoy tratando de que Luca se encargue este año de la caminata, pero está muy ocupado y Kaitlyn no puede por el trabajo. Siempre nos turnamos los vecinos, pero Luca apenas tiene un año viviendo en el edificio y quisiera que se integrara un poco más.

—Bueno, yo trabajo dos días a la semana desde casa. Podría ayudarlo si eso le facilita organizar el evento —me ofrezco.

No por el tal Luca que no conozco, sino porque ¿quién no quiere ganar puntos con la presidenta del condominio? Casi siempre son odiosas y molestas, cosa que no parece ser Geraldine.

—O podría organizarlo yo, si no le es problema —agrego.

—Pues, me parece bien. Creo que igual sí me gustaría que te ayudara porque así también le conoces, después de todo eres la más nueva del edificio. Lo hablaré con él y te estaré avisando, ¿bien?

—Perfecto, no tengo problema.

***

Mi primer fin de semana en Londres llega con una mañana de sábado soleada. Así que, luego de desayunar, decido aprovechar estos rayitos de sol para salir a trotar al parque y me llevo mi mat para hacer algo de pilates.




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