Entre ladridos y prejuicios

4. Luca.

—¡Hey, Luca! ¿Cómo estás? —me saluda Kirsten, la directora de la fundación, cuando me ve llegar con Feline—. ¡Hola, preciosa! Sí, sí, eres preciosa. Muy bonita, muy bonita.

No puedo evitar sonreír cuando Feline menea la cola con emoción. Los perros tienen ese don poderoso de alegrar hasta a la persona más triste, con su ternura y su amor incondicional pueden mejorar el día de cualquiera.

Feline lo hace conmigo todos los días. No sé cómo sería mi vida sin ella y apenas tenemos un año juntos. La adopté en esta misma fundación de rescate animal cuando apenas tenía tres meses.

—Ya, bueno, yo estoy bien —respondo y Kirsten se ríe, acercándose a saludarme con un beso en la mejilla—. ¿Tú cómo estás?

—Bien, un poco atareada con todo. Este mes ha sido muy flojo en cuanto a adopciones, pero bastante fuerte en cuanto a rescates. Temo que me estoy quedando sin espacio para un perro más —confiesa, acariciándose la sien—. No quiero llegar al extremo de recurrir a la eutanasia con los más antiguos. Merecen una oportunidad.

—¿Y los hogares temporales no han funcionado? Yo fui hogar temporal de Feline y míranos —le comento, mientras nos adentramos al lugar.

—Algunos sí, pero hay muchas personas que hacen de hogar temporal solamente para poder rescatar o ayudar a más perros y lo entiendo completamente.

—La vida sería más fácil si no existiera la venta de animales. Las personas dejarían de ver a los perros como un accesorio o solo por físico, los verían como un compañero de vida. Un ser que da más de lo que desea recibir siquiera —digo y ella afirma en acuerdo—. No he conocido nada más incondicional que el amor de un perro.

—Bueno, eso es porque no has conocido al amor de tu vida, Luca. Mi esposo también me ama incondicionalmente, luego le siguen mis perros.

—Bueno, ya sabes lo que opino de eso, Kirst. Las personas no son constantes, en algún momento te terminan abandonando de una forma u otra.

—No es así en todos los casos y te lo he dicho antes. Tom y yo llevamos veinte años de casados y, aunque sí ha sido un camino trabajoso, hemos sido de lo más felices. Es más, creo que estamos más enamorados que nunca.

—Yo sigo pensando que ustedes son la excepción a la regla —le recuerdo, pero decido cambiar de tema—. En fin, ¿qué haré hoy? ¿Paseo o baño? Mira que debo trabajar y es fin de semana. Seguro salga más tarde hoy.

—Tu vecina ya vino a bañarlos esta mañana. Así que puedes darles unos paseos por tandas, me gustaría que empezaras con los que tienen más tiempo en la fundación. Eso sí, no te alejes mucho. Puedes ir a la colina o caminar por aquí cerca, no más de allí.

—¿Qué vecina? —pregunto, frunciendo el ceño.

—Kaitlyn —responde y yo aprieto los labios.

No sé por qué pensé en la vecina del apartamento veinte, si ni siquiera conoce este lugar y además… dudo que sea capaz de ensuciarse o que le importen los perros callejeros.

—Bueno, dejaré a Feline para que juegue con el resto. Así drena esa energía que se carga —le digo y la rubia afirma con emoción—. Voy a terminar pensando que te alegras más por verla a ella que a mí.

—¿Acaso no te diste cuenta antes? —bromea y yo la empujo con suavidad, rodando los ojos. Terminamos riéndonos—. Iré a preparar a las bestias.

Le suelto la correa a Feline y corre hacia el campo verde en donde están los perros. Tienen varias zonas de juegos, como una piscina llena de pelotas a la cual mi perra va directo a darse un clavado y yo me rio.

Una vez están listos, tomo de las correas a cinco perros. Los que más años tienen en la fundación, esperando por hogar: Rufus, un perro mestizo con pitbull que mucha gente ignora por temor. También está Sally, una perrita negra de tamaño mediano, y su hermano Blacky. Son perros que por ser de color negro no suelen adoptarse de buenas a primeras, las personas los consideran feos o se creen cuentos supersticiosos bastante estúpidos. Por otro lado, tenemos a Morgan y a Lady, dos hermanos bastante amorosos que no han sido adoptados porque necesitan tener un hogar para ambos. Ya han intentado separarlos y casi se mueren de tristeza, ha sido terrible.

Casi todos tienen más de siete años, algunos incluso ya están en lo que se conoce como tercera edad.

No me voy muy lejos porque no tienen tanta energía, por lo que me quedo al inicio de la colina, jugando con ellos y lanzándole pelotas o juguetes. También les hago cosquillas en la panza, le doy treats y le refuerzo los comandos. Esto ayuda mucho para sus adopciones, pues muchos dueños suelen ser primerizos y les gusta la idea de que se sepan al menos las órdenes básicas como sentarse, quieto, aquí, silencio.

Les doy un poco de agua, porque el día está bastante soleado y yo también bebo un poco. Estoy alistándolos para volver cuando veo un rostro familiar bajando por la colina con su perro peluche junto a ella.

Está vestida con shorts de lycra bastante cortos y ajustados, a mi parecer, un suéter deportivo con el cierre abierto hasta el inicio de sus pechos, donde lleva un top amarillo que combina con la cinta que decora su cabeza. Lleva el cabello recogido en una coleta y parece estar un poco sudada.

Se ríe al ver a su perro tratar de alcanzarla y el cabello se le mueve de lado a lado. El sol parece iluminarla de una forma única y yo sacudo mi cabeza ante ese último pensamiento.




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