Entre ladridos y prejuicios

5. Martina.

«Muñequita. Ugh». ¡Qué imbécil!

—Estás viendo que estoy tratando de ser amable y él se porta como un cabrón, ¿no?

—Un cabrón muy guapo —comenta Luciana y mira hacia la barra—. Aunque mi tipo es más su amigo.

—¡Concéntrate, Lu! Ay, no. Neta, mejor nos vamos a otro sitio. Ya me arruinó la noche con su ego y… ¡sus jodidos buenos tragos! —exclamo, volviendo a beber del cóctel que me sirvió.

—Me divierte tanto que cuando te emocionas o molestas se te sale lo mexicano que llevas dentro, neta —me remeda a lo último y yo ruedo los ojos—. Mira, ¿vas a dejarle ganar? Como dirían ustedes: que chingue su madre. Nosotras vinimos a celebrar, ¿no? No tienes por qué permitirle que te arruine la salida.

Mis ojos vuelven a la barra, viéndolo sonreírles a las demás mujeres o saludar con un puño amistoso a los clientes hombres. Respiro hondo, sabiendo que Luciana tiene razón y la miro.

—Tienes razón. Que chingue a su madre.

—¡Eso es! —celebra mi amiga y aplaude, haciéndome reír—. Bueno, iré ahora yo por mi cóctel porque ni siquiera me dejaste pedir uno.

—¡Lo siento! —le digo y le doy un sorbo a mi bebida—. Odio que sepas tan bien, joder.

Luciana me ayuda a olvidar a mi odioso vecino y nos las pasamos tomando chupitos, cócteles y bailando. Por supuesto, la música pop es lo que más suena, pero me hace falta como algo urbano que me lleve a pegar el trasero del piso.

1,2,3 de Sofía Reyes con Jason Derulo empieza a sonar por los parlantes y tiro de la mano de mi amiga hacia la pequeña pista que hay. Muchos de los británicos se bajan al no saber bailar este tipo de música y Luciana y yo nos apoderamos, mostrándoles cómo se baila en Venezuela y en México.

Cantamos a todo pulmón, nos abrazamos, bailamos juntas y separadas. Ella me da una vuelta y me hace reír. Muevo mis piernas, mis caderas y me subo un poco el filo del suéter con las manos. El DJ colabora con nosotras, agregando más canciones con ritmos latinos a la mezcla y no nos bajamos de ahí hasta que el sudor me lleva a quitarme el abrigo.

Creo que es momento de otro trago. Tengo sed —me dice Luciana al oído y yo afirmo con la cabeza, acompañándola. Ambas nos tambaleamos un poco al bajarnos de la tarima y nos reímos por ello—. Creo que será mejor agua.

Sí, yo igual —respondo, riéndome.

Me recargo de la barra y espero a que alguno de los bartenders pueda atendernos. Por supuesto, Luca es quien se acerca y me mira con una ceja alzada.

—¿Siempre eres tan cara de culo? —pregunto, sintiendo la boca un poco pastosa—. ¡Sonríe! La vida es maravillosa, ¿no crees?

—¿Cuántas Mangolitas te has tomado?

—No sé de qué me hablas —respondo, frunciendo el ceño y él se pellizca el puente de la nariz por un segundo.

—Los cócteles, muñequita. ¿Cuántos llevas?

—Ya perdí la cuenta —admito, llevándome una mano a la boca al reír—. ¿Me das otro, por favor?

—Ni en joda —responde y yo frunzo el ceño—. ¿A qué hora te vas?

—Oye, sé que no me soportas, ¿pero me estás echando del local? Eres un patán —me quejo, acercándome más.

Él apoya sus manos en la barra y se acerca un poco a mí. Siento un leve mareo ante tal cercanía y mis ojos se van solitos hacia sus manos, tan masculinas y cuidadas, con varios anillos en sus dedos, y suben por sus antebrazos firmes y sus brazos musculosos. «Arrogante y atractivo. Como si fuera escrito por una mujer».

—No te estoy corriendo, vecina. Solo quiero saber cómo vas a volver a tu casa. Vivimos en el mismo edificio, ¿recuerdas?

—No me dejas olvidarlo ni por un segundo, vecino —respondo, tocándole la punta de la nariz con mi índice—. Nos iremos en Uber.

—Si esperas a que salga, puedo llevarlas. No es prudente que se vayan solas en ese estado.

—¿Cuál estado? ¡Soy mexicana, míster Ego! Tus coctelitos no van a lograr emborracharme —le digo—. Solo estoy un poquito a tono, pero eso se me pasa en cuanto coma algo. Me muero de hambre.

—Siéntense y les pediré unas… ¿hamburguesas? ¿Comes eso?

—¿Quién crees que soy? ¡Claro que como hamburguesas! —exclamo, cruzándome de brazos—. Con papas fritas y una gaseosa de dieta.

Rueda los ojos, pero afirma. Me tiende dos botellas de agua y me señala la silla, por lo que me siento. Luciana está hablando con el otro barman y me rio cuando mi vecino le da un zape en la nuca para que deje de coquetearle y se ponga a trabajar.

Me muevo sobre la silla cuando colocan canciones que me gustan y las tarareo. Converso un poco con Lu hasta que llegan nuestras hamburguesas y es mi vecino quien nos sirve las gaseosas.

—¿Ves que sí puedes ser amable? —le digo antes de meterle un mordisco a la hamburguesa.

—Me caes mal, pero soy un caballero. ¿Me vas a esperar para llevarlas?

—Pues… ¿a qué hora sales? —pregunto, cubriéndome la boca al tenerla llena.

—A las dos, dos y media.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.