Entre ladridos y prejuicios

6. Luca.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué a mí?», pienso mientras camino hacia el refugio. Siempre voy allí cuando algo malo sucede, no estoy de humor o necesito desestresarme. ¡Y ahora mismo me suceden las tres!

Es que, ¿por qué me suceden estas cosas? ¿Es porque tuve un gesto amable ayer y ahora me toca pagarlo conviviendo con la muñequita? No parece ser suficiente con que Matthew me obligara a dejar cinco libras más en el tarro de apuestas porque “estaba coqueteando con mi vecina”. ¡Ja! ¡¿A quién se le ocurre?! ¡Por supuesto que no!

—¡LUCA!

Me giro ante la voz femenina gritándome y relajo mi ceño cuando veo que se trata de Kaitlyn. Los dos pitbulls caminan a su lado y de sus correas, con las lenguas afuera y tiran con fuerza cuando ven a Feline. Por supuesto, ella hace lo mismo y me obliga a acercarme más.

—Siento gritarte, es que tenía rato llamándote. ¿Está todo bien? —pregunta, quitándose un mechón de cabello de la boca—. ¡Eh! Bleib.

Apolo y Tato se calman y sientan de inmediato, por lo que es mi turno de mantener a raya a Feline y ella me obedece al echarse al suelo.

—Eh, sí, sí. Venía muy metido en mis pensamientos, solo eso. ¿Qué tal todo? Casi no te veo últimamente —comento y ella hace una mueca, encogiéndose de hombros.

—Hemos estado a tope en la pastelería y me ha tocado trabajar algunos domingos, cosa que apesta porque no me pagan completo al no ser profesional. Lo bueno es que los sábados me los respetan, para seguir estudiando —explica.

—Qué mal, eso apesta —correspondo y ella se ríe—. Lo siento, no quise sonar insensible o rudo.

—No, para nada. Eres un libro abierto a veces, solo eso —responde ella, sonriendo. Es una pelirroja muy bonita, con pecas y unos ojos azules impresionantes—. En fin, que lo único que me entristece es no poder dedicarles a Apolo y a Tato el tiempo que se merecen. He tenido que dejarlos en casa de mi madre por una semana, aunque ellos no se quejan. Su abuela los trata muy bien, demasiado diría yo.

—Eso es bueno. Igual recuerda que el refugio tiene guardería, les haría bien compartir con otros perros.

—Sí, creo que empezaré a dejarlos una vez a la semana allí. He estado tan ocupada que no he podido apoyar en la fundación y me apena muchísimo, me encanta ayudar —admite, bajando la mirada y noto como sus hombros caen.

—No te preocupes. Ya habrá un tiempo en el que puedas volver. Ya sabes que tienes mi número por cualquier cosa o puedes visitarme para hablar o pasar el rato. Te vendría bien distraerte un poco —invito, encogiéndome de hombros.

—Suena bien. Te aviso cuando tenga un domingo libre, como hoy —dice.

Me acuclillo para acariciar a sus perros.

—Están preciosos, muy bien cuidados. De verdad que hay una mejoría en sus cicatrices y sus pieles. —Me vuelvo a colocar de pie y llevo una mano a su hombro—. Lo estás haciendo increíble, Kait.

Ella suspira entrecortado y lleva su mano libre a la mía.

—Gracias, Luc. No sabes lo mucho que me hacía falta escuchar algo así —murmura y nos separamos. Ella desvía la mirada, pero eso no evita que vea las lágrimas arremolinadas en sus ojos, y sorbe por la nariz—. Nos estamos viendo entonces. ¡Salúdame a Kirsten!

—¡Claro!

Ella está por seguir su camino, pero se gira para verme y grita:

—¡Ah! Lamento no poder ayudarte con la organización de la caminata. Geraldine me comentó que quería que tú la llevaras este año.

Mi sonrisa se tensa y afirmo con la cabeza, llevando una mano a mi bolsillo delantero del pantalón.

—Tranquila, tendré ayudante de todas formas. Aunque… sí es una lástima —admito y ella sonríe con pesar, pero sigue de largo su camino al edificio.

Troto las pocas cuadras que me faltan hasta el refugio y me encuentro con Kirsten y su esposo, Tom, quien es uno de los veterinarios del lugar. Siempre lo recomiendo con todos, creo que la mayoría de mis vecinos en todo el edificio ven a sus mascotas con él.

Es muy amable, dedicado, tiene vocación y muy bondadoso. Ha tratado muchas mascotas sin cobrar ni una libra en incontables ocasiones.

—¡Ey, Luca! ¿Cómo está mi paciente favorita? ¿Cómo está? —pregunta con voz infantil, agachándose para acariciarle la cara a mi perra y dejarse lamer por ella. Le revisa las patas, las orejas y los ojos. Es casi instintivo en él—. Luces increíble, manchitas. Buen pelaje, almohadillas humectadas, nariz húmeda, orejas y ojos limpios. ¡Y mucha energía! Una perrita muy saludable, ¿sí? Muy saludable.

—Pronto le toca el refuerzo de la vacuna y la desparasitación —le recuerdo y se pone de pie, estrechando su mano con la mía de forma amistosa—. ¿Cómo ha estado todo? ¿El trabajo?

—He tenido unos casos bastantes fuertes, algunas pérdidas que me han dejado hecho polvo, pero me recupero cuando veo que la mayoría de mis pacientes salen invictos de enfermedades o accidentes. A este punto ya debería entender que son gajes del oficio, ¿cierto? Pero es difícil —explica y luego palmea mi hombro, dejando su mano allí—. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? Cuando vienes así, sin ser requerido, es porque algo te ha pasado. Claro, sabes que eres bienvenido… siempre y cuando traigas a Feline —agrega en broma.




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