Agradezco haberme mudado a Londres en verano. No sé cómo me adaptaré cuando los días soleados terminen, especialmente porque Armani es nervioso en cuanto a lluvias se refiere.
Disfruto del trayecto de la parada del bus a mi departamento, buscando una cafetería para comprar algo de comida, algún postre y café. Nunca me puede faltar el café. Me detengo en una llamada Arvo y me adentro en el lugar, como no hay fila logro pedir de inmediato y sigo caminando hasta mi hogar.
Hoy es miércoles, lo que quiere decir que me toca sentarme con mi vecino a planificar la caminata de mascotas. Yo tengo varias ideas anotadas, solo espero que las suyas sean buenas y podamos hacer todo esto en paz.
Llego a casa y Armani me recibe moviendo su colita y brincándome en la pierna. Dejo las cosas sobre la barra de la cocina y lo alzo, dejando que lama mi cara. Me hace cosquillas y me rio sin poderlo evitar.
Se ha portado muy bien, sin hacer desastres cosa que agradezco. No sé qué haría si Armani no pudiera quedarse solo, no está tan acostumbrado a ello porque en mi casa solía haber gente constantemente. En México, mis padres tienen amas de casa y eran muy amorosas con mi perrhijo.
Respiro hondo, sabiendo que ya es hora de verle la cara a Míster Amargado y abro la puerta, paralizándome en mi lugar al encontrarme cara a cara con sus ojos cristalinos. Cierro la boca y ladeo la cabeza, frunciendo el ceño.
—¿Qué haces aquí? —pregunto.
—Escuché los ladridos de Armani y supuse que ya habías llegado —responde, metiendo las manos en sus bolsillos y encogiéndose de hombros. Feline está junto a él, meneándole la cola a mi pomerania—. ¿O prefieres que nos reunamos en mi apartamento?
—No, justo iba a tocar tu puerta para decirte que vinieras. Sería más fácil si tuviera tu número de celular, pero bueno. No es la gran cosa, vives al lado —le resto importancia, dejándoles pasar.
Feline se levanta en dos patas y parece abrazarme, rodeándome la cintura. No puedo evitar reírme y acariciarle la cabeza y las orejas, agachándome un poco para que también me dé lametazos en la barbilla.
—Eres una dulzura, manchitas. Muy, muy preciosa —le digo y Luca se acerca para quitármela de encima—. No me molestaba, pero bueno.
—Sé que es un poco pesada y a veces es intensa, solo por eso la alejé.
Hay una incomodidad en el aire, no lo voy a negar. Él no quiere estar aquí, trabajando conmigo y yo quiero entender realmente por qué no me soporta. Soy buena onda, alegre, amigable, el alma de la fiesta. ¿Por qué no le caigo bien?
—En fin —canturreo, acercándome a la barra—. No he almorzado, así que compré comida y unos postrecitos. También pedí para ti.
—No era necesario… pero gracias —termina cediendo, sentándose a mi lado.
Pedí una ensalada verde sin nueces —que suele llevar y yo soy alérgica—, con salmón para acompañar y un capuchino con leche de avena. De postre compré unos mini roles de canela sin glaseado, así que le sirvo uno.
—¿Eres más de café o té?
—Té.
—Por supuesto —respondo con un tinte de obviedad—. No tengo tés en el apartamento, pero ¿quieres agua de limón?
—¿No tienes agua normal? —pregunta, mirándome con una ceja alzada.
—Sí, claro. Solo pensé que querías algo más saborizado —respondo, fingiendo una sonrisa y me levanto para servirle agua—. ¿Qué ideas tienes para la caminata? Yo tengo varias anotadas.
—La verdad es que pensaba que íbamos a irnos por lo que se hace aquí tradicionalmente. Una caminata por toda la zona y al final una verbena abierta a todo público, donde los vecinos se unen para vender sus cosas: postres, limonadas, la vecina del piso 3 hace ropa tejida para mascotas y esas cosas.
Coloco el vaso frente a él y me le quedo viendo, esperando a que diga más.
—¿Qué?
—¿Eso es todo lo que tienes? Ni siquiera es algo que se te ocurrió a ti —respondo, cruzándome de brazos.
—Ugh, a ver, ¿qué tienes tú? —pregunta y yo me apresuro en sacar mi libreta y sentarme a su lado—. ¿Por qué no anotas las cosas en el celular como la gente normal de nuestra edad?
—Porque puedo hacerlo en una libreta. Además, tengo esta específicamente para la caminata. Gracias a Dios me quedaba una vacía de cuando me vine de México —respondo y le señalo la lista.
—¿Diez ideas? ¿En serio? ¿Tantas? —pregunta, mirándome con cierto fastidio—. En fin, cuéntame una por una.
—Ruta señalizada con huellitas en la acera. Pueden ser con tiza para que luego sean fáciles de quitar, ¿qué opinas?
—Bien —dice, con la boca llena—. Lo siento.
Hago una mueca de asco, pero le resto importancia. No pensé que fuera a dar su visto bueno a nada de lo que propusiera, pero iniciamos con buen pie.
—Tener en el punto de partida una mesa con pañuelos. La mayoría de mascotas del edificio… ¿son perros?
—Hay varios perros, un par de gatos, un periquito y un conejillo de indias —responde.
—¿Estás bromeando, cierto? —pregunto, soltando un resoplido mezclado con una pequeña carcajada.