Entre ladridos y prejuicios

8. Luca.

—Eh, chico, te he pedido un Aperol Spritz, no… ¿esto? ¿Qué es? —pregunta una de las clientas y la miro, sintiendo como todo dentro de mí se despierta.

Recuerdo que hay gente a mi alrededor, el ruido de la música y las habladurías de las personas me machacan los oídos y el calor de la noche me traspasa la piel. Me fijo en el trago que le serví de forma automática y aprieto los labios al ver cuál es.

Una Mangolita.

—Lo siento muchísimo, chica. Ya te preparo tu cóctel —le digo, llevando una mano a mi pecho y la otra hacia su trago. Ella lo aleja—. ¿Qué sucede?

—Me beberé este, sabe muy bien. Luego sí quiero mi Aperol, ¿eh? —pide y yo suspiro de alivio, sonriéndole.

—¿Está todo bien, Luca? Estuviste confundiendo tragos toda la noche y luces algo pensativo. Temí por un momento que fueras a romper algún vaso o alguna botella de licor —intercede Simon, uno de mis compañeros de trabajo.

Matthew tiene el día libre hoy, así que en su lugar me acompaña él.

—Está todo bien. Solo que no pude descansar muy bien en mi día libre, tengo un evento que organizar en mi edificio y… En fin, tonterías —le resto importancia, pues con él no tengo tanta confianza y honestamente no quiero hablar de mi vecina.

No quiero recordar sus ojos verdes mirándome con cierta incredulidad y rojizos por las lágrimas que estaba esforzándose en contener. Tal vez fui demasiado rudo con ella, mejor dicho, sé que lo fui, pero soy una persona demasiado fiel a mis ideales y me molestó tanto cuando le restó importancia a mi punto de la compra y venta de mascotas que exploté.

El recuerdo de Feline cuando llegó a mi vida y era tan temerosa y desconfiada me vino a la mente en ese instante. No comprendo por qué las personas hacen esto, por qué se lucran de un animal que no puede hablar, ni expresar su dolor, que también siente y quiere un hogar. Que está dispuesto a darte un amor incondicional, más allá de lo que casi cualquier humano puede brindar.

En mi vida, he sido abandonado por una persona muy importante, pero Feline siempre ha estado. Siempre ha sido fiel, me comprende incluso más que nadie y me duele pensar en el día en el que parta de este mundo.

—Eh, chico, ¿me sirves otra Cuba Libre, por favor?

—Sí, claro —respondo, fingiendo una sonrisa y continúo con mi trabajo, esforzándome por concentrarme en lo que hago y olvidarme de la muñequita que tengo por vecina.

Para cuando logro enfocarme en mi trabajo, ya son las dos de la mañana y es hora de volver al edificio. Manejo hacia mi casa con Yungblud de fondo y no tardo mucho en estacionar y subir el ascensor a mi piso.

Cuando abro la puerta, Feline se levanta de su cama y se acerca meneando la cola. No ladra porque le enseñé a recibirme con calma, especialmente porque casi siempre llego de madrugada a casa y no quiero molestar a ningún vecino.

Le hago mimos un rato y me encamino a mi habitación, quitándome la ropa hasta quedarme en calzoncillos y lanzarme en mi cama. Cierro los ojos y suspiro de cansancio, sabiendo que no sabré de absolutamente nada hasta el mediodía que despierte.

***

Los ladridos lejanos de Feline me despiertan, también un zumbido de fondo que no entiendo de dónde viene y le grito a mi perra para que se calle. No me hace caso, por lo que me obligo a levantarme y ver qué quiere.

La hora en mi celular me muestra que son las diez de la mañana y resuello una grosería por lo bajo, restregándome los ojos con las manos. Me coloco unos pantalones de algodón que uso para dormir —a veces— y salgo a la sala donde reconozco que el zumbido es el timbre.

Unos toques en la puerta lo acompañan y Feline está sentada frente a la puerta, meneando la cola. Al menos ya no ladra.

—¿Quién es? —pregunto, buscando la camiseta que tenía puesta ayer y me la pongo con rapidez.

—Tu mamá, ¿sí recuerdas que tienes una?

—¡Demonios! —mascullo, llevándome las manos a la cabeza. Me apresuro en recoger el desastre de ropa que dejé anoche, golpeándome el dedo meñique del pie en el proceso contra la mesita central—. ¡Joder! Un… momento, mamá. Ay, cómo duele esto.

Brinco en un solo pie, tratando de sobarme la zona adolorida mientras me dirijo al baño. Me cepillo los dientes lo más rápido que puedo y me enjuago el rostro con agua antes de abrirle.

—Hola, mamá. Por supuesto que no me he olvidado de ti —digo, fingiendo una sonrisa y ella pasa por mi lado, con unos envases llenos de comida en las manos.

Las deja sobre la encimera mientras Feline exige atención. Mi madre me mira por debajo de sus pestañas y se acuclilla para saludar a la perra.

—Al menos sé que tú me extrañaste, Feline —le dice, agudizando su voz y dándole mimos que hacen que mi perrita mueva la cola de lado a lado.

Ruedo los ojos, pero hay una sonrisa en mi rostro al ver la escena. Mi madre siempre tan dramática…

—Claro que te extrañé, mamá. Solo que he estado muy ocupado con el trabajo y… otras cosas.

—¿Otras cosas? ¿Tienes una novia? ¿Al fin? —inquiere, sus ojos brillando con una emoción escalofriante y se acerca a mí.




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