Amanecí con una canción de One Direction en mi cabeza y la he reproducido mil veces mientras trabajo. Another world me alza el ánimo, aunque me moleste admitir que todavía me trastocan las palabras de Luca.
¿Por qué me importa tanto su opinión? No lo sé, pero no debería. No me importó que mi padre se decepcionara de mí al ver que no iba a estudiar la carrera que él quería, menos debería importarme el malhumorado, prejuicioso e idiota de mi vecino.
—Y pensar que tengo que convivir con él este fin de semana —pienso en voz alta, jugando con la punta trasera de mi boli—. Ugh, Geraldine, ¿por qué te empeñaste en ponernos a trabajar juntos?
Sacudo la cabeza, decidida a sacarme al castaño de ojos claros y criticones de la cabeza. Estoy en Londres, con un trabajo que amo y con Armani. Nada importa más, nada me afectará más.
Aquí soy feliz. Debo serlo.
Es la hora del almuerzo y, honestamente, no tengo ganas de cocinar, pero no puedo gastar más dinero por ahora. Me levanto de mi asiento, aunque siento como si mi culo estuviera pegado a la silla, y camino con pasos lentos hacia la cocina. Estoy por prepararme un sándwich cuando el timbre suena.
Frunzo el ceño y busco con la mirada a Armani. Mi perro se levanta con emoción hacia la puerta y respiro hondo, porque esa alegría solo significa una cosa: Feline está del otro lado, por ende, también lo está mi vecino amargado.
Respiro hondo y me dispongo a abrir, pero mi boca se cae al piso cuando me consigo con una silueta femenina y unos ojos oscuros aniquilándome.
—¿Patty? ¿Qué haces aquí?
—¿Es neta, pendeja? —pregunta, adentrándose en mi casa, aunque no le he dado permiso—. Mi prima favorita se va de un día para a otro a Londres ¡y yo me entero por una pinche historia de Instagram!
—No sé qué te sorprende. Siempre te comenté sobre mis ganas de vivir, al menos, una temporada acá. Me ofrecieron trabajar semipresencial en el trabajo y me vine —respondo, cerrando la puerta y me encojo de hombros.
No es mentira, pero tampoco es la verdad completa y por sus ojos entrecerrados en mi dirección sé que no me cree.
—Sé que te peleaste con mi tío, Martina. No me engañas —dice, sentándose en el sofá y palmea el asiento libre junto a ella, por lo que suelto un suspiro pesaroso y me acomodo a su lado—. ¿Qué pasó?
—Pasó lo inevitable, prima. Mi padre se enteró que mi madre y yo… —Unos golpes en la puerta me interrumpen y me rasco la cabeza, mirando en dirección a la entrada. Armani esta vez raspa la puerta con sus patitas y yo me levanto, cargándolo para que deje de rayarme la madera—. Dame un momento, Patricia.
Abro la puerta y me encuentro con una señora, no muy mayor, de cabello castaño con las raíces entrecanas. Tiene una sonrisa muy cálida, pero algo en su mirada me parece perturbador: lo familiares que se me hacen. Sus ojos son grandes, expresivos y azules. Muy azules.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —hablo, ya que la señora solo me mira y no dice nada más. Armani se acerca a sus pies y la olfatea, haciéndome sonreír con cierta pena—. Lo siento, es bastante sociable y…
—Oh, no. No tengo problema en que me olfatee, me encantan los perros —dice, mirando hacia mi pomerania con una sonrisa—. El tuyo es muy precioso.
—Gracias, se llama Armani —digo y me atrevo a agregar—. Y yo soy Martina. Un gusto, ¿señora…?
—Oh, no, por favor. Nada de señora, llámame Mary —se presenta, extendiendo su mano y la estrecho con suavidad—. Quería conocer a la nueva inquilina del edificio, solo eso.
—Ah, vive aquí —deduzco, soltando una ligera risa de alivio—. Un gusto conocerla, Mary. ¿Desea pasar? ¿Tiene mascotas también?
—No, pero tengo dos hijos que es casi lo mismo —bromea, haciéndome reír—. Es un pomerania puro, ¿cierto?
—Sí, tiene tres años —afirmo, alzándolo y ella se atreve a acariciarlo. No me molesta, me da buena vibra—. Es mi mundo entero.
—Se nota, lo tienes muy bien cuidado —dice y sus ojos me miran, logrando que me remueva en mi lugar. ¿Por qué me resultan tan familiares? —. En fin, tienes cosas que hacer. No te molesto más. Me alegra haber podido conocerte, Martina. Eres una chica preciosa.
—Gracias, Mary. Usted también es muy guapa —respondo, siendo absolutamente honesta. En su época estoy segura de que robó muchos corazones—. Estaremos viéndonos entonces.
—Eso espero.
Estoy por cerrar la puerta cuando recuerdo algo.
—Ah, Mary, no me dijiste en qué piso vives —le digo—. Me haría bien tener una amiga en el edificio, aparte de Geraldine, claro.
—Geraldine es mi mejor amiga desde la secundaria —me cuenta y es interrumpida de continuar por el ruido de una puerta abriéndose.
—Mamá, ¿qué haces?
Mi cuerpo entero parece volverse una roca al reconocer esa voz y entonces algo hace clic en mí. Es la madre de mi vecino y… él tiene sus ojos.
Más ariscos, como un gato amargado, pero los tiene.
—Conociendo a tu nueva vecina, hijo mío. Es una dulzura —le responde, tirando de él por lo que entra en mi campo de visión. Luce incómodo y aprieta sus labios en una sonrisa tensa, pero lo que me quita el aliento son las gafas de pasta negra que usa.