Me muerdo el interior de la mejilla para no explotar de la risa. Sé lo difícil que es para él hacer esto de pedir disculpas —y una tregua, además—, por eso me ha dicho que viniera para acá y me ha pedido comer con él. Incluso, me invitó el trago.
«Bartender idiota y presumido que hace buenos tragos, ¡rayos!». No me he terminado este vaso y sé que querré otro.
Luca respira hondo, abriendo y cerrando las manos en puños un par de veces antes de soltar el aire en un suspiro. Sé que esto es difícil para él, pero incomodarlo es algo que haré muy seguido como su nueva amiga.
Porque eso seremos ahora, ¿no? O al menos lo intentaremos.
Es para que salga de su caparazón y deje de ser tan amargado. Que entienda que no está mal ser vulnerable de vez en cuando y que admitir que se equivocó no es el fin del mundo.
—Mira, Martina, no sé cómo disculparme adecuadamente. No suelo hacerlo muy seguido…
—No me digas —hablo, sonriendo con la pajilla entre los dientes, él rueda los ojos.
—Admito que soy un poco prejuicioso y que desde el primer momento te juzgué por Armani, por como hablas y como luces. También sé que tengo mis ideales muy bien marcados y que para mí los animales son demasiado importantes, tanto que me llevo mejor con ellos que con las personas. He estado luchando demasiados años por esta causa, por llegar a más personas y me he encontrado con seres humanos insensibles, materialistas, superficiales. Pensé que tú entrarías en esa categoría y, aunque todavía no estoy del todo seguro de si eres o no así, sé que quieres a Armani a tu manera y que es importante y especial para ti. No es un accesorio, es tu compañero. Así que… discúlpame por asumir cosas que no eran y… Pues, por lastimarte con ello.
No voy a negar que siento un pequeño nudo en la garganta, por lo que sorbo de mi bebida para que se deshaga y no vea cómo me afecta su disculpa y lo genuina que ha sido. Acerco mi mano a su mejilla y palmeo un par de veces antes de decir:
—¿Ves que no era tan difícil?
Él me toma de la muñeca y aleja mi tacto de su rostro, sus cejas fruncidas y un destello de frustración brilla en sus ojos. No obstante, su piel con la mía me genera un hormigueo que me borra la sonrisa burlona. Especialmente cuando no me suelta.
Carraspeo.
—Estás disculpado, vecino.
—Gracias, vecina.
Lleva mi mano hasta la mesa y me suelta, por lo que me enderezo en mi lugar. La comida llega y empezamos a comer, el silencio de nuevo reinando entre nosotros. No creo que a él le incomode, pero a mí sí.
—Ya que tenemos una tregua, ¿eso significa que seremos amigos? ¿O que lo intentaremos? —pregunto y él se ríe, limpiándose la boca con una servilleta. Yo sonrío, creyendo que le he parecido una ternurita y niega con la cabeza—. ¿Qué?
—Muñequita, yo no tengo amigos. Tengo a Matthew, que es lo más parecido a uno, porque él se me ha pegado como una garrapata y es demasiado entrometido y extrovertido. Es exhausto mantenerlo fuera de mi vida, pero ya me acostumbré a su presencia —explica y mi sonrisa se borra de inmediato—. Te acabo de decir que no soy una persona sociable, es más… los seres humanos me exasperan la mayoría del tiempo. Por eso tengo a Feline. Tú y yo somos demasiado diferentes, Martina. No vas a soportar que yo soy demasiado cerrado y yo no voy a soportar que siempre estás de tan buen humor.
—¿Entonces? ¿Qué hay sobre la tregua? ¿Es solo mientras hacemos el proyecto? —pregunto, frunciendo el ceño y cruzándome de brazos.
—No, no es solo mientras hacemos la caminata —explica y le da un sorbo a su gaseosa negra—. Somos vecinos y tendremos que convivir la mayoría del tiempo, eso requiere respeto y paciencia. Te respetaré, así como tú me respetarás a mí. Si necesitas algo con un bombillo, una tubería o con Armani, te ayudaré y viceversa. Con lo que sepamos y podamos. Que podamos vivir uno al lado del otro en paz, aceptándonos como somos. ¿Te parece?
«No. Al menos, no del todo», pienso, pero él no tiene por qué saber eso.
—Por supuesto, tampoco es como si quisiera ser tu amiga. Solo pregunté para aclarar las cosas —respondo, restándole importancia y desviando la mirada hacia mi plato.
—Perfecto entonces. Yo no quiero ser tu amigo, tú no quieres ser mi amiga. Seamos vecinos, solo eso.
—Vecinos con mascotas que sí son amigos —le recuerdo y su sonrisa se congela, por lo que ahora soy yo la que se ríe—. ¿Qué? No puedes negar que a Feline le cae bien Armani.
—No, no puedo —dice entre dientes.
«Supongo que acabas de darme un reto, míster Amargado. Terminaremos siendo amigos de aquí a la caminata como me llamo Martina Valentina Quintero Blanco».
—En fin, ya debo irme antes de que se haga más tarde. Seguro debes volver al trabajo —le digo, levantándome y acomodando mi vestido.
Noto como él mira mis manos bajando mi falda con cierta desaprobación.
—¿Ahora qué? —le pregunto y él alza la mirada, ladeando la cabeza—. ¿Por qué miras mi ropa con tanto disgusto?
—¿Por qué siempre que vienes al bar tiene que ser con ropa tan corta? Es peligroso que andes sola por allí vestida de esa forma.